Recordando a mi esposo, Alfredo Landaverde
Ya falta poco para terminar el 2011 y hace 24 días que mataron a mi esposo Gustavo Alfredo Landaverde Hernández.
Estoy en Caracas, Venezuela justo la ciudad en que nos conocimos y en la que nos decidimos casar. El amaba a Venezuela, país que visitó muchísimo y donde lo conocí porque el estudiaba en el Instituto de Formación Demócrata Cristiana (IFEDEC) como alumno único de un curso avanzado de política y yo trabajaba como bibliotecaria de ese Instituto, allí empezó todo.
Ahora, justo en esta ciudad que tantos recuerdos me trae de mis primeros años de vida con Gustavo Alfredo, es donde tengo que decidir qué hacer ahora sin el y como velar por lo mínimo, porque se le haga justicia, lo que en un estado de derecho es lo normal y procedente, tomando en cuenta que fue asesinado.
Todavía no me recupero de mis recuerdos y últimos momentos a su lado cuando lo vi herido de muerte en el otro asiento del carro y cuando lo montamos en la ambulancia donde murió… por lo menos tengo el consuelo que estuve con el hasta sus últimos momentos.
Fuimos esposos y compañeros de vida muy unidos, con altos y bajos como cualquier matrimonio y decididos a estar juntos hasta el final de nuestros días.
En sus últimos meses de vida no compartí mucho las reiteradas intervenciones que tuvo en los medios de comunicación -casi siempre por los mismos temas de violencia, crimen organizado e infiltración del narcotráfico dentro de las autoridades, políticos, empresarios, operadores de justicia-
pero me agradaba verlo cuando iba y regresaba después de sus entrevistas porque lo veía más animado. El sentía que por lo menos podía denunciar y hacer conciencia de lo que estaba pasando, buscando respuestas y reacciones.
Hoy ya lo silenciaron.
Me siento orgullosa de mi esposo, porque hizo lo que pudo y lo que el creyó que era su deber hasta el último momento. Será por eso que este luto mío es de mucha indignación interior.
A Dios le pido que la justicia divina y terrena se pronuncie. ¡EL SE LO MERECE! Y que su voz por un mejor país se haga eco en las voces y el quehacer de la gente buena, decente y profesional que están llevando el proceso de esclarecimiento de su muerte en la Fiscalía y la Policía, las mismas que se engrandecerán y multiplicarán para tantos casos que en Honduras necesitan de justicia.
¡Después de la noche viene la aurora!…
Ya vienen tiempos de más dignidad, justicia y honor. Su muerte es una antorcha de luz para su Honduras querida.
Hilda Caldera de Landaverde