La ciudad que me contaron

Quisiera felicitar a los habitantes de esta curiosa ciudad. Habitarla es retador. Demos lo mejor de nosotros, para que este espacio que nos han heredado sea un mejor lugar para vivir

  • 30 de septiembre de 2025 a las 00:00

Hay una Tegucigalpa oral, una que ha sido contada por generaciones y que, a los que aún no superamos los cuarenta años nos resulta desconocida. Sé que es una ciudad que está filtrada por la nostalgia y no por el humo, como sucede de tanto en tanto por aquí. De todas maneras a mi me gusta pensar y creer en esa ciudad que podríamos llamar de la memoria.

A mí me contaron que en otros tiempos el clima de esta ciudad era fresco y, consecuentemente, más agradable. No es que el clima de Tegucigalpa sea terrible, los hay peores, pero definitivamente es una ciudad que podría catalogarse como calurosa. Sobre todo en los últimos años, en los que el calentamiento global nos ha abofeteado con mucha más violencia.

También me contaron de una ciudad más pequeña. Lugares que hoy reciben el adjetivo de céntricos, como la Kennedy, fueron en algún momento la periferia. Esta ciudad, como toda buena capital ha crecido con orden y desorden a partes iguales. Los capitalinos transitaban caminos de tierra en verano y de lodo en invierno.

Me hablaron de cines que ya no existen más, con otras costumbres y más sencillos. También de un teatro que sobrevive, solamente cambia de actores, orquestas, directores y obras. De parques que también sobreviven y que no eran temidos y de iglesias que se siguen llenando de feligreses los domingos. Todavía no existían los centros comerciales; los mercados, entonces, eran el síntoma de la salud financiera de este país. Por entonces, todo parecía más autóctono, más nuestro. El mundo no se había globalizado ni este pequeño patio internacionalizado. Pero no caeré en la tentación de pensar ni decir que aquello era mejor, son solo dos etapas de un proceso mucho más grande. Después de todo, esta pequeña ciudad es una pieza más en el efecto dominó internacional.

Me contaron que esa ciudad era habitable de madrugada, hasta hacían fiestas de las que las personas se retiraban a pie. ¡Cuántos secretos guardaron las calles iluminadas por la luz de la luna! .Esa Tegucigalpa en concreto a todos les parece más segura, aunque no me atrevería a decir que menos violenta. La violencia quizá solamente ha cambiado de agentes, de pacientes y de formas, pero persiste.

De esa ciudad nos quedan muchas ubicaciones, un estadio, algunos puentes, icónicas escuelas, mercados que son auténticas aves fénix y sus calles transformadas. Cuando por casualidad la vemos a esta ciudad en una foto y no dependemos nada más de las descripciones, que son naturalmente imprecisas, nos parece familiar. Cuando nos hablen de esa ciudad, escuchemos; porque solo existe en las memorias con canas, y el día que ya no estén, ya no estará más esa ciudad. Se habrá ido para siempre. Solo tendremos esta, en la que vivimos, que no está mal, pero no voy a negar que aquella, como se diría popularmente, tiene su magia. Y como les dije antes, me gusta pensar en ella. Aquella ciudad nostálgica, me hace querer esta presente.

Quisiera felicitar a los habitantes de esta curiosa ciudad. Habitarla es retador. Demos lo mejor de nosotros, para que este espacio que nos han heredado sea un mejor lugar para vivir.

Josué R. Álvarez
Josué R. Álvarez
Escritor y docente

Autor de “Guillermo, el niño que hablaba con el mar”, “Instrucciones para un taxidermista” y “De la estirpe del cacao”. Ganador del Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, el Concurso de Cuentos Cortos Inéditos “Rafael Heliodoro Valle” y el Premio Nacional de Poesía Los Confines.

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