“No hay caminos para la paz, la paz es el camino”. Esta frase resume el sentido de su lucha en favor de la libertad de su nación y del respeto a los derechos de los más pobres.
La figura de austeridad inflexible y absoluta modestia de Mahatma Gandhi, en un país donde la política era sinónimo de corrupción, introdujo la ética a través de la prédica y el ejemplo.
Este miércoles se cumplen 65 años del asesinato del hombre que vivió en una pobreza sin paliativos, jamás concedió prebendas a sus familiares y rechazó siempre el poder político, antes y después de la liberación de la India.
Este rechazo convirtió al líder de la no-violencia en un caso único entre los revolucionarios de todos los tiempos.
Ghandi, pensador y líder del nacionalismo indio, es, sin duda, la personalidad indígena más relevante de la historia india contemporánea y su memoria sigue vigente en la lucha de un pueblo que exige paz, respeto a la mujer y libertad absoluta.
¿QUIÉN ERA? Su nombre de pila era Mohandas Karamchand Gandhi. Nació el 2 de octubre de 1869 en un remoto lugar de la India, en la ciudad costera de Porbandar. Su padre, Karamchand Gandhi, era el primer ministro del lugar y pertenecía a la casta de los banias, mercaderes de astucia y habilidad en el comercio.
Su madre, de nombre Putlibai, procedía de la secta de los pranamis, quienes mezclaban el hinduismo con las enseñanzas del Corán. Era una mujer profundamente religiosa y austera que dividía su tiempo entre el templo y el cuidado de los suyos. En su formación espiritual concurrieron una serie de culturas y credos amalgamados: el hindú, el musulmán y los jains que practicaban la no-violencia.
Fue un adolescente silencioso, retraído y nada brillante en los estudios, que pasó sin llamar la atención por las escuelas de Rajkot. A los trece años, siguiendo la costumbre hindú, lo casaron con una niña de su edad llamada Kasturbai, de quien estaba prometido desde los seis años sin saberlo.
Tras el fallecimiento de su padre, con 19 años, se embarcó a Bombay para seguir un curso de abogacía. Antes de partir prometió a su madre no seguir la costumbre inglesa de comer carne, dado que el visnuismo lo prohibía. Vivió tres años en Londres, entre 1888 y 1891, cuando halló su vocación: el descubrimiento de Oriente a través de Occidente.
En estos años decisivos para su formación intelectual encontró la guía para el perfeccionamiento de la práctica y la teoría de la no-violencia. Y cuando regresó a la India con el título de abogado, lo hizo con el secreto que había hecho sabios a los hindúes.
Pero el reencuentro con sus raíces no fue lo que esperaba. Su madre había muerto y su familia estaba desintegrada. Luego de fracasar en su primer caso como abogado, aceptó un empleo y se embarcó hacia Sudáfrica en 1893. Terminado su trabajo y luego de comprobar los vejámenes de que eran objetos los hindúes, Gandhi estaba a punto de regresar a la India cuando se enteró de la existencia de un proyecto de ley para retirar el derecho de sufragio a los hindúes. Aplazó la partida un mes para organizar la resistencia de sus compatriotas, y el mes se convirtió en veintidós años.
Gandhi encabezó numerosas iniciativas humanitarias, entre estas instituyó colonias agrícolas y hospitales y trató de eliminar las castas y religiones que dividían a su pueblo. En sus relaciones y en sus inevitables choques con las autoridades gubernativas de Sudáfrica inauguró un método de resistencia que mantenía el respeto a la persona humana y evitaba las armas.
En 1906, puso en práctica el “satyagraha” (“obstinación por la verdad”), conocido en Occidente con el nombre de “resistencia pasiva”.
A finales de 1914 regresó a la India, donde llevó una vida retirada hasta 1918, término de la primera Guerra Mundial. A partir de este año, Gandhi fue prácticamente el jefe del movimiento nacionalista. Su bandera, al principio la simple “autonomía”, que toma su base de la “autonomía económica” a la que se llega mediante la “no colaboración” y después con la “desobediencia civil”, pasa a ser en fin el símbolo de la “independencia nacional” (“svaraj”).
En 1920, en ocasión de la sesión extraordinaria del Congreso Nacional Indio en Calcuta, Gandhi logró que fuese aprobada y ratificada la puesta en práctica de una gradual resistencia pasiva.
Esta decisión lo convirtió en la primera figura, no solo en el seno del Congreso, sino en toda la India; y a este año se remonta el título de “Mahatma”, que el mismo pueblo le confirió en un impulso espontáneo de entusiasmo y de devoción; y dicho apelativo, que significa literalmente “el magnánimo” y alude a sus dotes de “profeta” y de “santo” que las masas le reconocían, lo glorifica y lo señala para la posteridad.
SU LUCHA. La vida del líder indio incluye una serie de episodios durante los cuales continuó su actividad política, con pausas más o menos largas en las que vivió en duras prisiones. De 1930 es una llamada directa al pueblo, redactada por entero por Gandhi y sancionada por el Congreso; llamada en la que se siente vibrar toda la pasión y todo el amor de Gandhi por su tierra madre y su anhelo por liberarla de la dominación extranjera. Ese mismo año ocurrió su lucha valiente contra las leyes del monopolio de la sal y su memorable marcha de tres semanas, simbólica, realizada en medio del entusiasmo de las muchedumbres de la ciudad de Ahmedabad a la pequeña localidad costera de Dandi.
En 1931 participó en Londres en la segunda conferencia de la Mesa Redonda, que marcó un fracaso para la causa india.
De regreso en su patria, Gandhi vivió durante algunos años apartado de la política oficial; pero dedicado a su apasionada atención a los problemas sociales, especialmente al concerniente a los “intocables”. Reapareció en la escena política en 1940, durante la segunda Guerra Mundial, y con indómita constancia, continuó luchando por aquellos ideales de cuya fe nunca se apartó; y así mantuvo una esperanza inquebrantable hasta el día de su sacrificio.
El fue un maestro que guió a su pueblo a alcanzar la meta que había soñado: vio la India independiente, aunque no se haya verificado su deseo de fundir hindúes y musulmanes en unitaria convivencia.
Desaprobó los conflictos religiosos que siguieron a la independencia, defendiendo a los musulmanes en territorio hindú.
Su lucha fue impulsada por su infinito amor a su tierra madre y a sus hermanos a vivir en medio del mundo y a practicar sus virtudes ascéticas, permaneciendo en contacto con gobernantes y métodos políticos del pleno siglo XX.
El amor fue el arma política de Gandhi. Sus repetidos y dolorosos ayunos (realizó dieciséis, el último de ellos pocos días antes de su fin en un intento de conseguir la paz religiosa de toda la India) eran la prueba de una completa entrega a su causa y consiguieron la devoción de las masas; su palabra apasionada las entusiasmaba, sus plegarias y sus invocaciones al dios Raro, recitadas en público, conmovían y arrebataban al auditorio.
Sobre economía política, pensaba que ni el capital debería ser considerado más importante que el trabajo, ni que el trabajo debería ser considerado superior al capital, juzgando ambas ideas peligrosas; lo que debería buscarse es un equilibrio sano entre estos factores, ambos considerados igual de valiosos para el desarrollo material y la justicia, según Gandhi. Gandhi llevó una vida simple, confeccionando sus propias piezas de ropa y además siendo un destacado vegetariano.
“Siento que el progreso espiritual nos demanda que dejemos de matar y comer a nuestros hermanos, criaturas de Dios, y solo para satisfacer nuestros pervertidos y sensuales apetitos. La supremacía del hombre sobre el animal debería demostrarse no solo avergonzándonos de la bárbara costumbre de matarlos y devorarlos sino cuidándolos, protegiéndolos y amándolos. No comer carne constituye sin la menor duda una gran ayuda para la evolución y paz de nuestro espíritu”, decía.
SU MUERTE. El 30 de enero de 1948, cuando Gandhi se dirigía a una reunión para rezar, fue asesinado en Birla Bhavan (Birla House) en Nueva Delhi, a los 78 años de edad, por Nathuram Godse, un radical hindú aparentemente relacionado con grupos ultraderechistas de la India, como era el partido hindú Hahasabha, quienes le acusaban de debilitar al nuevo gobierno con su insistencia en que le fuera pagado a Pakistán el dinero prometido.
El anuncio de que el padre (“bap”) había muerto, despertó el dolor del pueblo impresionado por la noticia del trágico fin, la consagración de sus cenizas, sumergidas religiosamente en numerosos ríos sagrados del inmenso país, revelaron al mundo que la India había perdido a su más grande santo de la edad moderna.
Y ahora, que se cumplen 65 años de aquel fatídico día, una prueba de su lucha y su búsqueda de Dios está en sus últimas palabras antes de morir : “¡Hey, Rama!”. Esto se interpreta como un signo de su espiritualidad, así como su idealismo en la búsqueda de la paz en su país. Estas palabras están escritas en el monumento erigido en su honor en Nueva Delhi.