Cuando el sonido reemplaza al silencio

Hay noches en las que el silencio duele. Apagas las luces, cierras los ojos, y entonces aparece: un murmullo interno que no calla, un pensamiento que se repite, un vacío que suena más que cualquier cosa

  • Actualizado: 08 de agosto de 2025 a las 00:00

Hay noches en las que el silencio duele. Apagas las luces, cierras los ojos, y entonces aparece: un murmullo interno que no calla, un pensamiento que se repite, un vacío que suena más que cualquier cosa. Para eso, muchos recurrimos al ruido blanco. Ese zumbido suave, constante, que parece calmar. Y sí, a veces ayuda. Pero uno se pregunta: ¿qué estamos intentando callar realmente? No se trata solo del mundo externo. Muchas veces, lo que evitamos escuchar es lo que llevamos por dentro. Como dijo Pascal: “La infelicidad del hombre viene de no saber estar solo en su habitación”. Por eso llenamos ese vacío con algo, aunque sea un sonido artificial. El ruido blanco se ha vuelto popular, recomendado en videos, apps, rutinas nocturnas. Simula paz, pero también esconde inquietud. ¿Cuándo fue la última vez que estuviste en silencio total, sin música, sin notificaciones, sin voces ajenas? Es difícil. El silencio exige presencia, y eso incomoda. En él habitan recuerdos, decisiones pendientes, partes de uno que evitamos. Pensemos en algo cotidiano: llegas a casa y lo primero que haces es poner música, encender la televisión o dejar que suene algo en segundo plano. No porque lo necesites, sino porque estar sin sonido es casi insoportable. Entonces el ruido blanco aparece como un calmante: no molesta, no exige, solo está ahí... tapando el silencio. Byung-Chul Han escribió: “Hoy se teme al silencio porque se asocia con el vacío”. Y en una sociedad que sobrevalora el estímulo constante, lo vacío parece peligroso. Pero quizás ahí esté el verdadero problema: no el silencio en sí, sino lo que revela. Esto no es una crítica al ruido blanco. A veces es útil, como una pausa para el cuerpo. Pero también puede ser una barrera para la mente, una forma de no escucharnos. Porque como decía Kierkegaard, “la desesperación es no querer ser uno mismo”. Apagarlo todo de vez en cuando -aunque solo sea por unos minutos- puede ser el primer acto de valentía del día. No para sentir más ruido, sino para empezar a escuchar lo que hemos callado por tanto tiempo.

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