Más de cinco siglos después del descubrimiento de América, el istmo sigue siendo un enigma para el mundo.
Resulta increíble, que si no fuera por Canadá y Estados Unidos, en muchos países ni siquiera supiesen en qué sitio del mapa se ubica el continente.
Un artículo de la revista Foreign Policy (FP) detalla que durante siglos América Latina fue para Europa Central una tierra lejana, visitada esporádicamente por diplomáticos, exploradores y viajeros.
No fue hasta después del fin de la Primera Guerra Mundial cuando los países centroeuropeos recuperaron su independencia, se pudieron establecer las relaciones diplomáticas con los Estados latinoamericanos y el istmo comenzó a ser llamativo para estas naciones.
La publicación trae a la luz el hecho de que las relaciones directas entre Europa Central y nuestros países son recientes, apenas unos 100 años. El tiempo para conocerse unos a otros de una forma madura fue bastante corto.
Hoy en día ambas regiones siguen percibiéndose como tierras lejanas y algo exóticas, aunque la integración de Europa Central en la Unión Europea (UE), el crecimiento económico de ambas áreas y el fenómeno de la globalización ayudan cada vez más a acercarse y crear nuevos lazos e intereses comunes.
Aunque no se puede negar que la UE y América Latina y el Caribe disfrutan de una relación privilegiada desde la Primera Cumbre Birregional, celebrada en Río de Janeiro (Brasil) en 1999, que instituyó una asociación estratégica.
Se puede decir que a esta altura del partido, ambas regiones son aliadas naturales unidas por fuertes lazos históricos, culturales y económicos. Cooperan estrechamente en el plano internacional y mantienen un intenso diálogo político a todos los niveles, regional, subregional (América Central, el Caribe, países andinos y Mercosur) y, cada vez más, a nivel bilateral.
EL CAMINO DE LOS CAMBIOS
Pero, ¿cómo fue que los europeos comenzaron a posar su mirada sobre el istmo?.
Los años de relaciones entre los Estados de Europa Central y América Latina produjeron diferentes imágenes de la región, algunas de las cuales perduran hasta la actualidad en la memoria colectiva de los centroeuropeos.
A finales del siglo XIX y principios del XX, América Latina fue vista como una tierra prometida por miles que salieron de sus pueblos en busca de trabajo y nuevas oportunidades de vida.
Durante la guerra fría, América Latina fue percibida principalmente como un campo de batalla en la confrontación entre dos bloques enemigos: el socialista y el capitalista.
Además, la región ganó una fuerte identificación en el marco del proceso de la descolonización. Los centroeuropeos relacionaron también el concepto del “tercer mundo” que surgió por aquel entonces con América Latina y que se ha quedado grabado en el imaginario colectivo aún en pleno siglo XXI.
A principios de los 90, cuando comenzó la transición democrática en Europa Central, Latinoamérica fue admirada, pero al mismo tiempo marginada.
Buscando inspiración, los países de Europa Central descubrieron y admiraron algunas experiencias de la región. A pesar de las indudables diferencias culturales, políticas e institucionales, se podían encontrar algunas similitudes entre las condiciones económicas y las formas de exigir la rendición de cuentas a los opresores,
por lo que, en los 90, el cambio de régimen fue un tema de debate en las relaciones entre ambas zonas. No obstante, las nuevas prioridades de la política exterior de los países centroeuropeos: la integración con la UE y en la OTAN, empujaron a América
Latina a un segundo plano. Al final, los contactos con esta área sufrieron ese cambio, como fue claramente visible en el cierre de algunas embajadas, infrecuentes visitas de alto nivel y la disminución de los contactos académicos.
LATINOAMÉRICA VUELVE A SER TEMA
En 2004 República Checa, Eslovaquia, Hungría y Polonia ingresaron en la Unión Europea, una organización con una larga y rica tradición de relaciones con América Latina. Como parte del proceso de adaptación a las políticas comunitarias y la inserción en los mecanismos de toma de decisiones de la UE, los Estados de Europa Central fueron, por decirlo así, forzados a prestar más atención a los temas latinoamericanos.
Ahora los países centroeuropeos ven América Latina con las lentes comunitarias y usan los instrumentos de cooperación que existen en la Unión para explorar la región.
En lo político, la integración en la UE, y especialmente el mecanismo de las cumbres, ha generado una mayor frecuencia de los contactos directos con los países latinoamericanos, lo que en sí mismo es un factor importante, ya que ayuda a los países y a sus líderes a conocerse unos a otros.
En lo económico, como consecuencia de la política comercial común, y también de las zonas de libre comercio en algunos casos, ha mejorado el acceso mutuo a los mercados, lo que ha llevado a un incremento del comercio y ha permitido algunas inversiones interesantes.
Después de los casi diez años de la permanencia en la UE, la política de los Estados centroeuropeos hacia Latinoamérica está cada vez más europeizada.
Al mismo tiempo, los centroeuropeos no son solamente unos receptores pasivos de la política de la Unión. Lo que han inyectado en las relaciones con América Latina es la sensibilidad a la democratización y los derechos humanos, visible por ejemplo en los debates sobre la política de la Unión hacia Cuba.
Polonia y la República Checa, conjuntamente con algunos Estados miembros, como Suecia y Alemania, han mantenido una posición cautelosa, insistiendo en la necesidad de responder positivamente a los cambios en la isla, pero manteniendo de momento la posición común de 1996.
INTERÉS POR LA REGIÓN
Después de varios años de centrar su política exterior en la UE, la OTAN, EE UU y los vecinos inmediatos, los países de Europa Central están cambiando lentamente sus relaciones con otras regiones fuera de Europa y de la zona transatlántica.
Estas reevaluaciones se han visto afectadas tanto por la mencionada adhesión a la UE como por razones económicas y de negocios que surgen desde la misma Europa Central.
Desde que la transición democrática empezara en la llamada Europa del Este, los países centroeuropeos han recorrido un largo camino de transformación económica: pasaron de economías planificadas a economías de mercado libre, de una cultura de trabajo socialista (léase poco efectiva) a unos recursos humanos competitivos y bien preparados y de ser países de renta baja a ser de renta alta. Todo este proceso se vio acompañado por el desarrollo de las empresas de las cuales algunas actúan globalmente.
La búsqueda de nuevos mercados y nuevas fuentes de crecimiento son el factor que impulsa a los empresarios a mirar fuera del espacio europeo e incluir en sus itinerarios no solamente Asia, sino también África y América Latina.
Y podemos ver ya los primeros resultados muy positivos de este nuevo enfoque. Por ejemplo, República Checa y Hungría tienen éxitos considerables en sus exportaciones a América Latina, Eslovaquia ha logrado atraer a una serie de inversores latinoamericanas. Polonia, ha destacado por una de la más grandes inversiones en el sector de cobre en Chile, valorada por 3 billones de dólares y realizada por la compañía polaca KGHM.
En la situación actual, es sobre todo en el contexto de los intereses económicos en el que Europa central mira a América Latina (siendo Cuba una excepción). La región comienza a percibirse como un mercado en rápido desarrollo con una presencia cada vez mayor en el mundo. Hay también una conciencia creciente de que no es una región homogénea y las estrategias políticas, comerciales y de inversión deben ser adaptadas a las diversidades económicas, políticas, sociales y culturales de América Latina.
En las relaciones entre los países de Europa Central y el istmo se han recortado muchas distancias y se han visto signos muy positivos de acercamiento, aunque todavía queda mucho por hacer. Ambas regiones se encuentran al comienzo de un largo camino del cambio de imágenes mutuas y de la aparición de los intereses comunes.
Lo fundamental es fortalecer las relaciones humanas y desarrollar contactos directos entre personas, empresas, estudiantes, universidades, instituciones y organizaciones de ambas regiones.
Sin embargo, para avanzar en el proceso de acercamiento habría que trabajar para cambiar viejas percepciones tercermundistas de América Latina que existen en Europa Central, tanto en el discurso político de las élites como en la percepción de la gente de la calle.
La tarea de educar no la pueden hacer solamente los diplomáticos latinoamericanos sino también las universidades, los intelectuales y los medios de comunicación. No se puede olvidar los activos que existen en la región. En su momento, a América Latina emigró más de un millón de personas de Europa Central.
Existe, por lo tanto, una importante comunidad de orígenes centroeuropeos que habría que movilizar. Finalmente, los países de Latinoamérica tienen también una tarea pendiente de hacer.
Ellos mismos deber atreverse a ver que los nuevos países miembros de la UE pueden ser igualmente interesantes como los tradicionales socios europeos. El décimo aniversario de la integración de Europa Central en la UE, que toca celebrar en 2014, es una buena ocasión para reflexionar sobre ello.