Las mujeres tienen que soportar que les digan que ellas hablan más, pero ese ataque no resulta suficiente, sino que les dicen que ellas hablan más de sentimientos que de ideas, en el falso supuesto, claro está, de que las ideas son más importantes que los sentimientos.
También tienen que escuchar que hablan de más y que inventan, es decir, que les digan chismosas. Que una mujer debe ser recatada en su hablar (y en su andar), que una dama no habla así, que así hablan los hombres, los machos, las reprenden. ¿Cómo así? Así, usted sabe. Que se escucha horrible cuando una mujer dice una palabrota, las increpan. Que ellas están incluidas en el masculino gramatical, les argumentan. Que desdoblar el género no es gramatical, lloran algunos con pose doctoral. Que politizan la lengua, les reclaman. Como si la lengua no se impusiera en los territorios con criterios políticos, como si no creyéramos que hay una variante de prestigio, que se impone también por razones políticas y sociales.
Les dicen que calladitas se ven más bonitas. Que escuche y que no hable, que el modo imperativo del verbo no les pertenece, que eso es para otras voces más graves: andá, entrá, vení, servime, callate, vestite. Que a los maridos se los trata de usted, pero ellos tratan de vos a sus esposas. Por definición esa es una relación lingüística asimétrica, ¿solo lingüísticamente asimétrica?, me pregunto yo.
Que todas mienten, se lee en los buses. Que son solo frases (vulgares) en los buses y las mototaxis, que son solo piropos en la calle, les dicen, que no les hacen nada con eso. Que qué es eso del acoso callejero, les preguntan. Palabras no descalabran, justifican. Que cómo se equivocó la reina de belleza y la presentadora de televisión, murmullan, y corren a calificarlas. En fin, que eso de la violencia simbólica y lingüística es solo una exageración, cosas de estos tiempos modernos, alegan algunos. Que ya no es como antes, lamentan otros.
Que si escriben, escriben sobre ellas y sobre sentimientos, las atacan. Que por qué concursos solo de mujeres, que por qué antologías solo de mujeres, que por qué colectivos literarios solo de mujeres, rabian algunos. Tal vez porque en el pasado mientras los hombres escribían sus obras maestras, ellas debían atender la casa, a los niños, a los mismos autores (como si fueran un hijo más) y todos aquellos “asuntos de mujeres”, porque esa era la categoría de muchas cosas, propias de las mujeres y propias de los hombres.
Que es la verdad, les dicen (como si hubiera una verdad), cuando las califican con insultos. Pero ¿no son acaso las mismas acciones y actitudes de los hombres? Lo extraño es que los calificativos son distintos.
Pero yo digo que si alguien auténticamente piensa que una mujer habla más es porque definitivamente no me conoce a mí, ni a muchos otros hombres que, como yo, hablan mucho. Diría que en general desconocen la condición humana. Y si acaso fuera cierto (que estoy seguro de que no) se debería más bien a que el machismo nos ha privado a nosotros los hombres de expresarnos más y con más libertad. Y en el último de los casos, hablar mucho se trataría más bien de una cualidad y no de un defecto. Eso de reprimirse no está bien. Y así con cada falso argumento, así con cada maltrato.
Por cierto, este artículo un minuto antes de terminarse y enviarse se llamaba “La lengua contra las mujeres”, pero reflexioné que no es la lengua, más bien son los hablantes contra las mujeres.