El discurso que presentó el partido Libertad y Refundación (Libre) no fracasó por falta de difusión, sino por falta de sustancia. No era socialismo; era una caricatura populista, sin teoría, sin coherencia y sin capacidad de traducirse en soluciones para la vida cotidiana del pueblo hondureño.
La derrota de Libre no se explica solo en términos electorales. Responde a una ruptura más profunda: la distancia entre un relato que intentó llamarse “socialista” y una ciudadanía que no vive de abstracciones ideológicas, sino de urgencias concretas.
En Honduras, un discurso que se refugia en conceptos abstractos jamás sustituye la conversación urgente sobre precios, empleo, seguridad y acceso a lo básico. Esa incapacidad de convertir teoría en soluciones abrió la brecha que terminó por fracturar su candidatura.
El socialismo, en su sentido riguroso, no se trata de gritos de activistas ni de instrucciones improvisadas. Es pensamiento crítico, análisis estructural, comprensión profunda de cómo funciona la sociedad. Libre no ofreció eso.
Ofreció una versión empobrecida: un “socialismo” de ocasión, reducido a consignas recicladas, sin método, sin pan y sin pueblo.
La ciudadanía terminó rechazando una narrativa que combinó romanticismo revolucionario con una gestión incapaz de ofrecer orden y resultados.
Mientras el discurso oficial insistía en confrontaciones, insultos y refundaciones, la gente pedía algo mucho más elemental: servicios que funcionen, instituciones que respondan y un Estado que resuelva lo inmediato.
Esa brecha entre la retórica combativa y las necesidades prácticas del país nunca logró traducirse en un proyecto de gobernanza creíble.
El desgaste del gobierno de Libre era inevitable. Durante cuatro años gobernaron como si aún estuvieran en la oposición: señalaron enemigos, denunciaron conspiraciones y se victimizaron. Pero gobernar no es buscar culpables; es producir resultados. Y al no hacerlo, vaciaron su propio relato.
En su insistencia por luchar contra el sistema, olvidaron que ya eran el sistema.
La candidatura no representó renovación, sino continuidad. En vez de corregir, justificó. En vez de proponer, defendió. Y con ello quedó simbólicamente asociada a un gobierno agotado, que prometió lo extraordinario y entregó lo insuficiente. Ninguna revolución es creíble cuando la gente hace fila en un hospital sin recibir atención.
Ningún discurso antiimperialista llena el vacío de un salario que no alcanza ni para empezar el mes.
Quien sobrevive en Honduras no busca ideología: busca soluciones. Sin embargo, Libre se radicalizó, se volvió abstracto, se encerró en su propia liturgia. La realidad nacional, en cambio, exige eficacia, no retórica.
El resultado es claro: el pueblo hondureño rechazó un discurso vacío, lleno de palabras grandes y resultados pequeños. Y dejó una lección que ningún actor político debería ignorar: el pueblo no castiga la ideología; castiga la incompetencia.
Cuando la retórica no alcanza para gobernar
La derrota de Libre no se explica solo en términos electorales. Responde a una ruptura más profunda
- 08 de diciembre de 2025 a las 00:00
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