Por David E. Sanger/The New York Times
Cuando el Presidente Harry S. Truman firmó la ley que creó el Departamento de Defensa de Estados Unidos a partir de los restos del Departamento de Guerra en agosto de 1949, Joseph Stalin estaba a 16 días de demostrar que los soviéticos podían detonar un arma nuclear, y Mao Zedong a menos de dos meses de declarar la creación de la República Popular China.
Era una época aterradora, y el nuevo nombre pretendía reflejar una era en la que la disuasión era crucial —porque si estallaba una guerra entre las superpotencias, podría ser el fin del planeta. Para muchos historiadores, el mayor logro de la Guerra Fría es que, en gran medida, se mantuvo fría.
Todo esto hace que la orden ejecutiva del Presidente Donald J. Trump del 5 de septiembre, que busca devolver al Departamento de Defensa su antiguo nombre, sea más que una simple restauración de la nomenclatura de tipo rudo. En un momento en que la disuasión es más crucial que nunca —en un mundo donde Rusia y China celebran una alianza incómoda para desafiar la preeminencia estadounidense—, Trump argumenta que la respuesta es volver a los buenos tiempos.
El cambio podría requerir la aprobación del Congreso.
“En cierto modo, tiene sentido: esta Administración simplemente nos está regresando a la época anterior a la era Truman”, dijo Douglas Lute, oficial de carrera del Ejército que desempeñó papeles clave en el Consejo de Seguridad Nacional durante las Administraciones de Bush y Obama, y fue Embajador de Estados Unidos ante la OTAN. “Ha desmantelado los procesos, las instituciones y las normas establecidas tras la Segunda Guerra Mundial.
“Más sustancial que el cambio de nombre es lo que han hecho”, añadió, citando las dudas de los aliados estadounidenses sobre si Estados Unidos saldría en su defensa y los giros de Trump en su trato con Rusia. “Una vez erosionada la confianza que sirve como cemento de la estructura de la alianza, pagaremos un precio muy alto para recuperarla, si es que logramos hacerlo”.
En los últimos meses, Trump definitivamente ha mostrado menos interés en construir disuasión que en invertir en nuevo armamento. Despidió al General de cuatro estrellas que dirigía tanto la Agencia de Seguridad Nacional como el Comando Cibernético de EU, como parte de una purga más amplia de oficiales militares apolíticos nombrados durante la era Biden.
Pero este cambio de nombre, suponiendo que el Congreso lo apruebe, encaja a la perfección con la narrativa que Rusia y China propagan sobre Estados Unidos. Según ellos, la afirmación de Estados Unidos de ser un actor internacional pacífico y respetuoso de la ley es una tapadera para un País que en realidad sólo quiere atacar cualquier objetivo que considere una amenaza.
Sus comentaristas, controlados por el Estado, señalan las decisiones unilaterales de Trump de atacar las instalaciones nucleares de Irán en junio o hundir un navío con presuntos narcotraficantes que causó la muerte de 11 personas frente a las costas de Venezuela.
“Beijing lo etiquetará injustamente como evidencia de que Estados Unidos es una amenaza para el orden internacional y China es un defensor de la paz”, dijo R. Nicholas Burns, ex Embajador de Estados Unidos en China quien se desempeñó durante décadas como funcionario del servicio exterior, sobre el cambio de nombre.
Trump y Pete Hegseth, Secretario de la Defensa, podrían estar brindando al Presidente ruso, Vladimir Putin, una oportunidad similar. Mucho antes de invadir Ucrania en el 2022, Putin insistió en que las “causas raíz” de su determinación de restaurar algunas de las antiguas fronteras del imperio ruso incluían el impulso liderado por Estados Unidos para expandir la OTAN a las fronteras rusas en la década de 1990.
La respuesta de Occidente siempre ha sido que la presencia de la OTAN es defensiva. Estados Unidos merma eso al insistir en que está cansado de jugar a la defensiva, como lo han dicho el Presidente y el Secretario de Defensa.
Hegseth pareció sugerir que con el cambio de nombre habría un menor interés en restringir el uso de la fuerza: “Vamos a estar a la ofensiva, no sólo a la defensiva. Máxima letalidad, no una legalidad tibia. Efecto violento, no políticamente correcto. Vamos a levantarnos como guerreros, no sólo defensores”.
En ese mundo, el poder blando estadounidense queda atrás y se celebra el poder duro. Cerrar la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, callar la Voz de América y recortar miles de millones de dólares en ayuda exterior en el presupuesto del Departamento de Estado enviaron un mensaje: Estados Unidos ha dejado el negocio de promover la democracia y dejado el negocio de las naciones benévolas.
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