Crímenes

Grandes Crímenes: Misterio en la habitación 21 (segunda parte)

Bien dicen que la avaricia es la raíz de todos los males
07.08.2022

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

Resumen. A Luis lo encontraron muerto, desnudo, en un motel. Quienes lo conocían dijeron que Luis era incapaz de una traición, que jamás le gustaron los hombres y que, aunque no era un santo, nunca haría algo incorrecto. Pero, estaba muerto, con el calzoncillo hasta las rodillas, boca abajo, en una cama, con un torniquete en el cuello, hecho con un pedazo de palo de escoba.

En la escena solo encontraron un preservativo lleno, el empaque y unas volutas de aserrín. Ni su ropa, celular, zapatos, billetera... Pero, en la mano izquierda tenía un Rolex y en el dedo anular un anillo de oro, con una esmeralda, regalo de graduación.

¿Por qué el asesino se olvidó de estos dos detalles, que juntos valían muchísimo dinero?

Y ¿por qué matar a aquel muchacho que era un hombre bueno, fiel, leal y correcto?

A menos que hubiera llevado perfectamente una doble vida. Era lo que la Policía tenía que averiguar. Pero, el padre, desesperado, llamó a Gonzalo Sánchez.

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GONZALO

Con la humildad que lo caracteriza, Gonzalo preguntó: “¿En la escena se encontró un condón con semen, el paquete del condón y tres volutas de aserrín?”.

“Así es, abogado —le dijo el agente encargado del caso—. ¿Le dice algo eso?”. “¿Tiene ya el informe de la autopsia?” “Sí”.

“Y el informe dice que la víctima no tuvo relaciones anales, ¿verdad?” “Así es, abogado. ¿Cómo lo sabe?”

“Porque en su informe no dice usted que se encontraron fluidos entre las nalgas de la víctima, y usted asegura que lo revisó. ‘Estaba seco’, dice usted.

¿Es así?”.

“Bueno... es lo que me pareció”. “¿Ha visto otras escenas parecidas antes?”

“Sí, y esta era diferente. Era como si no hubiera pasado nada”.

“Es porque no pasó...”

“No lo entiendo”.

“Sin embargo —agregó Gonzalo, como si no lo hubieran interrumpido—, tenemos un condón con semen”.

“Sí”.

“Bien. Y una toalla húmeda”.

“Así es”.

“Eso significa que alguien se lavó las manos. Pero, ¿por qué lavarse las manos si se usó un condón?”.

“No lo sé, abogado”.

“Pues, es posible que para quitarse de las manos los restos de... vaselina, o de algún tipo de crema...”

“¿Cómo así?” —preguntó el agente, uniendo las cejas.

“Mi querido amigo —le dijo Gonzalo—, a Luis lo llevaron al motel para matarlo... no para tener sexo con él... Y el condón con semen es del asesino, quien se masturbó en la escena para confundir a la Policía”.

“Eso me parece raro, abogado”.

“Pero, es posible... En la autopsia no se encontraron señales de que Luis hubiera tenido sexo anal, y eso nos quiso dar a entender el asesino, al bajarle el calzoncillo hasta media pierna, y dejarlo boca abajo. Y es fácil para el forense saber cuándo alguien ha tenido sexo anal...”.

“¿La prueba de balística, abogado?” “Aunque suene vulgar, así es... Y en Luis salió negativa. Ahora, es urgente que se le haga una prueba a la sangre de Luis...”.

“¿Cuál?”

“Sería bueno saber si estaba drogado, sedado, quiero decir, de qué modo fue llevado hasta allí, donde fue asesinado sin que él pudiera defenderse, siendo como era, un hombre fornido, fuerte y experto en artes marciales...

¿Me comprende?”

“Sí”.

“Ahora, veamos el carro”.

“No encontramos nada en él, abogado. Ni huellas digitales, ni ropa, ni zapatos, nada”.

“Pero, sí podemos encontrar algo especial, mi querido amigo”.

“¿Qué cosa, abogado?”

“Restos de vaselina o crema en el timón”.

“¿Por qué insiste en eso, abogado, si en la escena del crimen no encontramos nada de eso?”.

“Pero, yo sí encontré algo...

¿Recuerda que me acerqué a los llavines para olerlos?”.

“Sí, lo recuerdo”.

“Pues, había en ellos un olor a almendras, diferente al de los limpiadores que usan en el motel... Y, basándonos en lo que se dice de la víctima, que era un hombre correcto, y que no era homosexual, podemos decir que estamos ante un asesinato bien planificado, en el cual, sin embargo, el criminal dejó su firma, tan clara, que le aseguro que vamos a dar con él”.

El detective suspiró.

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DETALLES

“En la escena encontramos el modo de actuar del asesino. Llevó hasta allí a la víctima, la víctima, por alguna razón, no podía defenderse, u oponerse a ir hasta un motel. ¿Por qué? Porque estaba sedada. Y ¿quién pudo sedarlo? Alguien de su confianza, de su círculo más cercano, alguien de quien nunca pudo sospechar algo malo... ¿Cuándo sucedió eso?”.

“La última vez que lo vieron fue al salir de su oficina, después de que recibió una llamada. Eran las once y cuarenta y cinco de la mañana. Le dijo a su secretaria que iría a almorzar, pero no le dijo con quién. Y la muchacha dice que iba tranquilo, como si nada le preocupara”.

“¿Sabe usted de qué número lo llamaron?”

“Sí... Un amigo de la empresa de celulares me dijo que fue de este número... pero está registrado con un número de identidad que ya no existe”.

“No lo entiendo bien”.

“Pues, fue comprado en la zona de la Quinta Avenida de Comayagüela, a nombre de una persona que ya está muerta”.

Gonzalo Sánchez sonrió.

“Excelente —dijo—; ese es un buen detalle. ¿Cuánto tiempo duró la llamada?”

“Diecisiete segundos”.

“Lo suficiente para que la persona que llamaba le explicara a Luis que había perdido su teléfono, y que este era su nuevo número, porque seguramente, Luis se extrañó que aquella persona lo llamara de un número desconocido. Y esta persona era conocido, muy cercano a Luis... Si no es así, ¿por qué iba a salir a almorzar con tranquilidad, con confianza, y hasta contento?”

“Abogado, Luis, la víctima, salió en su propio carro”.

“Así es”. “Seguimos el vehículo con las cámaras de seguridad que hay desde su oficina, y se nos pierde en el Barrio Abajo, más allá del Parque La Concordia”.

“Perdone... ¿recibió Luis alguna otra llamada después?”

“No”.

“Entonces, él fue hasta esa zona a buscar a alguien, o sea, a la persona que lo llamó, y con la que estaba citada para almorzar. Esta persona, de su completa confianza, le dijo que estaba por esa zona, por el parque...”

“No hay cámaras por ahí, abogado. Ni privadas”.

“Buen punto ese. Y, con seguridad, nada tenía Luis que hacer por esa zona”.

“Pues, eso dicen sus familiares”.

“Excelente... Pero, avancemos. Que alguien vaya al laboratorio, donde está custodiada la toalla, las virutas de aserrín y el preservativo... Quiero que las huelan bien...”.

“Mire, abogado —dijo el agente, rascándose la parte de atrás de la cabeza—, para eso, sería mejor que vaya usted”.

“Solo tienen que decirme si huele a almendras; nada más”. “Y ¿debe oler el condón?”

“Sí”.

El agente hizo una llamada. “Ahora —dijo Gonzalo—, hay que hacer lo mismo con el timón”.

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AVANCES

Los técnicos de inspecciones oculares son gente preparada para encontrar hasta el menor indicio que pueda llevar a la solución de un delito. Son expertos, bien motivados, pero mal pagados, por desgracia. Uno de ellos estaba contento. Había encontrado virutas de aserrín en la parte de atrás del Hyundai Elantra de Luis. Eran dos, pero idénticas a las que encontraron en el motel y en el cuello de la víctima.

“Esto dice —exclamó Gonzalo, mostrando una repentina alegría— que el asesino preparó su crimen. Traía ya el torniquete, que preparó con un pedazo de escoba en alguna parte. Luis fue por él, él ya traía en alguna bolsa, en un maletín, o en una mochila el instrumento de muerte... De eso podemos estar seguros”.

“Pero, ¿en qué momento sedó a Luis? ¿En qué momento lo drogó de tal forma que no pudiera defenderse? Y, ya drogado, ¿subió por su propio pie al segundo piso donde está la habitación del motel?”.

“Creo que es sencillo, amigo; tal vez la persona, con algún cuento, o alguna historia extraña, atrajo a Luis hasta ese lugar, donde no hay cámaras, no para que la Policía no viera el carro, sino para que no lo vieran a él. Allí, lo esperaba el asesino, y tenía para él alguna bebida, que seguramente está en el estómago y en la sangre de Luis, por lo que le pido que le diga al forense que busque alguna droga potente... Luis la tomó, con confianza. Y en algún momento, se sintió mal, ya no pudo manejar, y la otra persona tomó el timón...”

Hizo Gonzalo una pausa.

“¿Revisaron las cámaras de la entrada por la carretera de Olancho?”

“Sí, pero no tenemos nada”.

“¿Las cámaras por la carretera del barrio El Chile?”

“Sí... El carro aparece hacia el norte, entra en el motel, y las cámaras del motel lo graban... Esto es a las... 12:27... Sale a la 1:21 de la tarde, cincuenta y tres minutos después...”

“Tiempo suficiente para matar a alguien, y para preparar la escena...”

“Explíquese, abogado”.

“Pues, la persona que llevó a Luis hasta el cuarto es alguien fuerte, tanto como él. Después de entrar al motel, no se ve nada. El que entra queda aislado de toda mirada. Sacó a Luis, adormilado, o sedado por completo, y lo subió, con alguna dificultad, porque las gradas son empinadas y el camino es estrecho. Lo tendió en la cama, volvió por sus cosas, o sea, por el torniquete y la crema, tal vez por el condón, desnudó a Luis, lo puso boca abajo, se masturbó, untando su mano con crema, dejó tirado el condón para que la Policía lo encontrara, pero se dio cuenta que tenía mucha crema en la mano y se limpió con la toalla; tal vez esto no fue suficiente y se fue a lavar... Allí está la prueba de que Luis no era homosexual... Luego, el asesino bajó, llevándose todo, menos el anillo y el reloj...”

“¿Por qué no se los llevó?”

“Pues, porque él sabía que son cosas valiosas, que dejan huella, que no se pueden vender fácilmente, y porque no era el robo su objetivo. Era la muerte de Luis”.

“Pero, ¿por qué?”

“Sencillo. Si nos preguntamos ¿a quien beneficia su muerte? O ¿quién se vería afectado con algunas acciones de Luis? Entonces, tenemos más cerca al asesino”.

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NOTA FINAL

El agente que fue al laboratorio llamó para decir que sí, que la toalla y el condón olían a almendras; y lo mismo el timón. Gonzalo sonrió.

“Mi querido amigo —le preguntó Gonzalo al padre de Luis, dos días después del entierro—, tengo que hacerte una pregunta, y quiero que seas claro al responderme...”

El hombre lo miró.

“¿Habías hecho testamento antes de la muerte de Luis?”

El señor lo vio, sorprendido.

“Sí”.

“Y ¿cuál de tus hijos era el más beneficiado?”

“Pues, Luis... Pero, no entiendo... Jorge hereda un treinta y cinco por ciento, y Luis le daría una cuota mensual, de acuerdo a los beneficios de las empresas...”

Gonzalo se puso de pie, miró a su amigo, y le sonrió, tristemente.

“¿Es posible?” -gritó el anciano.

Gonzalo no dijo nada.

Cuando se encontró con el agente a cargo del caso, le dijo:

“Investiguen al hermano... Yo llego hasta aquí”.

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