Por Ali Watkins/ The New York Times
Este acto ha sido descrito de muchas formas: fragmento de universo, ritual frente a lo adverso, lenguaje tan diverso, elixir inmortal. Una “interacción no agonística que involucra contacto oral-oral dirigido e intraespecífico con cierto movimiento de los labios/partes bucales y sin transferencia de alimento”.
O, como diría el cantante mexicano Jósean Log, “beso, tan simple como eso”.
También es muy antiguo.
Científicos británicos afirman haber rastreado la edad del beso, a entre hace 16 y 21 millones de años, y han descubierto que era mucho más común entre otras especies de lo que se creía.
¿Hormigas? Se besan. ¿Peces? Besadores. ¿Neandertales? Sí, también se besaban.
Pero besar, dicen los investigadores, siempre ha sido un misterio evolutivo. No aporta muchos beneficios para la supervivencia, tiene mínimos beneficios reproductivos y es principalmente simbólico.
“Besar es un comportamiento realmente interesante”, dijo Matilda Brindle, bióloga evolutiva en la Universidad de Oxford, quien dirigió el estudio. Docenas de sociedades y culturas lo utilizan, es común y tiene un gran simbolismo. Sin embargo, añadió, “no lo hemos puesto a prueba realmente desde una perspectiva evolutiva”.
Al parecer, el beso prehistórico podría ser el origen primitivo de nuestra búsqueda de conexión íntima. El acto inherentemente requiere vulnerabilidad, y confianza. No siempre es sexual y a menudo se utiliza entre personas de distintos géneros simplemente para mostrar afecto, y a menudo entre padres e hijos.
Brindle comentó que esperaba ejemplos de besos en simios y humanos, pero le sorprendió ver ese tierno comportamiento en insectos, albatros y osos polares.
Entre los grupos investigados figuraron los neandertales, que, pese a sus diferencias, compartían microbios con los humanos modernos. Esto deja abierta la posibilidad de que ambos hayan intercambiado saliva en un pasado no tan lejano.
Brindle dijo que espera que el estudio sirva de base para futuros estudios sobre los besos. Su esperanza es que otros científicos comiencen a registrar sus observaciones de estos comportamientos en el campo.
“Si tuviéramos más datos sobre esto, podríamos empezar a desentrañar las posibles ventajas adaptativas de los besos”, dijo.
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