¿Estoy atrapado en una ideología?

Como ciudadanos, necesitamos desarrollar una mirada crítica frente a las ideologías que nos rodean

  • 25 de enero de 2025 a las 00:00

Recuerdo la conversación con un amigo que defendía con vehemencia cierta política económica. Argumentaba que era la única solución a ciertos problemas y quienes la cuestionaban eran ignorantes o malintencionados. Cuando le señalé datos que mostraban ciertas fallas en su planteamiento, los desestimó mencionando que eran propaganda del bando contrario.

Me preocupó ver cómo su adhesión a esa ideología le impedía evaluar objetivamente la realidad. Estaba tan aferrado a su visión que se negaba a considerar cualquier evidencia que la contradijera. Su esquema de pensamiento era un filtro que distorsionaba su percepción del mundo.

Estas posturas pobres, de pensamiento único, suelen contaminar a personas o grupos que insisten en aplicar recetas ideológicas sin atender al contexto. Quieren imponer modelos preconcebidos sin adaptarlos a las condiciones sociales, culturales o económicas de una realidad concreta. Y cuando esos modelos fracasan, en lugar de cuestionarlos, buscan excusas o culpables externos.

Una ideología así se convierte en una camisa de fuerza que impide responder con flexibilidad y creatividad a los desafíos de nuestra realidad. Los que padecen este mal suelen repetir de formula acrítica fórmulas simplistas e ineficaces. La cerrazón les lleva a descalificar otras propuestas, tal vez válidas, que suelen acompañar a las cuestiones políticas o sociales. Quién tiene pocas luces, el que no estudia los asuntos, suele ser enemigo de la apertura de mente.

Un indicador de este tipo de ceguera es el rechazo de las reglas democráticas y la negación de la legitimidad de los oponentes. Este es uno de los indicios más preocupantes de que una ideología nos ha contaminado. Cuando no aceptamos las reglas del juego democrático, no respetamos los resultados electorales o no reconocemos la legitimidad de quienes piensan distinto, estamos en un terreno peligroso ya que esta actitud fomenta la intolerancia y la violencia política. Si consideramos que quienes discrepan de nosotros no tienen derecho a participar, que deben ser silenciados o eliminados, estamos socavando los cimientos de la convivencia democrática.

Una sociedad libre necesita respetar el derecho de todos a expresarse, a informar y a disentir. Necesita medios diversos e independientes que puedan fiscalizar al poder sin temor a represalias. Ninguna causa, por noble que parezca, justifica pisotear la dignidad y la libertad de otros seres humanos. Nunca debemos ver la violencia como un medio legítimo de acción política. Eso es propio de los totalitarismos. Ningún planteamiento político, por seductor que parezca, debe hacernos perder nuestra brújula moral. Mentir por un fin, ser indiferentes al sufrimiento ajeno o hacernos cómplices de la opresión es ya estar en el lado equivocado.

Como ciudadanos, necesitamos desarrollar una mirada crítica frente a las ideologías que nos rodean. Necesitamos ser honestos y desconfiar de nosotros mismos cuándo una adhesión rígida a cierta visión nos lleve a atropellar a otros o nos ciegue frente a los problemas reales y las necesidades de las personas.

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