La agricultura y la ganadería, principales fuentes económicas en muchas zonas del país, se ven gravemente afectadas por los incendios, que destruyen no solo bosques, sino también cultivos esenciales.
Lo que debería ser una alarma para las autoridades es que estos incendios son predecibles y, en muchos casos, evitables. Sin embargo, debido a la falta de políticas públicas eficaces, educación ambiental insuficiente y la débil regulación del uso de la tierra, los incendios se repiten año tras año, sin que se logren cambios sustanciales.
La respuesta de las autoridades es similar a la de años anteriores: bomberos, Fuerzas Armadas y miembros del ICF luchan contra las llamas, pero parece que las soluciones no avanzan.
Las medidas preventivas siguen siendo insuficientes y, mientras tanto, la selva y los bosques del país se siguen perdiendo.
Este ciclo perpetuo de incendios es, sin lugar a dudas, un desastre social.
Cada vez que el fuego arrasa con hectáreas de tierra, no solo se pierde flora y fauna, sino también la esperanza de comunidades enteras que ven cómo sus medios de vida desaparecen en cuestión de horas. Y lo peor de todo es que el sistema sigue sin dar una respuesta adecuada para romper este ciclo. Los incendios forestales en Honduras no son simplemente un problema ambiental; son un reflejo de un desastre social que se agrava por la falta de educación, la escasa planificación y la ausencia de un control efectivo sobre las actividades humanas.
Mientras el país siga ignorando la raíz de estos incendios, seguirán devastando no solo el medio ambiente, sino también a las comunidades que dependen de él. La historia se repite cada año, y, lamentablemente, todo apunta a que el ciclo continuará mientras no se tomen medidas más profundas y sostenibles.
