Los terremotos del jueves 18 y viernes 19 de septiembre también pusieron al descubierto las debilidades del sistema económico y político-administrativo de los mexicanos. Si bien, la solidaridad del pueblo y la ayuda recibida desde el extranjero auxilió a miles de los afectados, se evidenció la desorganización interna. Por ejemplo, el denominado Departamento del Distrito Federal, que ocultaba la inexistencia de una verdadera Alcaldía para la Ciudad de México, no fue capaz siquiera de determinar el número de víctimas mortales, tampoco de dar cuenta de los insumos para los damnificados calculados en unos 250,000, a tal punto que el retiro de escombros se prolongó durante toda una década.
En el contexto económico y político, México transitaba por la mitad del gobierno del PRI encabezado por Miguel de la Madrid, que aplicaba un drástico programa económico de corte neoliberal dada la vulnerabilidad del país derivada de la crisis de la deuda y de las turbulencias en la economía internacional. Desde esa época, el PRI venía en franco desgaste, con varios grupos sociales y políticos cooptados como apéndices del partido oficialista pero, sin eliminar el inconformismo popular latente. La derecha tradicional agrupada en el PAN estaba en crecimiento pero no acumulaba suficiente fuerza todavía. El régimen aplicaba una política exterior activa proyectando una imagen de pluralismo político pero, simultáneamente, un férreo y hábil control político al interior. Prácticamente un partido único después de la revolución mexicana (1910-1920) con algunos cambios de nombre, pero, en el que cada sexenio, el presidente vigente iba escogiendo su sucesor dentro de su propio gabinete de gobierno en base al conocido “dedazo” o “destape”. En el caso del presidente De la Madrid, inclinó su dedo en la cabeza de su ministro de Programación y Presupuesto, Carlos Salinas de Gortari.
Las sacudidas del 85 fueron menores en comparación al sismo que surgió a lo interno del PRI camino a las elecciones de 1988. Ese cisma dentro del partido oficialista provocó la formación del Frente Democrático Nacional (FDN), que más adelante daría paso al Partido de la Revolución Democrática (PRD), colocando como candidato presidencial a Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del expresidente de la corriente priista (1934-1940) Lázaro Cárdenas, a quien se le acredita la nacionalización del petróleo.
En realidad, luego de los terremotos de septiembre de 1985, hubo un leve período de pausa con la realización en México del Mundial de Fútbol de 1986, aunque el ambiente político no cesó en calentarse. Simultáneamente, en Honduras, hervía también el ambiente político-electoral con las pretensiones del presidente Suazo Córdova, coincidiendo en otro contexto, también de afanes continuistas defraudando las esperanzas surgidas en el retorno a gobiernos civilistas. La crisis se resolvería con la mediación oportuna y pragmática del jefe de las Fuerzas Armadas y organizaciones sindicales que hicieron llegar a un acuerdo para se permitiera mayor participación al interior de los dos partidos tradicionales de la época. La denominada “opción B” fue la fórmula para salir del conflicto.
Ciertamente, los terremotos del 85 en México marcaron una época importante en América y el mundo. Conflictos de baja intensidad en Centroamérica, señales de crisis en el bloque soviético, auge del “reaganomic” y el neoliberalismo, y tantos otros acontecimientos que definieron el futuro y el actual presente de uno de nuestros hermanos mayores latinoamericanos.