Por Elilsabeth Egan / The New York Times
Phil Hanley estaba en un estudio, preparándose mentalmente para grabar la sección final de sus memorias.
Pero cuando Hanley se inclinó hacia el micrófono para leer de “Spellbound”, su sincero relato de crecer con dislexia, sonó más como un estudiante ansioso que el comediante experimentado que es.
Logró pronunciar 13 palabras, luego tropezó, exhalando bruscamente. Lo intentó una y otra vez. En su cuarto intento, a Hanley se le hizo un nudo en la garganta. Era su hora número 60 en la cabina. La mayoría de los autores está en el estudio durante una fracción de este tiempo; la duración promedio de grabación para un audiolibro de 7.5 horas es de 15 horas. Pero debido a que Hanley tiene dislexia severa, el proceso fue prolongado. Y emotivo.
“Los momentos más traumáticos de mi vida han sido leer en voz alta”, dijo Hanley. “No hay palabras para expresar lo agotador que es hacer el audiolibro. Es como cincelar una estatua de mármol con un desarmador y un martillo roto”.
Aun así, estaba decidido a leer su propia historia. ¿Qué le diría a la comunidad disléxica si cediera el micrófono?
Hanley era un candidato improbable para escribir un libro. Tiene una sólida carrera como comediante, con un especial de televisión y apariciones regulares en el Comedy Cellar de Nueva York. Pero no es un gran lector.
Los libros le recuerdan la escuela. Y para Hanley, quien creció en Canadá en la década de 1980, ahí empezaron los problemas.
“Primer año fue trascendental”, dijo.
Mientras sus compañeros aprendían a escribir, leer y deletrear, Hanley dibujaba líneas y formas que nunca tenían sentido. No podía leer las palabras. Las letras eran un caos.
Así inició una década de vergüenza y humillación. Cuando a Hanley le diagnosticaron dislexia severa a los 10 años, lo colocaron en un aula de educación especial. “Toda mi vida me dijeron que era tonto y perezoso”, dijo. Entonces comenzó a llorar.
Después de la preparatoria, Hanley fue a Milán y Londres a modelar. Más tarde regresó a Canadá.
Empezando a lidiar con lo que describe en el libro como “ansiedad que te estremece el cuerpo”, Hanley recurrió a la comedia. La dislexia se convirtió en su material predilecto.
“Con la comedia standup, examinas cualquier cosa diferente en ti”, dijo Hanley. “Tomas una experiencia terrible y sacas algo de ella. Haces reír a la gente”.
Cuando un agente literario abordó el tema de sus memorias, fue el turno de Hanley de soltar la carcajada. Pensó que la idea sonaba “demente”. Todavía le cuesta leer un menú y escribir una dirección en un sobre.
“Spellbound” tardó ocho años en completarse. Se comprometió a usar oraciones concisas —más fáciles para los lectores disléxicos.
“Fue catártico”, dijo Hanley. “Fue difícil. Pero estoy acostumbrado a que las cosas sean difíciles”.
Su equipo le aconsejó que podía subcontratar el audiolibro a un narrador profesional. “Me pareció contrario a mi punto”, dijo. “Si el mensaje es que esforzándote mucho puedes hacer esto, y luego: ‘Ah, ¿pero no pude hacer el audiolibro?’”.
Antes de las sesiones de grabación, Sal Barone, el ingeniero y editor del proyecto, imprimía una sección de “Spellbound” en una fuente de 20 puntos, amigable con los disléxicos. (Con este tamaño, el libro de 257 páginas llegó a tener unas 800).
Hanley señalaba las citas y la puntuación, para saber cuándo tomar aire.
“Phil solo quería trabajar sin ser juzgado”, dijo Guy Oldfield, quien produjo y dirigió el audiolibro. “De niño, fue juzgado duramente. Creamos un entorno donde no se le juzgaba, y cumplió”.
“Los momentos más traumáticos de mi vida han sido leer en voz alta”.
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