El poder de la corrección

A las personas no les gusta ser corregidas. Percibo que encuentran en la corrección una afrenta e incluso una amenaza”.

  • Actualizado: 19 de agosto de 2025 a las 00:00

Estoy convencido de que la corrección es una de las herramientas más poderosas que las personas tenemos para sortear la vida. Es lo que más hace crecer a cualquiera y es, considero, el único camino hacia la excelencia.

Pienso que, por ejemplo, lo mejor que le puedo dejar como profesor a un estudiante no es un concepto, una clase magistral o una demostración suprema, sino la atenta corrección de sus procesos.

Lastimosamente, nuestro sistema está hecho para premiar la aprobación y condenar cuando sucede lo contrario, y es donde suele estar enfocada la atención de los y las estudiantes. Particularmente lo que más lamento de mi educación es lo poco que me corrigieron.

Creo lo mismo de la literatura. Solo se puede ser un autor notable si se corrigen dos cosas: primero, corregir los vicios literarios que como autor se tengan; y segundo, corregir sin cansancio la obra, que es consecuencia de haberse corregido como escritor. Supongo que así sucede en cada una de las artes.

Es demasiado inocente, y más que inocente amateur, pensar que al artista le brota perfecta su obra, así como sale la flor de la tierra. En algunos casos la falta de corrección es atribuible tanto al descuido como a la extrema sensibilidad y a la soberbia.

Pero hablo de esto hoy porque tengo la sospecha de que a las personas no les gusta ser corregidas. Percibo que encuentran en la corrección una afrenta e incluso una amenaza. Creen que se está hablando de ellas como personas cuando en realidad se está hablando de la obra o el producto. Este camino no tiene otro destino que la mediocridad, y peor aún, la mediocridad inconsciente, que es aquella en la que una persona no se da cuenta de cual es el verdadero estado de su arte y lejos de eso, se cree excelente.

Doy otro ejemplo: en un taller literario es necesario estar abierto a la corrección. Como se dice siempre, nadie lleva un poema o un cuento a un taller para que se lo alaben. Si se lee un texto en un taller debe ser con el espíritu de que producto de las observaciones y comentarios se produzca una mejor obra.

En la vida religiosa se usa el término «corrección fraterna», que busca el crecimiento del otro en algún aspecto de su vida o de la vida comunitaria. Esta corrección se hace siempre con la palabra más dulce y en privado. Si bien el adjetivo «fraterna» se refiere en primera instancia a la actitud de quien da la corrección, la fraternidad es horizontal, es decir, también es necesario que el otro la escuche con la actitud de quien quiere mejorar.

Sobre la naturaleza de la corrección debo decir que esta no debe ser, en la mayoría de los casos, del tipo en el que se le dice qué hacer a una persona, sino simplemente en hacer notar el error y, en todo caso, orientar. Siempre con un sentido de horizontalidad, fraterno. Tampoco es necesario ponerse emotivos, para otras cosas en la vida sí es necesario, pero para esta en particular pienso que no.

En definitiva, lo que quiero decir es que hay que estar más abierto a la corrección. No solo porque es el camino hacia la consecución de cosas verdaderamente grandes y nobles, sino porque como seres humanos nos ayuda a convivir con el error, que aunque no nos guste la idea, forma parte de nuestra vida y es clave en la construcción de nosotros como seres humanos. Corregido no quiere decir perfecto, sino mejor que la última vez

Josué R. Álvarez
Josué R. Álvarez
Escritor y docente

Autor de “Guillermo, el niño que hablaba con el mar”, “Instrucciones para un taxidermista” y “De la estirpe del cacao”. Ganador del Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, el Concurso de Cuentos Cortos Inéditos “Rafael Heliodoro Valle” y el Premio Nacional de Poesía Los Confines.

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