Este ilustre compatriota, de corta y fecunda existencia (1848-1893), no solo divulgó el sistema filosófico de Augusto Comte, lo supo aplicar a la realidad concreta hondureña en luminosos ensayos, entre ellos, “Conciencia del pasado”, “Constitución social de Honduras”, todo un plan de nación, de construcción -sobre bases sólidas- de un país y un Estado renovados, integrados física y administrativamente, en ruta a la modernidad.
Con Valle compartió la condena histórica al período colonial, con más detalles y rigor por parte de este, criticando su sistema inquisitorial, fanatismo religioso, dogmatismo en la enseñanza disponible, lo que no le impide destacar méritos de personajes como el párroco José Trinidad Reyes, de quien escribió hermoso ensayo biográfico, al igual que otros acerca de Valle, Ferrera, Morazán (inconcluso).
Concebía el desarrollo histórico en transformación dialéctica, pasando por sucesivas etapas, cada una con características definidas, clases sociales dirigentes, para culminar con la positiva y el triunfo de la ciencia y el capitalismo, tomando como paradigmas a Europa Occidental y Estados Unidos, obviando el despojo territorial de que fueron víctimas los dueños originales de inmensos territorios: indígenas y México, pasando también por alto los cimientos esclavistas en que se cimentó la economía estadounidense en el Norte y Sur.
Ha sido calificado de “atormentado y adolorido”, con “plenitudes y desengaños” por Leticia Silva de Oyuela y Ramón Oquelí; en efecto, a partir de la renuncia de la presidencia por su primo Marco Aurelio Soto (1883), en la que se desempeñó como su brazo derecho en la Secretaría General, fue marginado de la función pública por Luis Bográn. Rosa comprendió que el impulso inicial de la Reforma Liberal se iba diluyendo.
Apartado del poder, viajó brevemente a Costa Rica, (Soto a Estados Unidos, eventualmente a Francia), escribiendo las primeras páginas de lo que sería el “Diccionario de centroamericanismos”, retornando a Tegucigalpa ya con progresivos quebrantos en su salud, con su intelecto siempre potente, percatándose que, inexorablemente, su existencia se apagaba.
Sus restos mortales descansan en ataúd esculpido en piedra, en forma de libro, expresando simbólicamente su entrega al servicio de su patria, a la que dedicó, hasta el postrer aliento, talento, voluntad, energías, desvelos, afanes.
Sus escritos y discursos fueron compilados por Rafael Heliodoro Valle y Juan Valladares en dos tomos intitulados “Oro de Honduras”; posteriormente por Guaymuras con prefacio de Marcos Carías Zapata.