“Quebradas con hambre”

"Cada invierno, Tegucigalpa enfrenta el mismo dolor: lluvias, quebradas desbordadas y destrucción, fruto del abandono y la falta de planificación"

  • 30 de octubre de 2025 a las 00:00

Cada invierno en Tegucigalpa es la misma historia contada con distintos nombres, pero con idéntico dolor. Las lluvias llegan, las quebradas se despiertan con hambre y la ciudad vuelve a temblar.

Basta con una noche de tormenta para que esas corrientes, que en verano parecen riachuelos inofensivos, se transformen en monstruos que devoran casas, calles y esperanzas.

Las quebradas El Sapo, La Mololoa, La Orejona, El Reparto y tantas otras son ya parte del vocabulario del miedo. Cuando el agua ruge, las familias apenas alcanzan a salir con lo que pueden cargar. Lo demás -los muebles, las paredes, los recuerdos- se lo traga la corriente sin piedad.

Y lo más duro es que todos lo saben: que pasa cada año, que el peligro está ahí, pero nadie hace lo suficiente para detenerlo. El problema no es la lluvia, es el abandono. Durante años, Tegucigalpa ha crecido sin orden ni control. Se han levantado casas en los bordes de los ríos, sobre los cauces naturales, en lugares donde el agua siempre reclama su camino. Y cuando llega el desastre, las lágrimas se mezclan con el lodo y las promesas políticas se repiten como disco rayado: “Vamos a limpiar las quebradas”, “Se harán obras de mitigación”, “No volverá a pasar”. Pero pasa, siempre pasa.

La verdad es que las quebradas no tienen culpa. Ellas existían mucho antes que la ciudad. Somos nosotros quienes las llenamos de basura, quienes les robamos espacio, quienes fingimos sorpresa cuando se desbordan.

Y es que en Honduras, la tragedia se ha vuelto costumbre. Detrás de cada noticia de “familias evacuadas” hay una historia humana: una madre que llora su casa perdida, un niño que pregunta si el agua volverá, un anciano que mira el río con resignación porque sabe que nadie va a mover un dedo hasta que todo esté bajo el agua otra vez.

Mientras no haya planificación urbana real, limpieza constante y educación ambiental, las quebradas seguirán rugiendo y el pueblo seguirá en peligro. No se trata solo de esperar a que no llueva, sino de aprender a respetar la naturaleza. Porque cada vez que una quebrada se enfurece, lo que grita no es solo su fuerza... sino nuestra falta de memoria.

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