Libre de redes

Yo solo quiero contar que, de momento, se siente bien no tener redes sociales. No me siento desconectado de nada, más bien tengo una bonita sensación de libertad”

  • 18 de noviembre de 2025 a las 00:00

Hace algunos meses (no muchos) decidí dejar las redes sociales. Fue una decisión auténtica y espontánea, y ahora mismo me siento muy bien al respecto. Pero debo ser sincero: no fue fácil, en un principio temí perderme de lo que pasaba en el mundo, no enterarme de cursos, por ejemplo, o quedarme fuera de la conversación. Sin embargo, sopesé y era mucha más la ganancia. No es ese el mundo que me interesa ni tampoco es esa la conversación que quiero.

Pronto me di cuenta de que el contenido audiovisual que consumía, aunque alguno de corte académico y cultural, quería esencialmente dos cosas: o mi aprobación expresada en tiempo de reproducción, vistas, “me gusta” y “compartir”; o bien convencerme o venderme algo, directa e indirectamente. En sus ecuaciones yo era un medio para alcanzar sus objetivos, y era, además, el único que perdía algo.

Me abrumé de la cantidad de libros que quería leer, de la cantidad de series y películas que quería ver y, lógicamente, debido a mis ocupaciones no podía. Quería ir a un lugar y al otro también. Es que son tantas las recomendaciones. Me asqueé de los bombardeos ideológicos y, por supuesto, de cada una de las mentiras disfrazadas de oveja que me decían en los videos. Muy poco se salvaba. El algoritmo parecía haber encontrado la forma de inquietarme y molestarme.

Y, paradójicamente, mi escala de valores del ocio había cambiado: por ver la pantalla pequeña de mi teléfono, que me notificaba una reacción o un mensaje nuevo, me perdía el trabajo de dirección y las actuaciones de una película. La red social estaba antes que el filme. Ya no me sentía espectador de cine, sino un anotador de recomendaciones, cada una más exacerbada que la otra. Eso solamente por hablar nada más de una cosa.

No pretendo que nadie siga lo que podría llamarse, muy vagamente, mi ejemplo. Porque ni siquiera sé si es un ejemplo para seguir, lo más seguro es que no. Lo mío más bien es una acción que busca respuestas únicamente para mí, y si alguien se ha de cuestionar con mis acciones, que sea también desde la autenticidad. Así como yo me cuestioné el uso de las redes sociales, desde hace mucho, a causa de personas que decidieron no tenerlas.

Un poeta amigo me catalogó como “ermitaño digital”. Y me agradó mucho el término, porque si bien la palabra “ermitaño” se define en el Diccionario de la Lengua Española como una “persona que vive en soledad”, hay dos cosas que me parecen valiosas: primero, es una decisión, además, una válida; y segundo, contrario a lo que se pudiera intuir, el ermitaño no busca tanto desconectar con lo que ya conoce, busca más bien conectar con algo con lo que es más difícil hacerlo: uno mismo, el entorno, la naturaleza o Dios.

Yo solo quiero contar que, de momento, se siente bien no tener redes sociales. No me siento desconectado de nada, más bien tengo una bonita sensación de libertad. De todas maneras el sustantivo concreto en su forma plural “redes” me remite a captura. Sé, por supuesto, que tiene otros significados, casi opuestos, pero es inevitable que se me venga a la mente la figura de un cardumen atrapado en una red, listo para ser sacado de su hábitat y comercializado. Es que pocas veces es tan fácil hacer una analogía, porque pocas veces me sentí tan atrapado, tan alienado, tan utilizado.

Josué R. Álvarez
Josué R. Álvarez
Escritor y docente

Autor de “Guillermo, el niño que hablaba con el mar”, “Instrucciones para un taxidermista” y “De la estirpe del cacao”. Ganador del Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, el Concurso de Cuentos Cortos Inéditos “Rafael Heliodoro Valle” y el Premio Nacional de Poesía Los Confines.

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