Se nos va la vida en una pantalla

"Dejar de ver la pantalla en los tiempos muertos puede ser un verdadero acto contracultural. Es más rebelde de lo que parece"

  • 28 de octubre de 2025 a las 00:00

Uno de estos días hacía un mandado (grato hondureñismo) en un centro comercial. Varias empleadas de un negocio, evidentemente desocupadas, miraban su teléfono celular. Observé la escena por un par de minutos, lo que duró la fila que me ocupaba. En ese tiempo no hubo una sola interacción ni entre ellas ni con nadie, por lo que alcancé a ver no hubo pestañeos y, por lo que interpreté de sus rostros, estaban aburridas. Muy aburridas. La ironía es que se supone que las pantallas combaten el aburrimiento.

Lo particular de ese recuadro me hizo prestar más atención a las personas que me rodeaban. Prácticamente todas miraban sus teléfonos. Había conversaciones, pero se combinaban con una miradita a la pantalla. Sentí tristeza y hasta un poco de ansiedad de pensar en la verdad que me rodeaba. Por un momento creí vivir una distopía. Me sentí habitante de un futuro terrible. No es un asunto de generación Z ni de millennials, había personas de la tercera edad subsumidas en ese estado. En esa escena no cabían los libros y mucho menos simplemente estar.

Pensé en ese momento en lo grave que es la situación en la que vivimos. Tenemos cientos de pretextos para estar en el teléfono: hay que estar informado, uno ya no se puede perder de nada, es que mis contactos, es que mis amigos, es que el grupo del trabajo, es que el grupo de la clase, es que el grupo de la escuela de los niños, es que por allí avisan cosas, es que estoy esperando un mensaje, es que uno tiene derecho a relajarse. Todo es válido con tal de no dejar de ver la pantalla.

No hablaré en este espacio de los posibles daños a la salud mental y la salud física, no es ese mi campo de estudio. Quiero hablar del valor humanístico, simbólico y lingüístico que tiene este modo de vida.

A pesar de que la adquisición de la lengua se da en los primeros años de edad, el discurso, por ejemplo, lo vamos construyendo a lo largo de nuestra vida. Para la construcción de este es importante, entre otros elementos, la interacción. Y con las pantallas no la hay. Podría aventurarme a decir que en la comunicación el usuario de una pantalla ocupa una posición pasiva. No hay diálogo ni ningún otro tipo de proceso dialéctico. No se es protagonista en ningún momento de la comunicación.

El discurso, entonces, no se enriquece sino que se empobrece. Los temas no surgen de las posiciones de las personas, sino de quién gana en la lucha discursiva en las redes sociales, por poner un ejemplo. Así, se conoce con mejor detalle lo que piensa la masa que lo que piensa el que tenemos a la par, a quien incluso dejamos de ver como un aliado si no replica lo mismo que replica la mayoría.

Dejar de ver la pantalla en los tiempos muertos puede ser un verdadero acto contracultural. Es más rebelde de lo que parece. Lo puede cambiar por un libro (sí, sé que sueno a profesor de español vencido por la vida, pero no es así), escuchar música, oler una flor, observar a la ciudad en su locomoción, conversar viendo a los ojos a una persona o simplemente estar. Sí, simplemente estar, así como suena de loco e improcedente en estos tiempos. Porque yo siento que se nos está yendo la vida en una pantalla y a mí me parece un enorme desperdicio.

Josué R. Álvarez
Josué R. Álvarez
Escritor y docente

Autor de “Guillermo, el niño que hablaba con el mar”, “Instrucciones para un taxidermista” y “De la estirpe del cacao”. Ganador del Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, el Concurso de Cuentos Cortos Inéditos “Rafael Heliodoro Valle” y el Premio Nacional de Poesía Los Confines.

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