Revistas

Un misterio complicado (Parte 1 de 2)

Un hombre es asesinado adentro de un taxi y comienza un misterio que la DNIC se esfuerza por resolver

05.11.2011

Una conversación.
La fila de carros era enorme, anochecía, caía una brisa suave desde hacía una hora y el frío se hacía más intenso. A lo lejos se veían los últimos reflejos del sol y las luces de los carros empezaban a romper las tinieblas.

Diez carros más allá estaba el semáforo y su luz roja resplandecía como una mancha sangrienta que colgaba entre las sombras. El taxi se había detenido, el chofer, acostumbrado a aquellas colas, mostraba más resignación que paciencia y miraba hacia adelante sin ver nada en particular. Solo esperaba.

En el asiento de atrás, su pasajero, un hombre joven, casi un muchacho, se quejaba del atraso. Tenía prisa, alguien lo esperaba en el barrio Abajo y, aunque no le gustaba llegar tarde a sus citas, en esta ocasión se lamentaba por aquella cola interminable.
“¿En qué trabaja?” –le había preguntado el taxista.

“Soy masajista profesional -respondió él-; casi siempre atiendo a domicilio”.

El taxista pareció sorprendido.

“¡Ah! -exclamó-. Y, ¿qué tal ese negocio?”

“No es la gran cosa pero deja para vivir sin preocupaciones… Antes trabajaba con el gobierno pero allí no se prospera nunca, a menos que se hagan negocios chuecos”.

“Y, ¿tiene bastantes clientes?”

“Sí, bastantes… Mujeres, sobre todo, y algunos gais… Se sorprendería usted de los tipos que he atendido… De los que salen en los periódicos y en la tele, hasta militares, fiscales y diputados… Bueno, hasta sacerdotes y pastores… Esos sí que pagan bien…”

“¿Maricas?”

“¡No, maricas no! ¡Mariconazos!”

El taxista guardó silencio. Sonrió y sus ojos cansados vieron la cara brillante del muchacho en el retrovisor. En ese momento, la luz intensa de una motocicleta se reflejó en el espejo y lo hizo cerrar los ojos. La fila avanzaba despacio. El semáforo se había puesto en rojo de nuevo.

El ataque.
La motocicleta avanzó hasta ponerse al lado del taxi. El chofer miró a los hombres que llevaban la cara oculta en los cascos y miró hacia el frente.

Esperó a que la moto avanzara, al frente estaba despejado y el semáforo ya iba a ponerse en verde, sin embargo, el hombre que iba atrás se bajó, se acercó a él, le mostró la pistola que llevaba en una mano y le dijo:

“¡Bajáte, raza, esto no es con vos! ¡Cuento tres y te has perdido de aquí!”

Dice el taxista que él no supo en qué momento se quitó el cinturón, abrió la puerta y salió corriendo como alma que lleva el diablo.

Un segundo después escuchó los disparos. Uno, dos, tres. Luego perdió la cuenta. Desde donde él estaba sonaban como cohetillos. Cuando el semáforo se puso en verde, la moto salió disparada hacia adelante y se perdió a lo lejos.

La patrulla de la Policía que estaba en la fila de la izquierda, llena de uniformados empapados hasta los huesos, no se movió un centímetro. La moto pasó a un metro de ellos llenando el espacio con un sonido estridente.

¿Cómo podían adivinar aquellos hombres mal comidos, mal pagados y sobreexplotados que los dos hombres que pasaron a su lado como una flecha eran dos sicarios que acababan de quitarle la vida a un masajista profesional a escasos cien metros de ellos?

EL TAXI.
El taxi seguía en el mismo sitio, con el motor encendido, las luces altas y la emergencia puesta.

Ahora la cola de carros era mayor. Los policías no tardaron en llegar. Un subinspector ordenó proteger la escena del crimen. Era lo más que podían hacer mientras llegaban los agentes de Homicidios de la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC).

LA ESCENA. La mancha de sangre fresca llegaba hasta el piso; había sangre en el vidrio trasero, en el vidrio de la puerta y sobre el tablero. El muchacho estaba tirado hacia la derecha, sobre el asiento, con la cabeza y el pecho convertidos en una masa sanguinolenta.

Los técnicos de Inspecciones Oculares recogieron siete casquillos de bala de 9 milímetros en la escena y los detectives de campo se dedicaron a entrevistar a los testigos, empezando por el taxista, que había regresado hecho un mar de nervios.

PREGUNTAS. “¿A dónde iba su pasajero?”
“Al barrio Abajo”.

“¿Algún lugar específico?”.

“Sí, el hotel XX”.

“¿Dónde lo recogió?”.

“Frente a las canchas de la San Miguel”.

“¿Platicó con usted en el camino?”.

“Sí, un poco”.

“¿Recuerda lo que hablaron?”.

“Sí; creo que sí”.

El taxista empezó a hablar hasta que llegó el momento en que le ordenaron “bajarse del taxi y perderse de ahí”.

No tenía nada más que decir.

La Hipótesis. “Según el taxista, los sicarios le dijeron que se bajara del carro. Esto significa que seguían a la víctima y sabían perfectamente quién era”.

“Así es. Está claro que se trata de una muerte por encargo”.

“Los familiares dicen que él se dedicaba a su negocio de masajista desde hace dos años, y que no le iba nada mal. El taxista dice que tenía una cita en el barrio Abajo, en el hotel XX. ¿Alguien tiene información del hotel?”

“Nosotros visitamos el hotel. Los empleados reconocieron a la víctima. Dicen que era un cliente habitual. Bueno, el hotel era casi como su centro de operaciones. Allí atendía a sus clientes, o a algunos de sus clientes, femeninos y masculinos”.

“El fiscal solicitó al juez el vaciado del teléfono de la víctima. Se supone que tendremos los datos esta tarde. El taxista dice que habló varias veces con una persona y que él cree que era la misma que lo esperaba porque le decía que estaba en una cola y que lo esperara… Por lo que dice el taxista, estaba desesperado por llegar, o al menos podríamos decir que estaba ansioso… Quizás era un buen cliente, sin importar el sexo, y tal vez necesitaba el dinero que le pagarían… En la billetera solo tenía un billete de cien lempiras y uno de dos, aunque su ropa era fina, los zapatos caros, buen reloj, cadena, pulsera y anillo de oro, buen perfume y dos tarjetas de crédito… Si solo se dedicaba a masajear gente, tal vez el negocio no fuera tan bien como parece; creo que se prostituía…”

“Tenemos un dato sobre esto. Le preguntamos a las aseadoras del hotel y dicen que casi siempre encontraban condones en el basurero. Esto es normal en un lugar así… Incluso, muchos con heces…”

“Lo que nos confirma que era un gigoló o un prostituto, que viene siendo lo mismo…”

“Entonces, ¿cuál sería el motivo del crimen?”

“Según el forense no era VIH positivo… Le pedí esta prueba para descartar que un cliente furioso lo hubiera mandado a matar porque tal vez pudo infectarlo…”

“La verdad es que alguien lo mandó a matar… La pregunta es ¿por qué?”

“¿Un amante despechado? ¿Un marido celoso? ¿Una mujer en problemas? Porque atendía a muchas mujeres. Los empleados del hotel dicen que nunca vieron a las clientas o los clientes; no es su trabajo espiar a la gente… Nadie recuerda ni siquiera una cara. De lo que sí están seguros es que se encontraba allí con personas de ambos sexos, o mejor dicho, con gais y mujeres…”

“Recordemos lo que le dijo al taxista, que sus clientes eran gente de todo tipo, militares y diputados incluidos; y hasta religiosos; esto, solo entre los hombres que pagaban sus servicios. ¿Qué hay de las mujeres? Seguramente había entre sus clientas algunas señoras de buen nombre…”

Los detectives detectaron el sarcasmo en las últimas palabras de su compañero y esbozaron una sonrisa.

“Es posible”.

“Creo que en el vaciado del teléfono encontraremos algo…”

En ese momento, un técnico del Laboratorio entró a la oficina.

“La memoria que la víctima llevaba en la bolsa de la camisa está destruida… No se puede hacer nada…”

“Bueno, era solo una idea… Nos vamos a guiar por el vaciado del teléfono”.

“¿Alguien supo quién lo esperaba en el barrio Abajo?”

Un detective levantó una mano con el puño cerrado.

“Nadie. No había nadie esperándolo en el hotel. En anteriores ocasiones, él alquilaba la habitación y esperaba a que llegara el cliente o la clienta… O bajaba él hasta el parqueo y subían directamente en el ascensor… Otras veces la habitación se dejaba abierta y el cliente llegaba solo y esperaba… Muchas veces pasó esto, pero en esta ocasión no había nadie esperándolo en el hotel…”

“Tal vez estarían esperándolo afuera y quizás entrarían juntos… Es una posibilidad”.

“Y por el nivel de ansiedad que tenía, a juzgar por las declaraciones del taxista, debería ser un cliente especial, o un negocio especial…”

“Ya era tarde, en la mochila llevaba ropa interior, toalla, perfume, talco, piedras, cremas y aceites para masajes, un poco de cocaína, un inhalador Ipratropio para el asma y un Ventide; además, una caja de condones, cinco lazos de más de medio metros, de seda dorada, de los que se usan en las cortinas, seguramente para sus juegos con los clientes que se sienten mejor cuando son humillados o dominados, y en la bolsa de la camisa llevaba la cajita de plástico con la memoria, que se destruyó con las balas… Nada más…”
Hubo un instante de silencio. El caso se enredaba cada vez más. Los detectives no veían una salida. Ahora era cosa de esperar el vaciado del celular de la víctima… Sin esto, la investigación se estancaba. Los familiares sabían a qué se dedicaba el muchacho pero nunca hablaba más de la cuenta… No tenía novia, al menos no le conocían ninguna…

“Ahorita son las diez de la mañana, ¿quiénes van a ir a la vela?”

Tres detectives levantaron las manos, siempre con los puños cerrados.

“No se les olvide ver a todo el mundo… Amigos, amigas, a quien sufre más, quien se muestra enojado, furioso o que parezca que le alegra la muerte del muchacho; oigan, escuchen, vean… Cualquier cosa será buena para la investigación… Tenemos que resolver este caso. Tal vez así se les quita a algunos la brama de decir que la DNIC no sirve para nada…”

“¿Quiénes están trabajando con la gente de Análisis?”

Dos detectives levantaron una mano.

“¿Tenemos expediente de la víctima? ¿Tenía antecedentes con nosotros?”

“Todavía no tenemos toda la información…”

“Vamos a encontrar a los asesinos, o al menos al autor intelectual de este crimen…”

“O autora…”

“Sí; es posible…”

Continuará LA Próxima SEMANA

Tags: