La Iglesia cristiana tiene una milenaria historia a través del poder y la política. Su papel ha evolucionado en el tiempo haciéndose cada vez más sutil esa participación política. En los últimos siglos, su dinámica ha variado entre los intereses de las minorías poderosas y los del pueblo pobre.
Desde sus orígenes en el siglo I, el cristianismo enfrentó persecuciones, pero también fue un vehículo de cohesión social y cultural.
Con el emperador Constantino (313 d.C.), la religión cristiana fue legalizada, lo que facilitó su crecimiento y establecimiento como fuerza unificadora.
Durante la Edad Media, la Iglesia católica adquirió un poder significativo, interviniendo en asuntos de Estado. El papa era considerado no solo un líder religioso, sino también una poderosa figura política.
El Sacro Imperio Romano Germánico estableció una simbiosis entre la monarquía y la Iglesia, donde los emperadores eran coronados por el papa, legitimando su poder. La intervención de la Iglesia era tal que además de ungir reyes podía derrocarlos; favorecía o desfavorecía reinos e imperios, promovía guerras, organizaba ejércitos (Las Cruzadas), lo que le permitió consolidar poder político y territorial.
En 1789 la Revolución Francesa terminó separando la Iglesia del Estado; la religión de la política favoreciendo una redefinición de esas relaciones.
La Iglesia católica jugó un papel crucial en la colonización de América, fusionando la expansión del cristianismo con el dominio colonial. Bajo la cruz y la espada se impuso en el nuevo continente la esclavización y explotación de la población nativa. Voces valientes como fray Bartolomé de las Casas (1474-1566) desafiaron aquellas crueldades.
Desde el momento en que los españoles pisaron el continente americano se inició la Santa Inquisición; las primeras ordenanzas contra “blasfemos” con ejecuciones fueron promulgadas por Hernán Cortés en 1520.
Durante todo el período colonial la Iglesia continuó como garante del orden de cosas. La Iglesia católica centroamericana estaba alineada con los conservadores, que defendían el orden social y el poder tradicional oponiéndose a la ideología liberal, unionista y seglar del prócer Francisco Morazán, quien promovió la separación de la Iglesia del Estado y de la política. Su asesinato en Costa Rica en 1842 produjo algarabía en círculos clericales.
En el siglo XX hubo disimulo por parte del Vaticano frente al ascenso del nazismo. Fue elocuente el silencio del papa Pío XII ante el holocausto, al adoptar una neutralidad y falta de una condena valiente frente a aquella barbarie, lo que ha dejado una huella incómoda en la historia de la Iglesia católica. Pero hubo una versión contemporánea de fray Bartolomé de las Casas con el cardenal alemán Michael von Faulhaber condenando la persecución y exterminio del pueblo judío.
La Iglesia ha tenido figuras valientes en la reivindicación y defensa de su doctrina social. Figuras contemporáneas como Helder Cámara, Camilo Torres, Ernesto Cardenal, Óscar Arnulfo Romero y Guadalupe Carney son fuente viviente de la Iglesia liberadora, aquella del lado de los pobres que tomó impulso a partir del Concilio Vaticano II convocado por el papa Juan XXIII. Esas figuras emblemáticas en la historia moderna del papel social de la Iglesia han dejado un legado a los pueblos cristianos, de búsqueda de la justicia, igualdad, concordia y solidaridad; la defensa de los valores personales, familiares y los derechos humanos.
Es inevitable la acción política de la Iglesia, así ha sido, así es y así continuará siendo, mas no debe sesgarse con caminatas y prédicas sectarias desde púlpitos ni ser parte de calculadas estrategias partidistas electorales