Hace un par de días, volando rumbo a mi casa, tuve una conversación de esas que te hacen reflexionar. Sentada a mi lado, viajaba una señora de cabello negro, la cual hojeaba un libro que me resultó familiar: “¿Quién se ha llevado mi queso?”. No me pude resistir y le pregunté si le estaba gustando.
Lo que inició con un comentario casual sobre el libro derivó en una conversación profunda sobre algo que, lamentablemente, todos hemos experimentado alguna vez: las personas de doble cara. Sí, esas que sonríen contigo, pero por detrás afilan el puñal que terminarán clavándote en la espalda. Sí, de esas que los ves rezando el rosario todas las mañanas o los que le alaban a DIOS los domingos y el lunes comienzan a actuar.
Vivimos en una sociedad colapsada donde las apariencias reinan, donde las sonrisas a menudo son máscaras que esconden intenciones menos nobles. Y, aunque suene duro, ¿quién no ha sentido alguna vez esa cuchillada en la espalda, esa traición de alguien que creías de confianza?
En la fábula de “¿Quién se ha llevado mi queso?”, los personajes enfrentan el cambio y la incertidumbre, cada uno a su manera. Pero en la vida real, el desafío no es solo adaptarse al cambio, sino navegar un mundo donde no siempre sabes quién está contigo de verdad y quién es amigo del puesto y no de la persona.
Las personas de doble cara son como actores de Televisa: te envuelven con palabras amables, te hacen sentir especial, pero por detrás de la cortina, sus intenciones son otras. A veces buscan llevar agua a su molino, otras simplemente disfrutan del juego de manipular.
Me contaba la señora de cabello negro que una vez confió en alguien que parecía ser un amigo incondicional. Siempre estaba ahí, con una palmada en la espalda y una sonrisa que inspiraba confianza. Pero cuando las cosas se pusieron difíciles, descubrió que las palabras de apoyo eran solo un eco vacío. Había estado hablando a las espaldas de la señora, tejiendo rumores que nunca imaginó.
Me contaba que fue un golpe duro, no tanto por lo que dijo, sino por la traición que nunca imaginó. Y creo que todos tenemos una historia así. ¿Verdad? Una en la que aprendimos, a las malas, que no todo lo que brilla es oro.
Es agotador vivir alerta, tratando de descifrar quién es genuino y quién no. Pero, al mismo tiempo estas experiencias nos enseñan. Nos obligan a afinar nuestra intuición, a valorar más a quienes son trasparentes, a quienes no tienen miedo de mostrar sus imperfecciones.
Entonces, ¿cómo lidiamos con las personas de doble cara? No hay fórmula mágica, pero creo que la clave está en ser auténticos nosotros mismos.
Si vivimos de acuerdo con nuestros valores, atraeremos a personas que vibran en la misma sintonía. No se trata de volvernos paranoicos, sino de aprender a confiar con cautela, a escuchar no solo lo que dicen, sino lo que hacen. Porque, al final, las acciones siempre pesan más que las palabras, dice mi viejo amigo al que quieren jubilar.
Mientras la aeronave descendía, la señora y yo coincidimos en algo: el mundo puede estar lleno de máscaras, pero también hay gente maravillosa, de esas que te tienden la mano, sin esperar nada a cambio.
Son ellos los que nos recuerdan que, a pesar de las puñaladas, vale la pena seguir confiando, seguir siendo humanos. Porque, como en el libro, la vida es un laberinto, y aunque a veces nos topemos con ratones que esconden sus verdaderas intenciones, siempre habrá quienes nos ayuden a encontrar nuestro queso