Muy pocas horas faltan para que el pueblo hondureño culmine uno de los episodios más delicados de su vida republicana. Como nunca, antes de una elección para escoger las autoridades supremas, los ciudadanos han experimentado momentos en que se han mezclado, con una peligrosidad explosiva, los sentimientos de ansiedad, frustración, temor, inseguridad, desconcierto y hasta de rencor y venganza.
Sin embargo, frente a estas calamidades emocionales, surge la luz de una esperanza en el sentido de que las urnas reflejarán el inicio de un cambio político, en el cual, los nuevos conductores del país procurarán de manera sabia, capaz y patriótica, superar los niveles deplorables de atraso generalizado que se han venido incrementando aceleradamente en los últimos años.
Los sondeos de opinión indican que el pueblo esperanzado se lanzará masivamente a votar, con la idea de borrar de una vez por todas las amenazas que sobre nuestra incipiente democracia, se ciernen por la obstinada e irracional pretensión de un sector minúsculo político, de imponer (a puro tubo) ideologías que ya probaron ser causantes de la ruina de países hermanos de Latinoamérica.
Es alentador descubrir que más de la mitad de nuestros jóvenes electores no tienen en su cuerpo tatuada la insignia de ningún partido político, que ya superaron la afiliación obligatoria al partido de sus ancestros, que la inclinación es a escoger figuras que prometan, con un cierto grado de confiabilidad y mediante la aplicación de marcos modernos de administración pública, conducir al país por senderos de prosperidad.
Los jóvenes dejaron de ser promesas del futuro para convertirse en realidades del presente; ahora lo que falta es que los administradores de las instituciones políticas, presentes y futuras, asimilen estos cambios y que dichas dirigencias partidarias entiendan que el método de la escogencia de candidatos, por razones estrictas de lealtad política o de activismo, ya no caben, que deberán empezar a efectuar una selección minuciosas de figuras calificadas con altos valores morales, cívicos y patrióticos, basados también en una capacidad académica para identificar problemas y aplicar soluciones.
NO MÁS planillas con rellenos de honorables desconocidos, NO MÁS apertura de espacios en esas planillas para brindar sombras protectoras a personajes anteriormente señalados por ineptos o por actos deleznables de corrupción.En estas horas cruciales, la ansiedad del elector se basa en que el proceso eleccionario ha sido bombardeado desde su inicio por perpetradores con nombre y apellido y con una afiliación partidaria definida.
Esta preocupación de alguna manera se mengua por la presencia en el país de un grupo inédito de observadores nacionales e internacionales que darán fe de que los propósitos perversos de enturbiar el proceso no dieron frutos, particularmente para aquellos otros personajes que pretenden esconderse detrás de los telones del anonimato con el único fin de aferrarse obstinadamente al poder para seguir abusándolo y continuar gozando ilegítimamente de sus mieles. Finalmente, recordamos que prepararse para las elecciones, no debe parecerse a prepararse para la guerra.