Las dos enseñas partidarias tradicionales
-Liberal y Nacional- dominaron el escenario político hondureño hasta 2021, cuando un nuevo partido -Libertad y Refundación- hizo historia inaugurando lo que hoy llamamos sistema tripartidista. Las protestas callejeras posteriores al golpe de Estado de 2009, que reclamaban la restauración del único gobierno liberal del siglo XXI, se trasladaron a las mesas electorales, verdaderos palenques del poder, sin que se interrumpieran las acciones de insurrección popular que invadieron hasta el palacio legislativo. Las viejas “elecciones estilo Honduras” dieron lugar a nuevos ejercicios, en los que la captura mayoritaria de la voluntad popular se convirtió en la
obsesión de las nuevas opciones partidarias.
Para fortuna de nuestra precaria paz colectiva, el primer resultado electoral poscrisis de 2009 (el de 2013) fue contundente en los distintos niveles electivos y no pasó de quejas particulares, aún y cuando ninguno de los perdedores reconoció su derrota. En el nivel presidencial, los alegatos de fraude requirieron de amigables componedores de ojos azules para que pudiéramos tener transición de poderes. No fue así con el antecedente de 2017, que siempre es rememorado como un ejemplo a evitar, en variados aspectos, especialmente el que se refiere a la transparencia y confianza en los datos. Fue entonces que la expresión “votos del área rural” o “votos rurales”, fue utilizada por primera vez para intentar explicar cómo el candidato del Partido Nacional superó al de una alianza de partidos (también la primera). En 2021, hablar de una alianza (esta vez de hecho) ya no resultó extraño, de la misma manera que en las elecciones actuales (2025) se habla con más naturalidad de los “votos rurales” pues desde aquel malogrado proceso, ya se ha reconocido que la forma de votar y elegir desde la ruralidad es distinta a la de las ciudades y es un fenómeno que no es exclusivo de Honduras.
Aunque todavía no se conocen resultados definitivos de las elecciones del 30N, ya se reclaman profundas reformas legales y constitucionales que, de ser aprobadas, deberán pasar la prueba del ácido de una nueva justa electoral. Después de doce años con el control de los poderes del Estado, el Partido Nacional -sobreviviente del otrora robusto bipartidismo- debió acceder a cambios en las reglas de elecciones para abrir el sistema político partidario a un nuevo ocupante. Sin embargo, “el partido más grande” (el del voto indeciso) está exigiendo cambios más radicales, que favorezcan una mayor legitimidad y certidumbre para los votantes.
El 30/11/2025 y su estrecho resultado en el nivel presidencial, que la moderna tecnología no es capaz de hacer más confiable, confirma que la petición ciudadana de reformas profundas es, además de necesaria, indispensable. Aunque las preferencias políticas del “partido más grande” son volubles, no son caprichosas. El reparto partidario del Congreso y municipalidades dejan claro que la confianza no es infinita