¿Cuáles son las causas raíz de los problemas políticos en Honduras? En esencia, son luchas por el poder: poder para controlar y beneficiarse de los recursos del Estado, poder para dominar la justicia y las leyes, poder para influir en la opinión pública y, por supuesto, poder para mantenerse en el poder. Pero debajo de esto se libra una batalla por quién tiene la autoridad moral para definir qué es lo “bueno”, lo “justo” o incluso lo “hondureño” para legitimar sus posturas por el poder. Esta disputa se desarrolla en los medios de comunicación, en redes sociales y en las campañas políticas.
Si Honduras logra llevar a cabo elecciones generales limpias en 2025, es muy probable que la continuidad o el cambio de gobierno no se decida por la calidad de las propuestas en salud, educación, seguridad o empleo, ni por quién tenga más recursos para hacer campaña. La verdadera disputa será simbólica: quién conquista la narrativa dominante, quién gana la batalla cultural. Es decir, quién logra instalar su visión sobre los valores, la historia, los símbolos y la identidad nacional.
Esta batalla no es nueva. Desde hace más de una década, ideas progresistas -como la diversidad sexual, el feminismo, el laicismo y el antineoliberalismo - han chocado con valores conservadores como la familia tradicional, el machismo, la religión y el mercado. Pero estas tensiones fueron capitalizadas hábilmente por el Partido Libertad y Refundación (Libre) a partir del golpe de Estado de 2009, dando paso a su proyecto refundacional. Esta batalla cultural se ha intensificado durante los años que Libre ha estado en el poder, al intentar cambiar la antigua trayectoria e implantar su visión de país con el objetivo de alcanzar lo que el marxista Antonio Gramsci llamaría “hegemonía cultural”: la capacidad de dirigir culturalmente a la sociedad mediante un nuevo sistema de valores, ideas e identidades.
Por ejemplo, la inclusión del libro “El Golpe 28-J: Conspiración transnacional, un crimen en la impunidad” como lectura obligatoria en el sistema educativo. Aunque luego se matizó, el mensaje ya había sido enviado: hay una narrativa histórica “correcta” que debe ser enseñada. Para sus críticos, esto representa una imposición ideológica y una forma de adoctrinamiento desde el
Estado. Para sus defensores, es una forma de justicia histórica. En este caso, se disputa la memoria histórica, el control de la educación y la identidad nacional.
La batalla cultural simplifica el discurso electoral al dividir al electorado en “nosotros” versus “ellos”. En lugar de discutir propuestas concretas, se apela a emociones, identidades y valores. No se trata de prometer cambios, sino de presentarse como los “verdaderos defensores” del país, del trabajador, la familia o la fe. En este contexto, las elecciones generales de 2025 no solo decidirán quién ocupará los cargos de poder, sino también qué visión del país prevalecerá.