Ganar o perder

Cada cuatro años se pierde -y excepcionalmente se gana- una clasificación al Mundial de Fútbol

  • Actualizado: 28 de noviembre de 2025 a las 00:00

Cada cuatro años se pierde -y excepcionalmente se gana- una clasificación al Mundial de Fútbol. Cada cuatro años vamos a elecciones y pasa algo parecido: se pierde un poco de República y excepcionalmente la nación gana algo de esperanza. En ambos procesos, la colectividad con la que compartimos identidad, sueños e historia construye sus propias ilusiones, hace planes y... se decepciona, por igual, cuando las cosas no salen como se esperaba.

La coincidencia no resultó obvia para mí, hasta hace una semana. Algunas circunstancias están frente a nosotros y no nos percatamos de ellas, porque su cercanía nos impide darnos cuenta de que siempre estuvieron a una braza de distancia. Aunque ya habíamos comentado sobre ella en 2009, con ocasión de la clasificación a Sudáfrica, no habíamos vuelto a hacerlo porque nunca un fracaso en la ruta a la máxima competencia balompédica se había presentado tan oportuna para encontrar conexiones con los sinsabores de la lucha político-electoral.

Con todo a su favor, la “H” dejó ir una oportunidad irrepetible de acudir a la fase final del campeonato que se llevará a cabo en 2026 en una triple sede de América del Norte (Canadá, Estados Unidos y México). Presa de su propia inseguridad y una conducción inadecuada, una joven generación de atletas aprendió una de las mayores lecciones que dejan las derrotas: son huérfanas y nadie las presume. Mientras la prensa califica como “fracaso” el resultado final, el público da la espalda a quienes no estuvieron a la altura de los héroes de proezas deportivas previas. Quizás sean recordados por los coleccionistas de estadísticas, pero nunca elevados a los panteones que la hinchada reserva a sus titanes.

En las justas electorales ocurre algo similar: con excepción de quienes lograron con perseverancia sobreponerse a reveses en las urnas, para emerger victoriosos uno o varios cuatrienios más tarde, solo los historiadores rememoran a los derrotados contendores de quienes recibieron la banda presidencial. Los detalles de sus carreras políticas se reducen a un par de líneas, mientras los triunfadores ocupan su lugar en un salón de retratos y en los contenidos de enciclopedias y textos de historia.

En ambos escenarios -el político y el deportivo-, se reserva un sitial especial a los villanos. A todos aquellos jugadores y dirigentes (en cancha o fuera de ella) cuya intervención (u omisiones) se puede responsabilizar por no haber obtenido un trofeo y el éxito deseado: fallar un penal, hacerse expulsar, provocar una falta definitoria, por citar algunas. En la contienda política, ausentarse en un momento clave de la campaña, un lapsus o gazapo en un discurso o entrevista, una reunión inexplicable e incómoda, entre otras. Si el lector hace memoria, seguro recordará varios ejemplos, en uno y en el otro ámbito.

El perdedor puede ser recordado como un villano por hacer trampa o ignorar las reglas del juego. Y, tanto los libros de historia como los círculos del infierno de Dante, les reservan para la posteridad un puesto infame.

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