La clave de Óscar Arita para vencer la pobreza, la timidez y la falta de oportunidades es 'la lucha por la existencia' y la determinación de llegar a sus metas.
Una larga carrera en el Poder Judicial y como mentor en la carrera de Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras preceden al hombre encargado de 'contarle las costillas' a la Policía Nacional.
Arita es, desde noviembre pasado, el titular de la recién creada Dirección de Investigación y Evaluación de la Carrera Policial (DIECP), entidad que sustituye a la Unidad de Asuntos Internos de la institución armada, y asegura que, pese a los riesgos que representa esa misión, está dispuesto a cumplir el llamado de la patria.
El mesurado hombre de leyes recibió a EL HERALDO en un modesto despacho de la DIECP que 'no es mi oficina porque todavía no tengo' para conversar sobre su vida...
¿Siempre ha sido reservado ante los medios de comunicación?
Siempre lo he sido y siempre se los he dicho, que yo no soy una persona que me guste andar haciéndome algún tipo de publicidad.
¿Y en su vida personal mantiene ese perfil?
Así es, definitivamente, me gusta mantener un perfil bajo.
¿Se define como tímido?
Yo diría que soy una persona reservada que logró vencer su timidez.
¿Cómo la venció?
Hubo muchas oportunidades para hacerlo, en primer lugar la lucha por la existencia es una forma de vencer la timidez y luego recuerde que durante 17 años estuve frente a estudiantes, y si hubiera sido una persona tímida en ese momento no hubiese tenido éxito.
Cuando vine a Tegucigalpa fue tremendo, pero claro, el propósito estaba bien establecido, que era sacar una carrera universitaria y eso no se me quitó de la mente.
¿En el Poder Judicial qué cargos ha desempeñado?
Inicié como juez de letras en La Mosquitia, en Gracias Dios, en 1990, luego salí del Poder Judicial y después regresé a la escuela judicial preparando algunos materiales para cursos y nuevamente salí hasta que en 2002 regresé, esta vez de una forma definitiva, para actuar como magistrado de la Corte de Apelaciones de Santa Bárbara, en donde estuve cinco años, y me trasladaron a Tegucigalpa en la Corte Segunda de Apelaciones, que era una corte civil.
Ahí estuve hasta 2007 cuando me pasaron a la que es ahora la Corte de Apelaciones Penal.
¿Qué tan complicado fue ser juez en La Mosquitia?
Bueno, las complicaciones eran más que todo por lo difícil que era vivir en Puerto Lempira, porque no había energía eléctrica, no había agua, el calor era terrible y las bandadas de zancudos eran increíbles, de tal manera que si usted dejaba abierta la puerta para recibir un poco de aire lo devoraban los zancudos.
¿Y con la alimentación como hizo?
Bueno, yo soy una persona que he sabido preparar mi propia comida, yo solamente le pagaba a una señora el almuerzo, el desayuno y la cena yo lo preparaba, mucha de esa comida era comida enlatada.
Fue duro, ahí estuve un año y recuerdo que el conserje que había en el juzgado me llevaba agua de un pozo y al final esa agua resulta que estaba contaminada y me dañó los ojos, y cuando yo me vine de Puerto Lempira venía con una infección ocular terrible.
¿Regresó?
Yo había tomado la decisión de no regresar porque ya sentía que no era bueno para mi salud.
¿Qué tipo de juicios recuerda que ventiló en esa zona?
Recuerde usted que esas son personas que han tenido una vida distinta al resto del país, en ese momento se acostumbraba la justicia de los más sabios, de la gente mayor, y cuando se acudía al juzgado era por casos que tenían relación con casos penales, pero los casos civiles ellos los arreglaban en su medio.
¿Cuál fue el siguiente paso en su carrera judicial?
No, yo estaba haciendo otro tipo de actividades, yo simultáneamente trabajaba en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras y cuando regresé de Puerto Lempira me reincorporé a la facultad en donde di clases 19 años.
¿Cuánto años sumó en el Poder Judicial?
Unos 14 años. Primero yo me desempeñé como maestro de educación primaria para poder pagarme mis estudios en la universidad, luego que terminé ahí, ingresé a Hondutel, donde desempeñé bastantes puestos hasta llegar a ser asesor legal II y posteriormente trabajé en la asesoría legal del Instituto Nacional de Formación Profesional (Infop).
De ahí pasé a ser fiscal del Ministerio Público en la Fiscalía de la Corte de Apelaciones de La Ceiba, de la Fiscalía de Corte de Apelaciones de Copán y fui fiscal de la corte en donde yo era magistrado.
¿Qué tan complicados fueron sus inicios?
Muy difíciles, por las dificultades económicas, yo vengo de una familia muy humilde y faltaba de todo, pero fuera de las complicaciones económicas fue una infancia feliz porque en aquel entonces todos teníamos un denominador común, todos éramos pobres.
Se notaba la diferencia entre nosotros cuando alguien sobresalía tal vez con (cuando alguien tenía) zapatos, porque nosotros no teníamos nada de eso.
¿Le tocó ir a la escuela sin zapatos?
Sí, toda mi primaria.
¿A qué se dedicaban sus padres?
Mi padre era un agricultor y mi madre de oficios domésticos.
¿Todos en su familia progresaron?
Bueno, como profesional universitario solo yo. Hay otro hermano que es maestro de educación primaria y mis otros hermanos se dedicaron al comercio y están muy bien.
La pobreza es, en muchos casos, la razón para que alguien no termine sus estudios, ¿cómo lo logró usted?
Con muchas dificultades, incluso con días de hambre, pero había una voluntad férrea de terminar esos estudios y lo logré.
¿Días de hambre?
Sí, muchas dificultades, pero lo logré. Cuando estaba con mis padres, a pesar de la pobreza, siempre había, pero ya cuando me tocó estar en el colegio y en la universidad sí.
¿Esos problemas le hicieron pensar en dejarlo todo y regresar a su pueblo?
Nunca se me cruzó por la mente que me iba a regresar a pesar de todo lo que estaba pasando.
¿Alguien le prestó ayuda?
Pues fíjese que siempre encontré algunas personas bondadosas que me ayudaron.
En primer lugar le doy las gracias al abogado Julio César Garrigó, de San Pedro Sula, que ya falleció y que Dios lo tenga en su gloria, fue la persona que me motivó a estudiar la carrera de Derecho.
Cuando me hice maestro y fui a San Pedro Sula, yo nunca imaginé que iba a estudiar esa carrera, pero él me llevó a su bufete y me empezó a meter en las cuestiones del derecho y logró interesarme en el estudio de la carrera.
Él me consiguió una oportunidad de trabajo en Estadísticas y Censo con un contrato, lamentablemente solo duró como cinco meses y luego me quedé a la deriva nuevamente.
¿Cuánto ganaba?
Creo que eran 160 lempiras.
¿Y luego cómo hizo?
Estuve todo el resto del año, no sé cómo pude pasármelo, pero al final de cuentas... al siguiente año, uno de los compañeros que yo tenía en la facultad era el supervisor de educación primaria de Francisco Morazán, el abogado Juan Guifarro López, y él me dio una licencia como maestro de educación primaria y así llegué a trabajar en la escuela José Santos Guardiola de Comayagüela, y después de esa licencia, él me dio una plaza en propiedad y ahí, pues, lo problemas económicos no culminaron, pero terminaron en la gravedad que yo los padecía. El sueldo era de 200 lempiras y trabajé cinco años y nunca dejé de trabajar por ningún tipo de reuniones políticas o de cualquier otro tipo y en los cinco años nunca recibí ningún aumento.
¿Ya asimiló el cambio de magistrado a director de esta nueva institución?
Es difícil, yo estaba acostumbrado al ambiente de la Corte y al trabajo de la Corte, son trabajos totalmente diferentes. Aquí estamos creando algo de la nada y allá todo está creado.
¿Qué lo motivó a aceptar el cargo?
Esa es una buena pregunta. No es nada económico, porque prácticamente los sueldos son equivalentes, esto lo hago porque es mi deber, si la patria me llama para que le preste un servicio que se considere valioso, yo acudo con mucho gusto.
¿Había menos riesgo en la Corte de Apelaciones?
Mire, yo en este momento no estoy en capacidad de juzgar eso y la verdad que el trabajo que tenía en la corte también representa un riesgo. Todo mundo dice que hay un riesgo aquí, que se corre peligro, pero yo en este momento no he sido amenazado por nadie, nadie me ha ofendido; al contrario, yo he encontrado mucha colaboración en las personas y sería yo irresponsable si dijera que estoy corriendo riesgo.
Yo siento que no he abandonado ninguna posición cómoda, desde ese punto de vista, para venir a una mucho más riesgosa.
¿Su familia qué le ha dicho?
No, es natural que ellos no quisieran que yo asumiera esta responsabilidad, porque, igual, todo mundo está pensando que aquí los riesgos son enormes, pero yo sigo pensando que si yo estoy con Dios y con la ley de mi lado, yo puedo hacer un bueno trabajo y no tengo temor de que me vaya a ocurrir una cosa tan grave como la gente piensa.