“La verdadera grandeza se mide por cómo tratas a los más vulnerables de la sociedad”, reflexionaba Atticus Finch en una de las páginas de la obra de Harper Lee “Matar un ruiseñor”. Esta obra -que ganó el premio Pulitzer en 1961, fue un éxito en ventas y fue adaptada al cine en 1962, ganando tres premios Oscar- trata sobre el juicio a Tom Robinson, un hombre negro acusado falsamente de violar a una mujer blanca, en una ciudad sureña ficticia en Alabama, durante la década de los treinta. Atticus Finch es su abogado, un ser intachable y respetado, quien decide defender a Robinson, confrontando amenazas y la oposición activa de sus vecinos y miembros de la comunidad, predominantemente blancos.
Producto de una época en que el contexto racista e injusto y las demandas de igualdad y justicia social eran parte del día a día, en “Matar un ruiseñor” la autora reflexiona sobre la naturaleza del ser humano y sus prejuicios, que lo hace capaz de destruir la pureza y belleza. En su obra nos invita a repensar -desde la mirada de una niña, Scout Finch, y los mensajes poderosos de su valiente padre- nuestras responsabilidades hacia los seres inocentes y vulnerables, así como la voluntad que se requiere para cambiar para bien la realidad.
Con la nueva transición de poderes en Estados Unidos y la “neorrealidad” que se anuncia y comenta en medios masivos, bien podría decirse que “Matar un ruiseñor” sigue más vigente que nunca, pues la empatía, el trasfondo hostil de la polarización y el debate sobre valores como la justicia, el respeto y la tolerancia, recuperan su lugar en conversaciones privadas y espacios públicos. Las redes sociales son un buen ejemplo, pues son creación y propiedad de personajes que, irónicamente, controlan discrecionalmente la forma en que se ejerce la libertad de opinión en ellas.
Debido a la forma en que aborda temáticas como la discriminación y los prejuicios de la sociedad, no extraña que “Matar un ruiseñor” goce del raro “honor” de ser una lectura prohibida en distritos escolares de Oklahoma, Carolina del Norte, Texas, Florida, Mississippi y, Pennsylvania, entre otros. No es un fenómeno aislado: de acuerdo a varias ONG que rastrean la creciente censura literaria en los Estados Unidos, hay más de 2,500 prohibiciones de libros en distritos electorales de 32 estados. Las causas son tan variadas como las de promover pornografía, ser “anticristianos”, o inmorales por tratar asuntos de identidad racial y sexual.
Frente a estos nuevos “Index librorum prohibitorum” (índices de libros prohibidos) la sociedad norteamericana opone protestas, causas judiciales e iniciativas para defender el derecho a leer como “clubes de lectura de libros prohibidos”, la mayoría impulsados por jóvenes que defienden como pueden su libertad de pensamiento, opinión y expresión.
Atticus Finch afirmaba “no puedes cambiar el pasado, pero puedes cambiar cómo afecta tu futuro”. Nuevas batallas habrán de librarse para que nadie, con discursos rancios, prive a otros del canto y la belleza de los ruiseñores.