En el pasado, la vieja izquierda era más fácil identificarla, toda vez que contaba con partidos políticos inspirados en el pensamiento marxista leninista. Con la caída de la Unión Soviética, habitualmente reconocida como la heredera del pensamiento del socialismo científico por parte del movimiento comunista internacional, aquellos partidos tenían una limitante y es que con el tiempo devinieron en una especie de sectas al tener una estructura organizativa y comunicativa muy apegada a la experiencia histórica de la Unión Soviética. Se convirtieron en instancias dogmáticas, cuyos postulados aparecían como irrefutables.
Aquellos partidos contaban con unos estatutos que eran documentos que regían la vida interna de las organizaciones, establecían los vínculos con las organizaciones de masas y fijaban la disciplina partidaria, disciplina donde la moral y la ética constituían valores irrenunciables en la vida de la militancia y en la administración de los bienes públicos, contaban con un programa de gobierno casi similar para todos los partidos. En esos programas se fijaban las tareas de la revolución, las cuales empezaban con la recuperación de todos los medios de producción en manos de la burguesía, para ser traspasados a los trabajadores del campo y de la ciudad.
Aquellas instancias organizativas, al tener un carácter rígido y en consecuencia inaplicables para todas las naciones, se constituyó en un obstáculo para el desarrollo y para la aplicación de las ideas marxistas, se promovieron no como una guía para la acción, sino más bien en algo parecido a un recetario, que es todo lo contrario a la dialéctica marxista.
La existencia de los partidos comunistas en una mayoría de naciones fue un factor clave para entender lo que se conoció como Guerra Fría, que no era más que la lucha entre las dos superpotencias surgidas después de la Segunda Guerra Mundial. La confrontación entre Estados Unidos y la antigua Unión Soviética no se daba solamente en el campo militar, era una lucha de tipo económico y, sobre todo, en el campo de las ideas, donde cada uno de los sistemas se presentaba ante la población como el sistema ideal para desarrollar todas las potencialidades de la vida humana.
Aunque por ahora el comunismo no representa ninguna amenaza para el capitalismo, sus ideas siguen presentándose como un fantasma para sembrar espanto en aquellos sectores poco informados.En América Latina, exceptuando a Cuba, que, a pesar de las dificultades, las ideas socialistas siguen teniendo vigencia, pero aun así, los sectores conservadores presentan las experiencias de Venezuela, Nicaragua y Cuba como amenaza de un comunismo inexistente. La experiencia histórica demuestra que las revoluciones no se exportan. Surgen como expresión de las propias contradicciones de una sociedad en particular, de igual manera, en el otro extremo, las revoluciones o el socialismo no se instauran por decreto o por una declaración pública.
No hay que confundir socialismo con asistencialismo, más cuando los programas sociales tienen un interés electoral.