Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: Un favor especial (Primera parte)

¿Cuándo llegará el día en que desaparezca de la faz de la tierra la maldad humana?
30.10.2022

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

PENITENCIARÍA. Una tarde, bajo el intenso sol de verano que cae como fuego invisible sobre la Penitenciaría de Varones, en Támara, llegó un hombre de unos cuarenta y cinco años, no muy alto, delgado y de rostro desencajado. Era un nuevo inquilino de la penitenciaría, que se llena día a día, y, después de los trámites de rigor, fue llevado por un custodio a uno de los lugares más hacinados de la cárcel. Estaba triste, y lloraba en silencio. Contrario a lo que dicen los malintencionados, nadie se burló de él, como si entre presos la solidaridad fuera algo natural, ya que todos padecen en ese encierro inhumano que es el sistema penitenciario de Honduras. Le asignaron una celda, y conoció a sus nuevos compañeros, los que serían su familia por mucho tiempo.

“¿Por qué estás aquí?” -le preguntó alguien.

“Me acusan de haber violado a mi hijastra —respondió él, con voz apagada—, pero, yo soy inocente... Mi mujer se peleó conmigo y se fue a Ciudad Mujer a denunciarme, y dijo que yo había violado a su hija... Y la fiscal me acusó, el juez me mandó para aquí, y le aseguro que nunca toqué a mi hijastra... La crie desde los tres años, y la he querido como si fuera mía”.

“Bueno, eso dicen todos, que son inocentes... ¿Sabés lo que le hacen aquí a los violadores de niños?”.

“No, no sé”.

“Pues, ya lo vas a saber... Apenas corra la voz de que sos violador de tu hijastra, te van a llevar a un lugar especial, y te van a aplicar el código rojo”.

“¿Qué es eso?”.

“Ya vas a ver”.

El hombre se estremeció, sin embargo, en ese momento se escuchó una voz que decía:

“Hey, nuevo, te mandan a llamar... Vení, seguime”

“¿Quién me nada a llamar?”.

“Ya vas a ver”.

El compañero de celda que había estado hablando con él, le dijo:

“¿Ves que no te miento? Ya vas a ver para qué es lo que te mandan a llamar”.

Se puso de pie el hombre, se limpió las lágrimas que todavía rodaban por sus mejillas pálidas, y siguió al que había venido por él. Pasó entre muchos hombres que descansaban, conversaban entre ellos y se hacían bromas. Pero nadie se dirigió a él. El hombre que iba a unos dos pasos de él se abría camino de la misma forma en que Moisés abrió las aguas, y cuando pasaba, todo el mundo callaba. Pero esto no le dijo nada a Carlos, que así llamaremos a este hombre, y siguió en silencio a su guía.

Momentos después entraron a un lugar espacioso, de techo alto, y siguieron por un pasillo en que estaban de pie algunos hombres. Al fondo, detrás de una mesa, estaba alguien que se ocultaba entre las sombras.

“Vaya hasta allá” -le dijo el guía a Carlos, que no entendió al principio. Él se quedó unos pasos detrás de él.

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EL EXTRAÑO

Detrás de la mesa, rodeado por varios hombres que no hablaban ni hacían ningún gesto, estaba un hombre mayor, de unos cincuenta y cinco o sesenta años, alto, fornido, de sombrero Stetson, y que vestía con pulcritud una camisa a cuadros, pantalón azul y botas. Estaba sentado en una butaca de espaldar alto, y parecía que lo dominaba todo a su alrededor. Más allá, en lo que parecía una celda, aunque solo lo era de nombre, había una habitación amplia, con televisor, equipo de sonido, sillas amplias, una mesita y una mesa de trabajo. Y más allá todavía, había un dormitorio del que se veía solo una parte.

“¿Sabe usted, don Carlos, por qué lo mandé a traer?” —le preguntó el hombre, viéndolo serenamente. “No, señor... No sé... Disculpe”.

“No tiene por qué disculparse... Parece que usted no se acuerda de mí”.

“No, señor... Perdone...”.

Encendió una luz el hombre, y Carlos lo miró, tratando de reconocerlo.

“Perdone -le dijo-, no lo recuerdo... Es que uno conoce a tanta gente”.

“Está bien -le respondió el hombre-, no se preocupe. Llámeme Tito... Aunque no se acuerde, usted un día me hizo un favor que no se me ha olvidado jamás”.

“Perdone, señor don Tito, yo no me acuerdo... A lo mejor es que usted se equivoca”.

“Está bien, no se preocupe... Lo mandé a llamar para sacarlo de esa celda... Siempre estoy pendiente de los nuevos, y vi su nombre en la lista que me trajo uno de los custodios... Así es a su hija”.

“Así son muchas mujeres, amigo; no se martirice por eso... Usted va a salir de aquí, ya va a ver, pero, antes, tiene que estar seguro, y estará seguro solo en este pabellón, y cerca de mí”.

“Pero, señor... ¿Está seguro de que no se equivoca conmigo?”.

Tito volvió a sonreír.

“Mire, mi amigo -le dijo, moviendo el enorme pecho hacia la orilla de la mesa-, yo casi nunca me equivoco. Y le digo casi nunca, porque me equivoqué una vez, y por eso estoy aquí... Y, como ve, pues, tengo buenos amigos en este lugar... Custodios, militares y policías incluidos... Y afuera, tengo más amigos... Y si le digo que lo he mandado a traer para que esté bien los días que se va a estar aquí, es porque me siento agradecido con usted... Y es por algo especial que no voy a olvidar nunca... Ya sabía yo que Dios me iba a dar la oportunidad de devolverle el gran favor que usted me hizo un día... Aunque usted no se acuerda”.

Carlos sonrió, nerviosamente, y le dijo:

“Es que yo no me acuerdo, señor... don Tito”.

“Bueno, ya se lo voy a recordar yo... Por ahora, trate de estar tranquilo. Si yo le digo que se va a ir pronto de aquí, así va a ser, y el tiempo que esté aquí, pues, que sea para que se de cuenta de la clase de mujer traidora a la que usted quería. Hoy mismo voy a mandar a alguien a ver a su hijastra, para que hable con ella, y para que declare a su favor... Y le aseguro a usted que el miedo se le va a quitar, y que nadie lo va a molestar... Pero, allá usted si perdona a esa mujer cuando salga de aquí”.

“Perdonarla, don Tito, sí... Así y sea grande el mal que recibimos, debemos perdonar de la misma manera en que Jesús nos perdona a nosotros... En cuanto a seguir con ella, si es que salgo de aquí como usted dice, eso jamás... Nunca más... es una mujer mala, y no quiero terminar mi vida en manos de una persona tan malvada... Porque yo le juro a usted que soy inocente”.

“Yo lo sé... Yo lo sé”.

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PREGUNTAS

¿Qué había pasado, en verdad, en la casa de Carlos? ¿Era culpable como decía su mujer? ¿Por qué el agente de la DPI decía que ella declaró que nunca había sido violada? ¿Por qué no lo afirmó delante del fiscal? ¿Estaba, realmente, amenazada por su madre? ¿Tenía esta un amante como decía Tito? Y ¿quién era este hombre? ¿Por qué se conducía de aquella forma en la penitenciaría? ¿Por qué estaba allí? ¿Qué poder era el suyo en aquel lugar? Y ¿por qué ayudaba de aquella forma a Carlos? ¿Qué es el código rojo dentro de la penitenciaría? ¿De qué males salvó Tito a Carlos? ¿Cuál era el favor especial al que se refería Tito, y que Carlos no recordaba? ¿Cómo se comunicó con aquellos agentes de la DPI a los que estaba esperando?

Carlos se quedó con él mientras los agentes llegaban. Lloraba, y estaba en silencio. Veía de vez en cuando a Tito, y se preguntaba ¿dónde lo había conocido? Pero, después, se decía que aquel hombre lo había confundido. Él no lo recordaba.

Comió sin hambre, y descansó dos horas, hasta que los agentes llegaron. “Soy inocente” -les dijo.

“Ya lo sabemos -le respondieron los policías-, pero tiene que saberlo el fiscal... Y todo está en manos de su hijastra... Pero, no se preocupe... Vamos a resolver esto... Don Tito le va a traer al mejor abogado que existe en Honduras, el abogado Raúl Rolando Suazo Barillas, y va a llevar su caso... Le aseguro que no va a estar aquí mucho tiempo”. Carlos sonrió.

“Don Tito -le dijo al hombre, que lo veía con una sonrisa sincera-, yo le aseguro a usted que se equivoca...” “Deje que me equivoque, pues, y váyase de aquí con la frente en alto... Y hasta cuando se vaya le voy a decir cual fue el bien que usted me hizo...”

Y le sonrió.

Luego, llamó a uno de sus hombres, y le dijo, sin que nadie más que él escuchara:

“Ya saben lo que tienen que hacer con esa pu.. y con el querido... este hombre no se merece que le hagan esto”.

NOTA

El agente de la DPI que me dio este caso dice que no debo contarlo en una sola entrega, porque lo que siguió a aquella orden, que él también escuchó, “es una lección que deben aprender muchas... y muchos...”

CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA

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