Siempre

Armando Lara y los herederos de la levedad

FOTOGALERÍA
23.04.2018

Tegucigalpa, Honduras
Hay una obra de Armando Lara en la que siempre pienso. Se trata de “Nacimiento de Jonás”. Por supuesto que valoro el resto de la pintura de este artista. Desde aquellas donde la maestría del tratamiento del cuerpo asombra y sus trabajos abstractos que siempre he leído como grandes vacíos donde se bifurcan las interrogantes esenciales de la existencia.

Hace ya muchos años que vi la obra en mención y es una imagen tan poderosa que una y otra vez insiste en dialogar con este observador. Me cautivó su perfecta resolución, la destreza técnica no solo de lo que se supone es una obra cuyo basamento es el dibujo, sino el movimiento ascendente que se logra en armonía anatómica perfecta. Su impresionante cuidado de la sutileza.

Cuanto más pasa el tiempo y veo la expresión de Armando Lara, es más clara la audacia de una pintura que realmente es lenguaje contemporáneo entre los latidos de la interiorización de la tradición de un bagaje con rasgos renacentistas y una atmósfera artillada por
la abstracción.

“Nacimiento de Jonás” representa un pez transparente en ascenso con un hombre adentro (o un hombre con la piel de un pez, o un viajero en el tiempo). Siempre indagué una y otra vez este trabajo y a partir de él hice todas mis lecturas y conexiones posibles con el resto de la pintura de Armando Lara. Pienso que es una de las metáforas más poderosas que he observado y que me place rememorar.

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Antes de ver ese trabajo, supuse que las dimensiones del cuadro eran muy grandes, sin embargo, es un formato pequeño, así que su sentido monumental tiene que ver con su fuerza alegórica.

Sin duda la alegoría es una de las grandes vocaciones de la pintura de Armando Lara. En mi libro “Derecho de réplica” donde aparecerán mis trabajos sobre el diálogo con artistas y poetas, asoma un texto que lleva por título “Armando Lara y los herederos de la caída”.

Hace muchos años le prometí al artista en su estudio de Santa Lucía escribir sobre él un ensayo extenso de mis lecturas e impresiones sobre su trabajo.

Estoy contento de no haberlo escrito inmediatamente después de mi promesa, porque no hubiese tenido la oportunidad que solo el tiempo provee: lecturas, experiencias, ver mucho arte y sobre todo un diálogo reposado; hoy puedo decir que el ensayo está listo y que mis palabras, aunque no tengan la estatura de la obra de Lara, se acercan a ella con dignidad, conocimiento y sobre todo, despojado de soberbia y apuros, son auténticas y esenciales en este recorrido por el arte y por la vida.

Es verdad que en el umbral de entrada a la obra de Lara resalta el cuerpo como urdimbre semiótica de un discurso, pero también es verdad que el vacío habitado por los cuerpos también expresa o concatena los ecos que se desploman.

Si bien los cuerpos son las letras, es el vacío el que eslabona u ordena el mensaje final, por eso no existe el sentido de “acumulación” en la pintura de Lara, sino el
de aliteración.

Más que metáfora sangran las alegorías. Los cuerpos, entonces, no son el cuerpo, apenas una magistral sintaxis técnica de un maestro de la pintura para urdir lecturas o mensajes mucho
más complejos.

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La universalidad no se logra por la elección de códigos comunes a los observadores sino porque el artista crea y muta, una y otra vez, hasta expresar con mayor riqueza el idioma de la imposibilidad; esa zona donde quien lee insiste en preguntar, en suponer, en ahondar en la confusión con el objetivo de lograr la clave de toda inteligencia: hacer preguntas esenciales. Esa es una virtud de la pintura de Lara: nos pregunta, nos ausculta.

En pocos casos, vocación y oficio propician un arte depurado y definitivo como en la pintura de Lara. Su vuelta a las formas clásicas bajo la tutela de una mirada contemporánea, supera lo figurativo y tradicional.

Los cuerpos de la pintura de Lara son herederos de la fuga, de los ritmos de un movimiento que ya sucedió y por eso es difícil definir si flotan o si permanecen, si asciende o apenas se imponen a sí mismos para caer. Son intemporales. Cuerpos que pueden tocarse o poseerse si el espectador intuye los ojos que esconden o lo que aspiran a mirar o palpar con sus dedos imposibles.

El universo del fondo puede ser apacible: una veladura que oculta al caos o que a veces los delata con trazos abstractos que evocan ese universo del anonimato, la plusvalía existencial de la desesperación del hombre moderno y su duda: cuerpos que se acercan para devorar la conciencia que creen poseer y tratar así de sobrevivir, errantes, en busca de una memoria que los salve.

En tiempos de farsas y voraces espejismos, siempre es bueno recordar a artistas y escritores que como un ancla nos sujetan a las visiones esenciales del arte.

En Lara, una y otra vez, hay que insistir en su sentido del oficio, en la habilidad y conocimiento del lenguaje plástico para otros. Su proceso se ha sostenido en el tiempo, ya son muchos años de una disciplina ejemplar que le ha permitido comprender su vocación y crear e innovar desde la pintura un idioma propio, universal y contemporáneo.