Marlboro y Beethoven: la inmersión musical que transforma la atención

"Este verano en Marlboro, escuché grabaciones históricas y el Cuarteto Busch, refugiados de la Alemania nazi, tocando el movimiento lento de Op.127; lloré desde la primera nota y el mundo se detuvo"

  • 05 de octubre de 2025 a las 16:23
Marlboro y Beethoven: la inmersión musical que transforma la atención

Por Jonathan Biss / The New York Times

Este verano, en la Escuela y Festival de Música Marlboro, en Vermont, mis compañeros músicos y yo pasamos una tarde escuchando grabaciones históricas, una tradición anual. Terminamos con el movimiento lento del Cuarteto de Cuerdas de Beethoven (Op. 127), interpretado por el Cuarteto Busch, refugiados de la Alemania de Hitler.

Esta música es de lo más profunda. Desde las primeras notas, se me salieron las lágrimas. El tiempo se detuvo y nada más existía. Cuando terminó, salí de la habitación en silencio. Había experimentado una inmersión total en la música.

La mayoría de los grandes momentos de la vida son así. Prestamos toda nuestra atención a una cosa y nos maravillamos de su belleza, rareza y especificidad. Las decepciones del pasado y las preocupaciones del futuro se desvanecen, permitiéndonos disfrutar del presente en su totalidad.

Pero en el mundo frenético de hoy, estos momentos son cada vez menos comunes. Deberíamos considerar lo excepcional y valioso que es este tipo de inmersión.

Nuestra existencia digital conspira para fragmentar nuestra atención. Una mañana reciente, tomé un descanso de mi rutina diaria y encendí mi teléfono. Una cacofonía de sonidos me dirigió primero a mensajes en cuatro plataformas diferentes, luego a una alerta de noticias urgente sobre un evento al otro lado del mundo, del cual no podía hacer nada. Diez minutos después, volví al piano. Pero estaba tan distraído que, después de media hora, no estaba totalmente seguro de qué había estado tocando al empezar. Me di por vencido y me puse a hacer ejercicio.

Personas de todo tipo más calificadas que yo —sociólogos, politólogos y críticos de medios— han abordado los efectos perniciosos de las redes sociales y la mercadotecnia algorítmica sobre nuestra sociedad y nuestra psique. Pero puedo dar fe de que la música está en una posición privilegiada para ofrecer un antídoto.

Quizás prefieras la literatura o la pintura, pero no tienen la magnífica y peculiar abstracción de la música. Las novelas usan palabras; incluso un pintor expresionista abstracto se basa en colores y formas que existen en la naturaleza y en nuestras vidas. Pero la música instrumental no trata de nada. Causa emociones a pesar de —o quizás debido a— su incapacidad para referirse a nuestra experiencia vivida de forma literal. Una gran interpretación de una gran pieza musical nos conecta con nuestro yo más profundo e inaccesible. Ésa es la magia de la música.

Esa frase —“la magia de la música”— es usada con cierta frecuencia por los departamentos de mercadotecnia de organizaciones musicales. Pero a menudo, sus esfuerzos por apoyar esa música reflejan prioridades diferentes. En los últimos años, he dado recitales como solista en los que se proyectaban imágenes de mis manos en una pantalla gigante y me han pedido que grabe un video tocando para promocionar un concierto, pero de no más de 30 segundos. Si ves un concierto vía streaming en vivo, a menudo te invitan a charlar con otros espectadores durante el mismo. Interacción primero; la escucha segundo.

Mientras tanto, los proyectos multidisciplinarios y multimedia están cada vez más de moda. El mensaje de los programadores es claro: el público presuntamente no quiere sumergirse en la música.

Una forma de arte debe estar en constante evolución, y algunos de esos proyectos de medios mixtos son estimulantes y excelentes. Pero si perdemos nuestra capacidad de concentrarnos profundamente en la música, perdemos uno de los mayores dones que tenemos como seres humanos. Mientras menos capaces somos de prestar atención, menos se nos pide que la prestemos, lo que degrada nuestra atención aún más.

Las organizaciones de música clásica se esfuerzan con frecuencia por presentarse como relevantes. Esto es comprensible. La alternativa es la irrelevancia; nadie quiere ser irrelevante.

Pero exhorto a todos los que trabajan en el mundo de la música a reflexionar sobre lo que significa ser relevante. ¿Acaso es cambiar con la época impulsándonos a usar dispositivos cada vez más, lo cual múltiples estudios arrojan que nos hace más solitarios y ansiosos, menos felices y plenos? ¿O surgirá la relevancia de sumergirnos en lo más poderoso que puede ofrecer la música: la absorción total en un mundo de posibilidades, asombro, espiritualidad y juego?

Sospecho firmemente que si cultivamos nuestra capacidad de concentrarnos enteramente en la música, esto tendrá un efecto dominó en otras áreas de nuestra vida. En los días que he practicado bien, con toda mi atención puesta en la música que toco, me encuentro más capaz de concentrarme en otras cosas: leer sin distraerme o estar presente en la vida de mi familia y amigos. Pero la inmersión musical es en sí misma una recompensa.

El movimiento lento del Op. 127 de Beethoven es nominalmente un conjunto de variaciones. Sin embargo, la palabra “variaciones” no alcanza a transmitir las transformaciones que experimenta el tema, un himno que refleja la sabiduría y la paciencia acumuladas durante toda una vida. Sucesivamente escuchamos el ardor del tema, su picardía, su resplandor, su dolor, su misterio —cualidades que inicialmente yacían bajo su superficie de sublime simplicidad. Al final del movimiento, ha evolucionado a algo más allá de la música. Es espíritu puro.

Mientras escuchaba esto en el comedor de Marlboro, nunca abrí los ojos. Fue un instinto. Percibí la oportunidad de conectar con algo profundo y hermoso, fuera de lo común, y no quería dejar que mis otros sentidos interfirieran en la experiencia. En nuestro mundo fragmentado y explosivo, esta inmersión es el camino de mayor resistencia y un regalo indescriptible.

Jonathan Biss es concertista de piano y codirector artístico de la Escuela y Festival de Música Marlboro en Vermont.Envíe sus comentarios a intelligence@nytimes.com.

© 2025 The New York Times Company

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