Vuelve a ser noticia el modelo de gobierno que encabeza Nayib Bukele, y en la presente coyuntura, no precisamente por características positivas. Retomamos algunas ideas de un ensayo publicado a inicios de 2024 en las semanas previas a los comicios en los que se reeligió por primera vez logrando también el control absoluto de la Asamblea Legislativa. Precisamente, esta Asamblea integrada por 57 -de un total de 60 diputados- pertenecientes al partido gobernante, reformó a finales de julio de 2025, y sin mayor debate, la Constitución, aprobando la reelección presidencial indefinida, la ampliación del período presidencial a 6 años y la eliminación de la segunda vuelta, entre otros cambios. Muchos lo interpretaron como una reforma con dedicatoria, haciendo “su agosto” en línea con las fiestas nacionales.
La figura de Bukele ha trascendido, incluso, más allá de América Central, destacando la efectividad de sus medidas de combate a la delincuencia, logrando neutralizar el accionar criminal de las maras y pandillas, encarcelando a sus cabecillas y miembros en centros de alta seguridad. En lo económico, sus logros siguen siendo muy escasos, aun en un escenario optimista. Sigue siendo el país con menor flujo de inversión extranjera en la región, carga un altísimo endeudamiento público (al menos un 85% del PIB), muy baja tasa de crecimiento económico, fuerte dependencia de las remesas familiares y desequilibrio en su comercio exterior. No obstante, estos resultados económicos se ven compensados por una mayor atracción del turismo extranjero y un potencial ambiente de negocios todavía pendiente de concretarse totalmente. Todo esto, en un contexto de mayor concentración del poder anclada en la indiscutible popularidad del
presidente.
La reelección en febrero de 2024 fue cuestionada debido a las ambigüedades en el texto constitucional. No obstante, la oposición ha sido gradualmente aplacada por la contundencia de los éxitos en materia de seguridad que sirven de ejemplo y prácticamente de “modelo” para otras partes del mundo. Para remachar, su cercanía y afinidad con la administración Trump (aunque dañina para los migrantes) le ha permitido esquivar cuestionamientos surgidos en grupos conservadores, pasando a ser considerado uno de los gobernantes “consentidos” de la Casa Blanca. Su política exterior es claramente en contra de los gobiernos de izquierda sin importar sus “tonalidades” ideológicas. Irónicamente, su enfrentamiento con los regímenes de izquierda rotulada “más radical” -léase Maduro en Venezuela y Ortega-Murillo en Nicaragua-, en la práctica no ha hecho más que reproducir en El Salvador una concentración y continuismo en el poder haciendo ver a estos países cada vez más parecidos entre sí. En otras palabras, Bukele se ha ido convirtiendo justo en lo que ha criticado a los regímenes de Maduro y Ortega.
Lo cierto es que Bukele ha triunfado en elecciones relativamente limpias bajo las reglas estándar en el occidente. En el marasmo de paradojas, el “pulgarcito de América” ha cobrado grande fama en el mundo por contar con presidente venido originalmente de la antigua guerrilla izquierdista del FMLN, a uno de derecha agrupado básicamente en el partido Nuevas Ideas. Tiene “capturada” la simpatía de los votantes por haber encarcelado a unos 80,000 pandilleros sin permitir que tal proceso se atrase por la vigencia de los derechos humanos de muchas personas que se consideran inocentes. El Salvador se convirtió en el país con la mayor tasa de encarcelamiento en el mundo. Pero, ¡cuidado! la “bukelización” tiene más raíces y ramificaciones