Escribió Benedetti: “El inconveniente de la autocrítica es que los demás pueden llegar a creerla”, quizás por eso muchos -sin conocer el verso del poeta uruguayo- prefieren no referirse a sus propios errores, deficiencias y complejos, porque además tendrán que comprometerse a cambiar. Esta quincena de mayo en celebraciones de los periodistas escuché a muchos compañeros juzgar y quejarse, sin verse en los espejos.
No son buenos tiempos para el periodismo; la irrupción de internet y de las redes sociales rompió la tradición informativa a través de medios que fueron forjándose, aprendiendo a través de siglos de práctica, como los periódicos, y más tarde la radio y la televisión, que aún con sus vicios e imperfecciones, contrastaba, verificaba y balanceaba la información.
Los reconocidos intelectuales de cada país: periodistas, escritores, pensadores y científicos eran los que producían un contenido aceptable, que aportaba algo, acercándose a la vieja premisa de informar, educar y orientar. Aunque algunos sucumbían a la tentación de mentir y tergiversar, no era la norma, y lo vulgar y ordinario no se aplaudía como ahora.
En todos estos años revisando guiones y notas de tantos periodistas me fui desencantando por la pobreza cultural, la falta de creatividad, la dificultad de construir una oración y hasta una espantosa ortografía -que debieron aprender en la primaria-, porque tienen desafecto por los libros y desapego con el conocimiento.
¡Alto! Este déficit cultural no es exclusivo de los periodistas, se nota también en muchos abogados, médicos, ingenieros, economistas
-considerando sólo a quienes tuvieron la fortuna de ir a la universidad-, por eso el debate es tan pobre, la discusión estéril, el pensamiento limitado, el país estancado.
Pero este mes se dedicaron a reclamar “libertad de expresión”. Eso lo defenderemos toda la vida; es clave para la sobrevivencia democrática y el esquivo desarrollo. Me impresiona este reclamo porque veo a todas horas que atacan y destruyen a quien sea. Mienten y en entrevistas mentirosos falsean y publican a falsarios, sin que pase nada.
La violencia verbal política ha subido varios tonos y casi se ha vuelto normal; los politiqueros saben que en cada esquina hay un micrófono y cámara para derramar su verborrea cáustica y con confiada impunidad acusan al adversario -sin pruebas- de narco, ladrón, vicioso y algunas cosas más que aquí no podemos repetir.
El periodista permite esa falta de respeto hacia él y su público, y hasta goza con esos personajillos de la fauna política, que únicamente atizan esta profunda división y confrontación, siguiendo nada más su codiciosa y desesperada necesidad de poder.
La crisis somete a los medios de comunicación, varios agonizan insalvables, y eso nos afecta a todos. La reflexión por estos días debería ser cómo mejoramos para salvar los muebles de la politiquería barata y la toxicidad de las redes. Nos va la vida en ello.