Hollywood ha muerto. Lo que alguna vez fue la cuna de la creatividad y la excelencia cinematográfica ahora es un teatro de adoctrinamiento donde la ideología reemplaza al talento y la diversidad forzada ahoga la meritocracia.
El ejemplo de Disney es patético: una empresa que solía cautivar a los niños con historias universales ahora está más preocupada por impartir dogmas que por entretener.
El público ha respondido: los fracasos taquilleros de The Marvels y Lightyear muestran que nadie quiere propaganda disfrazada de cine.Pero no es solo Disney.
La Academia de los Óscar, antaño un símbolo de prestigio, ha convertido su premio en un certificado de corrección política. Ahora, si una película no cumple con cuotas de diversidad impuestas por un pequeño grupo de activistas, simplemente queda fuera de competencia.
¿Dónde quedó la idea de que la calidad es lo que importa? “Reagan”, una película biográfica sobre el expresidente de EE.UU., fue descalificada no por su falta de mérito, sino porque no se arrodilló ante los estándares DEI (Diversidad, Equidad e Inclusión).
¿Es esto arte o simple propaganda? Y los actores, esos que antaño eran admirados por su talento, hoy se creen predicadores de la moral progresista. Robert De Niro, Meryl Streep y Mark Ruffalo no pierden oportunidad para lanzar diatribas contra Trump y cualquiera que no piense como ellos.
¿Desde cuándo la política de Hollywood tiene que dictar el rumbo del mundo? Es irónico que estos millonarios, viviendo en mansiones en Beverly Hills, pretendan dar lecciones sobre justicia social.
El impacto de esta ideología no se queda en las salas de cine. Se ha infiltrado en los hogares, en las escuelas y en la mente de los niños. Nos quieren hacer creer que el sexo es un concepto fluido, que los niños deben ser expuestos a identidades de género confusas desde la más tierna edad.
Sin embargo, la biología es clara: solo hay dos sexos; todo lo demás es una construcción artificial que puede generar serios trastornos mentales en los más pequeños. De hecho, ya hay estudios que muestran el incremento alarmante de ansiedad y depresión en niños expuestos a estas ideas.
Lo más insultante de esta agenda es que no ha sido votada ni aceptada por la mayoría, sino impuesta desde las alturas por un grupo de élites que se creen dueños de la verdad.
La sociedad no pidió esto. No pidió que la identidad de género se convirtiera en el centro del entretenimiento. No pidió que la corrección política destruyera las películas que solíamos amar.
Pero Hollywood sigue adelante con su experimento social, ignorando las señales del público. La caída en ratings, la baja asistencia a los cines y los fracasos financieros son el precio de su arrogancia.
Al final, la gente verá lo que quiere ver, no lo que le ordenen. Y a estas alturas, ¿a quién le importa un Oscar? Solo a ellos mismos.