Honduras

No hay sonrisas en la sala de niños del Hospital Santa Rosita

El Santa Rosita tiene un espacio para la niñez con problemas psiquiátricos, en total hay nueve, pero solo pudimos encontrar a tres. Dos de ellos pasan atados de pie y mano a la cama por su conducta

26.11.2019

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- En la medida que se atraviesa el jardín, los gritos y los llantos se vuelven más intensos. Son gritos de desesperación. Y golpean los tímpanos.

-¡Suéltenme!

-¡Suéltenme!

-¡Suéltenme!

Son los gritos ensordecedores acompañados de un llanto desconsolador que se escuchan antes de entrar a la Unidad Infanto Juvenil para Niños y Adolescentes del Hospital de Especialidades Psiquiátrico Santa Rosita.

La Unidad Investigativa de EL HERALDO ingresó a este espacio separado del hospital, donde nueve menores de edad pasan sus días y reciben atención especializada.
Pero, ¿por qué esos gritos?

A unos 100 metros atrás del pasillo principal del Hospital de Especialidades Psiquiátrico Santa Rosita está ubicada la Unidad Infanto Juvenil para Niños y Adolescentes.

Llegar no es difícil, solo hay que seguir un camino que está entre la parte lateral derecha de las oficinas del sindicato de trabajadores y un jardín descuidado en el que se puede ver caminando sin rumbo a algunos de los pacientes adultos.

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Un portón negro, unido a verjas del mismo color, da la bienvenida al inmueble.
A primera vista el ambiente es desolador, resalta un pequeño jardín y un espacio al fondo destinado para la agricultura.

El portón está abierto y desde antes de entrar se pueden escuchar los gritos de un menor.

-¡Suéltenme!

-¡Suéltenme!

-¡Suéltenme!

A medida se atraviesa el jardín, los gritos y los llantos se vuelven más intensos. Al llegar a la puerta principal, hay una niña, está recostada sobre un pupitre. Tiene la cabeza hacia abajo y un suéter con gorro que apenas permite identificarla. Por su contextura podría tratarse de una adolescente de unos 14 años. No se movió y tampoco respondió al saludo.
Hasta ahí no se observó la presencia de enfermeras.

Una vez adentro del inmueble, hay diversos pasillos que sin conocer el lugar se convierten en un laberinto.

Los gritos del niño permanecen activos, aunque ahora son más sollozos que otra cosa. El llanto del menor guió a la Unidad Investigativa de EL HERALDO hasta un cuarto de ventanas corredizas con cortinas floreadas. A través de ellas se pudo ver al adolescente que se lamenta angustiadamente.

Está acostado en una camilla, tapado con una cobija de diferentes tonalidades. Su mano derecha está totalmente extendida y el pie izquierdo también. La puerta del cuarto está abierta, pero, ¿por qué no sale?

Un pequeño vistazo aplacó la duda.

3 Menores

hay una sala especial para atender a menores de edad en el hospital.



El adolescente está amarrado de una mano y un pie a la camilla. La sujeción está realizada con un lazo de seguridad blanco en su pierna, mientras en su mano está combinado con un trapo de color azul.

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Repite sin parar una y otra vez que lo suelten.

A ratos llora y otras veces grita. Nadie le presta atención.

El adolescente no se refiere a alguien en específico para que lo ayuden. Solo desea ser liberado.

Una enfermera que va por el pasillo, apenas murmuró.

“Usted no se porta bien”, haciendo referencia a que el joven está amarrado a consecuencia de su rebeldía.

El muchacho tiene entre 15 y 16 años, pero actúa como un niño de ocho.

Se conoció que debido a la escasez de personal, las enfermeras se ven alcanzadas por la cantidad de trabajo que deben realizar.

Durante el recorrido por la sala solo se pudo observar a una de ellas, por lo que se presume que era la única que había para atender a todos los menores.

Al salir del cuarto del menor que gritaba hay unas escaleras que conducen a otra habitación. Es un espacio pequeño con una ventana que permite la entrada de los rayos del sol.

Acostado en la camilla está otro muchachito fornido de unos 15 años. Al igual que el anterior está amarrado con trapos y lazos de sujeción. La enfermera le pidió que se calmara, mientras retiraba los trapos de sus muñecas. Le dijo que lo iba a llevar a bañar con ayuda de un empleado varón.

El adolescente solo observó.

Un hombre entró al cuarto, ayudó a la enfermera y juntos se lo llevaron para el baño.
La Unidad Investigativa de EL HERALDO conoció mediante información solicitada por medio del Portal de Transparencia de la Secretaría de Salud que en total son nueve menores los que viven en la zona, aunque durante el recorrido por la sala no se encontró a los otros seis.

El ingreso a la zona donde están los menores de edad no cuenta con las medidas de seguridad necesarias.

Uno de los menores cuando recibe atención por parte del personal del Hospital Santa Rosita. Foto: EL HERALDO


Las camillas, baños e insumos están en mejores condiciones que en las demás salas.

La mayoría de los niños internos en el Hospital de Especialidades Psiquiátrico Santa Rosita fueron abandonados por sus padres debido a su condición.

El adolescente continúo llorando, amarrado; el otro, desnudo en un baño y la niña nunca mostró su rostro. No se vieron sonrisas en una sala de niños.

La sala de hombres también en abandono.

La Unidad Investigativa de EL HERALDO pasó una noche en la Sala de Varones 3 del Hospital de Especialidades Psiquiátrico Santa Rosita.

Los hombres se aglutinan frente a un portón de hierro a esperar que les entreguen sus medicinas.

Durante la espera en medio de los pasillos se observó a un joven. Avanza completamente desnudo custodiado por un empleado del hospital y una enfermera.

Tiene el pelo corto y rasgos de síndrome de Down. Al muchacho lo llevaban a un cubículo aparte, afuera de los dormitorios pero dentro de la sala.

Condiciones

Los trabajadores han denunciado también las deplorables condiciones en que son mantenidos los pacientes y los incumplimientos de las autoridades a los empleados.



Debido a su comportamiento agresivo no puede estar con el resto de los pacientes por la noche, por eso permanece aislado.

Pero no es el único, hay otro cubículo a la par, ahí está encerrado otro hombre. Está cubierto de los pies a la cabeza con una cobija floreada. No se mueve nada, parece que ni estuviera respirando. En la sala le temen, porque según versiones a lo interno en su estancia en el hospital, ya mató a dos compañeros.

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Es sumamente violento y no tolera la compañía de nadie. Su rebeldía llegó al punto, según versiones de enfermeras, de amarrarse sus propios testículos al portón para causarse dolor. Dominarlo es una tarea difícil, se requiere al menos de dos varones más.

De regreso a la sala, ya es hora de ir a dormir. Las enfermeras terminaron su labor.
Los hombres, a diferencia de las mujeres, son más bulliciosos a la hora de ir a la cama. Alegan, se empujan y buscan en medio de la miseria esponjas, colchones o camas oxidadas donde pasar la noche.

Casi todos están con ropa, algunos tienen descubierto la parte superior de su cuerpo.
Los encargados deben estar pendientes pues los pacientes más fuertes obligan a los otros a que les entreguen sus cobijas.

Durante la permanencia en la sala se pudo observar que los baños están deteriorados, con serios problemas en las tuberías de aguas negras.

Hay hacinamiento de pacientes. El que tiene cobijas duerme en el suelo. El que duerme en una esponja debe sortear la suerte con los resortes oxidados de las camas.

Las otras cuatro salas del Hospital de Especialidades Psiquiátrico Santa Rosita tienen similares condiciones.

EL HERALDO entró de manera subrepticia a las salas para verificar las condiciones en que se encuentran los pacientes.
Las autoridades del hospital rechazan la denuncia de EL HERALDO.