Por Annie Correal/ The New York Times
CIUDAD DE GUATEMALA — Carlos Navarro estaba comiendo afuera de un restaurante en Virginia recientemente cuando funcionarios de inmigración lo detuvieron y le dijeron que había una orden para su expulsión de Estados Unidos.
Nunca había tenido un encuentro con la ley, dijo Navarro, de 32 años, agregando que trabajaba en plantas avícolas.
Para mediados de enero, estaba de regreso en Guatemala por primera vez en 11 años, llamando a su esposa en Estados Unidos desde un centro para deportados en Ciudad de Guatemala, la capital.
La experiencia de Navarro puede ser un atisbo al tipo de deportaciones veloces que se producirán durante el Gobierno del Presidente Donald J. Trump en comunidades de todo EU, hogar de hasta 14 millones de inmigrantes no autorizados. La Administración ha prometido las deportaciones más grandes en la historia de EU. En su discurso inaugural el 20 de enero, Trump prometió “iniciar el proceso de devolver a millones y millones de extranjeros criminales a los lugares de donde vinieron”.
La situación de Navarro ofrece una idea de lo que podrían significar las deportaciones masivas en Latinoamérica. Los funcionarios allí se están preparando para recibir a un número significativo de sus ciudadanos, aunque muchos gobiernos han dicho que no habían podido reunirse con la nueva Administración para conversar sobre su campaña.
Alrededor de 675 mil guatemaltecos indocumentados vivían en Estados Unidos en el 2022, reporta el Pew Research Center, convirtiéndolo en uno de los mayores países de origen de inmigrantes no autorizados, después de México, India y El Salvador. El año pasado, Guatemala recibió alrededor de siete vuelos de deportación por semana desde EU, dicen funcionarios de migración, lo que se traduce en unas mil personas. El Gobierno ha dicho a funcionarios estadounidenses que puede dar cabida a un máximo de 20 vuelos de este tipo por semana, o alrededor de 2 mil 500 personas.
Guatemala ha estado desarrollando un plan —al que el Presidente Bernardo Arévalo se ha referido como “Retorno al Hogar”— para asegurar a los guatemaltecos que enfrentan deportación que pueden esperar ayuda de los consulados en EU y, en el caso de detención y expulsión, una “recepción digna”.
El plan guatemalteco, compartido en una reciente reunión de Ministros de Relaciones Exteriores regionales en la Ciudad de México, va más allá de las preocupaciones inmediatas de alojamiento o alimentación de los deportados en su primera noche. Se centra en vincularlos con trabajos y hacer uso de sus habilidades laborales y de idioma, y busca ofrecer apoyo de salud mental para afrontar el trauma de la deportación.
Los expertos dicen que el plan de Guatemala parece reflejar una expectativa tácita por parte de la Administración Trump de que los gobiernos latinoamericanos no sólo reciban a sus ciudadanos deportados, sino que también trabajen para evitar que regresen a EU.
El Departamento de Seguridad Nacional de EU reporta que aproximadamente el 40 por ciento de las deportaciones en el 2020 involucraron a personas que habían sido deportadas antes y reingresaron al País.

“Cuando el mundo entero observe al Presidente Trump y su Administración deportar en masa a criminales ilegales de las comunidades estadounidenses de regreso a sus países de origen, se enviará un mensaje muy fuerte para que no vengan a EU a menos que planees hacerlo correctamente”, dijo en un correo electrónico Karoline Leavitt, vocera de la transición de Trump.
El número de cruces ilegales en la frontera de Estados Unidos ya ha disminuido drásticamente, con unas 46 mil personas intentando cruzar en noviembre, dijo el Gobierno de EU, la cifra mensual más baja durante la Administración Biden.
Pero el plan de Guatemala para reintegrar a los deportados no es sólo una manera de mostrar a Trump que Guatemala está cooperando, afirma Anita Isaacs, una experta en Guatemala que creó el proyecto para el plan. “Si puedes encontrar una manera de integrarlos y aprovechar sus habilidades, entonces las oportunidades para Guatemala son enormes”, dijo Isaacs.
Ella propuso que Guatemala acogiera a sus ciudadanos retornados como un activo económico. Señaló el caso de cientos de guatemaltecos deportados después de una redada en el 2008 en una planta empacadora de carne en Iowa y que se convirtieron en guías de volcanes.
Aún así, las fuerzas que los obligaron a irse aún existen, dijo Alfredo Danilo Rivera, director de migración de Guatemala: pobreza extrema y falta de empleo, condiciones climáticas extremas empeoradas por el cambio climático, la amenaza de las pandillas y el crimen organizado. Luego está el atractivo de Estados Unidos, donde hay más empleos y a los trabajadores se les paga en dólares.
“Si vamos a hablar de las razones por las que la gente migra, las causas, también tenemos que hablar del hecho de que se establecen allí y muchos logran tener éxito”, dijo Rivera.
Los deportados también sienten una mayor presión para llegar a Estados Unidos que las personas que migran por primera vez, dijo el padre Francisco Pellizzari, director de la Casa del Migrante, el principal refugio para deportados en la Ciudad de Guatemala. Con frecuencia deben miles de dólares a los contrabandistas y en las zonas rurales de Guatemala, los pobres a menudo entregan títulos de propiedad de sus casas o tierras como garantía para préstamos para pagar a los contrabandistas, lo que los deja esencialmente sin hogar si son deportados.
Las medidas más duras impuestas por la Administración Biden en la frontera también han llevado a los contrabandistas, conscientes del mayor riesgo de deportación, a ofrecer a los migrantes hasta tres oportunidades de ingresar a EU por el precio de un intento, dicen Francisco Pellizzari y otros.
José Manuel Jochola, de 18 años, quien fue deportado a Guatemala este mes después de ser detenido por cruzar ilegalmente la frontera hacia Texas, dijo tener tres meses para aprovechar las oportunidades que le quedaban. “Voy a intentarlo de nuevo”, dijo.
Pero cuando José Moreno, de 26 años, fue deportado este mes después de un accidente por conducir en estado de ebriedad, decidió no regresar a Boston, donde pasó una década, debido a los peligros de cruzar la frontera y la actitud del nuevo Presidente hacia los inmigrantes. En lugar de ello, dijo, usaría su inglés para ofrecer tours en Petén, una zona de Guatemala con un lago pintoresco y ruinas mayas, donde su familia tiene un pequeño hotel.
© 2025 The New York Times Company