La gran encrucijada de la ONU

​​​​​​Las Naciones Unidas (ONU) celebra 80 años de vida con enérgicos discursos de líderes mundiales, en medio de un ambiente en el que se plantean serias dudas sobre la efectividad de ese organismo multilateral, el más importante del mundo, al que, sin embargo, muchos censuran por la poca influencia que ejerce.

  • 26 de septiembre de 2025 a las 12:37

Mientras la guerra en Ucrania no cesa, las acciones militares de Israel en la franja de Gaza tampoco, y la agitación global abarca migraciones, medio ambiente y guerra comercial, la ONU recibió a los principales líderes mundiales, quienes llegaron a exponer ante la Asamblea General sus puntos de vista sobre los problemas que les aquejan o preocupan. Varios de ellos censuraron –abierta o veladamente– la falta de efectividad de la ONU para resolver conflictos y promover cambios sustanciales en el mundo.

Donald Trump dijo que la ONU “no resuelve sino promueve conflictos” y se quejó hasta del mal funcionamiento de las gradas y el teleprónter para la lectura de su discurso. Otros fueron más profundos y demandaron cambios en las estructuras del organismo. No faltaron las críticas al poderoso veto que está en manos de las cinco potencias mundiales –EEUU, China, Rusia, Reino Unido y Francia–, el cual puede impedir decisiones apoyadas por la gran mayoría de países, como se vio recientemente con la iniciativa para ordenar un cese al fuego en Gaza, vetado por el representante estadounidense.

La ONU se creó en 1945 para prevenir guerras, fomentar la cooperación internacional y el respeto a los derechos humanos. Ochenta años después llueven las críticas internacionales, porque las guerras no se detienen, las crisis humanitarias persisten, y las acciones multilaterales pierden fuerza ante las intervenciones de países o, en caso menos dramático, de bloques de naciones que buscan soluciones en lo que parece ser un emergente orden geopolítico.

El problema no radica en que la ONU no pueda decir “NO” a una guerra, el problema es que no la pueda detener, ni siquiera influir en el destino de esta, como se ha visto reiteradamente con Ucrania y Gaza. En ambos casos, la voz de Naciones Unidas ha pesado menos que las que puedan tener unilateralmente Estados Unidos, Rusia o Israel. Incluso las negociaciones para buscar el fin de la guerra o el cese de acciones militares se reducen a unos pocos protagonistas, sin tomar en cuenta la voz del ente político global.

Lo más rescatable de esta Asamblea General es que ha demostrado que sigue siendo un foro para exponer ideas. Eso tiene valor. Las voces de los líderes mundiales han resonado más allá de Nueva York, aunque al fin de las reuniones, mucho me temo que todo quedará solo en eso: palabras y más palabras...

El clamor, casi generalizado, es que la ONU debe reinventarse para no declinar o llegar al colapso. Los ojos de los críticos se centran en los cambios que reclaman para la gobernanza del organismo. Sí, todo apunta a que ha quedado anacrónico el formato en el que un super poderoso Consejo de Seguridad es el que tiene la última palabra en las resoluciones importantes, pero sin obligación de tomar en cuenta lo que se vota en la Asamblea General, representante de la gran mayoría de países.

Por otro lado, la ONU se ha visto debilitada este año por su dependencia financiera de Estados Unidos, sobre todo, porque Trump ha decidido retirar el apoyo financiero de los organismos de Naciones Unidas que trabajan para causas humanitarias. Eso ha planteado a lo interno, la necesidad de reinventarse en muchos sentidos, lo que no resulta fácil en una estructura compleja como la que se ha ido anquilosando con el paso del tiempo.

Lo que se ha visto por estos días, es que el foro sigue siendo insustituible para construir relatos, incluso aunque los discursos no producen resoluciones vinculantes. Trump convirtió el estrado en altavoz de su doctrina soberanista, anti-migración y poca amistosa con el medio ambiente; Lula y Macron, en defensa del orden basado en reglas; Petro lo utilizó para exponer una denuncia y Abbas, el líder de la Autoridad Palestina, su tribuna para exponer una ruta de salida a la crisis de Gaza.

Ningún otro escenario ofrece la posibilidad de escuchar voces diferentes, incluso, aquellas que pueden estar confrontadas por ideologías políticas, ambientales o de cualquier derecho humano.

El debate sobre la necesidad o fracaso del multilateralismo continuará, pero cabe preguntarse, ¿por qué surgen cada vez más bloques a lo largo y ancho de los continentes, ya sea políticos o económicos comerciales? Puede haber varias respuestas, pero una de ellas, no me cabe duda, es porque en el seno de la ONU se dan pocos resultados concretos a las necesidades globales.

Con la era de la informática, de la inteligencia artificial y de las comunicaciones inmediatas, la ONU debe dejar su lento caminar. Lograr el cambio no es sencillo, pero el panorama mundial demuestra que hoy, más que nunca, se requiere de un organismo ágil, dinámico y, sobre todo, eficiente.

La era de los cambios lentos ha quedado atrás. Personas, empresas, corporaciones u organismo internacionales que no se adapten a la velocidad para cambiar que demanda la modernidad, corren el riesgo de tener una lenta muerte... en el mejor de los casos.

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