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Beirut ofrece refugio en medio de turbulencia

Los líderes de Líbano luchan por mantener la paz política. Hizbulá, el partido más poderoso de Líbano, respalda al presidente de Siria, Bashar Asad.

    29.04.2012

    Al lado de una rampa que sale de la clamorosa carretera junto al mar de Beirut, yates de motor se bambolean a lo largo de un malecón en curva.

    Los manteles blancos relucen, y las botellas de vino sudan en hieleras plateadas.

    Los tablones rugosos del paseo marítimo, una alusión a la autenticidad marítima, presentan una falla de diseño quizá previsible en esta ciudad: Mujeres con bolsos Louis Vuitton están siempre sacando sus tacones de aguja de entre las grietas.

    Este nuevo patio de juegos de lujo, Bahía Zaitunay, es el más reciente esfuerzo de Líbano por recapturar los años 60 previos a la guerra; cuando Brigitte Bardot era una visitante regular y Beirut era un puerto de escala de moda.

    Pero para los visitantes árabes que buscan un respiro del temor y la incertidumbre en toda la región, y para los libaneses felices de permanecer alejados de la tormenta, Beirut ya está de regreso.

    “Líbano une a Europa, el Mediterráneo, Este y Oeste”, dijo Noor al-Tai, mientras recorría el paseo marítimo con una minifalda de cuero, botas de tacón alto y un chaleco de pieles, a manera de explicación de por qué Beirut fue el destino lógico cuando huyó de la violencia en su hogar en Irak.

    “Hay una atmósfera muy amigable”.

    Los beirutíes apenas hacen una pausa para señalar que Bahía Zaitunay se ubica en la Línea Verde, el límite entre Beirut Oriental y Occidental que fue una fatal tierra de nadie durante los 15 años de la guerra civil de Líbano.

    En muchas mentes occidentales, la imagen de Líbano sigue congelada en instantáneas antiguas: masacres sectarias, rehenes atados a radiadores, la invasión israelí, humo que salía de rascacielos frente al mar. Pero, para los ricos al menos, el país recuperó hace tiempo su espíritu de diversión y glamour.

    Incluso la infatigable vida nocturna de esta ciudad no puede sumergir por completo las inquietudes en torno al desgastante conflicto en la vecina Siria.


    Pero para los árabes cansados de los bombardeos en Homs, la crisis financiera en Dubái, o la ansiedad política en El Cairo, Beirut es un remolino de paz.

    “Este país no cambia; a la gente le gusta la vida”, dijo Sonia Bailouni, una psicóloga siria que se asoleaba en el paseo marítimo.

    Las mismas divisiones que dieron inicio a la guerra civil de Líbano quizá hayan ayudado a aislarle de las rebeliones árabes del último año.

    La guerra terminó en 1990 después de una rígida distribución del poder entre las sectas religiosas. El sistema está fraccionado y es ineficiente pero permite la disensión y mantiene débil al Estado, con poca capacidad para imponer o intimidar.

    En medio de la desconfianza mutua de las facciones libanesas, no hay una autoridad única contra la cual levantarse. Como los libaneses están divididos entre la nostalgia por el cambio y el temor de lo que pudiera desencadenar, prevalece una calma inquieta.

    No es que el turismo de Beirut no haya sufrido. La ocupación de los hoteles es baja, situándose en 55 por ciento durante los primeros nueve meses de 2011, comparado con 68 por ciento en 2010, según la compañía de servicios profesionales Ernst & Young.

    Muchos occidentales no se dan cuenta de que Líbano sigue siendo seguro, y divertido. Los turistas árabes e iraníes temen conducir a través de Siria, por mucho la ruta más barata.

    Pero la crisis sería mucho más severa si no fuera por los adictos a la joie de vivre de Beirut: la diáspora libanesa, los sauditas y jordanos en peregrinaciones de verano para escapar del calor, los beirutíes ricos.


    Para esos mercados, incluso la guerra con Israel en 2006 fue una perturbación temporal.

    Los restos de los ataques aéreos israelíes aún cubrían las calles cuando los bares, restaurantes y hoteles reabrieron sus puertas.

    Hay beneficios para Líbano en ser un refugio. Los sirios que buscan la paz y quietud han ayudado a compensar las pérdidas de los hoteles, dijo el ministro de turismo libanés al periódico Daily Star de Beirut.

    Se dirigen a Beirut durante el fin de semana para evitar los enfrentamientos después de la Oración del Viernes, afirmó.

    Beirut es también un destino del capital.

    Los hombres de negocios sirios han trasladado su dinero a bancos libaneses, y los inversionistas que huyen del desplome de Dubái ayudan a mantener altos los precios de los bienes raíces.

    Al-Tai, la iraquí, dijo que ella y sus hermanos trasladaron su negocio contable a Beirut en 2004 después de que su barrio en Bagdad se convirtió en campo de batalla para milicias islamitas y las tropas estadounidenses.

    “No más problemas” en Líbano

    Además, dijo, ya no se sentía segura en su país haciendo volver las cabezas como en el paseo marítimo. Su lápiz de labios rojo encendido y su largo cabello amarillo estaban como en casa en Beirut.

    Bailouni, la siria sentada cerca, ha vivido en Beirut durante años con su esposo libanés, y ahora está trayendo a familiares de Aleppo, Siria, a Líbano, donde, declaró, la guerra no se extenderá.

    “Ya pasamos por todo, y peor”, dijo.

    Luego combinó el italiano y el árabe en una frase improvisada que encapsuló la mezcla de despreocupación y cosmopolitismo de Beirut: “Finito la mishkala!”, que se traduce en algo así como “No más problemas”.

    Sin embargo, hay un indicio de nostalgia por el caos cercano. Algunos libaneses anhelan la fermentación en un país que pese a toda su diversión sigue siendo corrupto y estando estancado.

    Incluso un oficial de inmigración en el aeropuerto, al sellar el pasaporte de un reportero de la rebelde Libia, emitió un suspiro abatido y dijo: “Aquí no está sucediendo nada”.

    Un periodista libanés explicó la falta de una “Primavera libanesa” de esta manera: “Somos flojos, y somos sectarios”.

    Los líderes de Líbano luchan por mantener la paz política. Hizbulá, el partido más poderoso de Líbano, respalda al presidente de Siria, Bashar Asad.

    Partidos rivales favorecen a los rebeldes de Siria, e incluso el líder druso, Walid Jumblatt, un socio de coalición con Hizbulá, llama a Asad carnicero.

    Sin embargo, esas disputas apenas afectan a la política pragmática de Líbano: los partidos se muestran renuentes a menear el barco mientras disputan cargos influyentes.

    En una soleada tarde en el sur de Líbano, el centro de la guerra de 2006 con Israel, la única perturbación era la aceleración de las Harley-Davidson de motociclistas que disfrutaban de las flores de primavera. Sin embargo, los ecos del conflicto pueden repercutir en los lugares más relajantes de Beirut.

    En Beirut Occidental, los clubes nocturnos de Hamra se llenan de adolescentes como es común, pero algunos aún donan sus utilidades a refugiados sirios.

    Fadel Shaker, un amado cantante pop, consternó a algunos fanáticos cuando apareció en un mitin a favor de los rebeldes con un imán considerado por muchos como extremista.

    En la cornisa mediterránea, un sitio popular donde los niños montan en bicicleta y las parejas dan paseos al atardecer, los migrantes sirios siempre han lustrado los zapatos y servido el café.

    Ahora, susurran que han huido de los bombardeos gubernamentales, trayendo consigo a Líbano a sus esposas e hijos.

    En un sofá en Ka’kaya, una cómoda cafetería, dos jóvenes compartían una pipa de agua y veían, en sus teléfonos, videos sirios de cadáveres y escombros.

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