Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: La muerte de doña Juana

Hay una verdad de verdades, y es esta: cría cuervos, y te sacarán los ojos
13.08.2022

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

Fans. Claudia Patricia Triminio y Luis López son esposos, y ambos son fanáticos de esta sección de diario EL HERALDO, lo cual les agradezco sinceramente. Gracias a ellos, el buen amigo Jorge Quan desempolvó este caso.

“¿Se acuerda, don Jorge -le preguntó Claudia Patricia-, de la muerte de aquella señora prestamista, allá por la colonia Rodríguez, en Comayagüela? ¿Se supo, al fin, quién la mató?” Don Jorge, que guarda un archivo de crímenes en su memoria, recordó el caso, y le dijo a Patricia:

“Sí lo recuerdo, y claro que se resolvió. Si mi memoria no me falla, lo resolvió Gonzalo Sánchez, con un equipo de muchachos de homicidios de la vieja DIC”.

“Ah, ya -le dijo la señora Triminio de López-, ¿y por qué no se lo ha dado a Carmilla Wyler para que lo publique en EL HERALDO?”

“Mire que lo voy a buscar en mi archivo, y se lo voy a dar a Carmilla. Gracias por recordármelo”.

“De nada, don Jorge. Pero, dígale a Carmilla que mi esposo Luis y yo somos carmilla-adictos, que no nos perdemos un caso, y que somos fieles lectores de EL HERALDO”.

Así comenzó esta historia, una historia vieja, pues sucedió allá por 1996, prácticamente en los inicios de la Dirección de Investigación Criminal (DIC), cuando Gonzalo Sánchez, bajo la dirección del doctor Wilfredo Alvarado, soñaba con una policía de investigación criminal científica, que dejara atrás los malos recuerdos del siniestro Departamento de Investigación Nacional, el funesto DIN, cuyo solo nombre hacía temblar aun a los más despiadados criminales.

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MUERTE

A doña Juana la encontraron muerta en el solar de su casa, en la colonia Rodríguez, de Comayagüela. Los técnicos de inspecciones oculares que llegaron a la escena dijeron que la señora se estaba bañando, porque estaba al pie de la pila, desnuda, y había un paste y un jabón cerca de ella. Que fue allí, mientras se bañaba, que se deslizó, se golpeó la cabeza contra el piso de cemento y murió.

Eran buenos tiempos para la investigación criminal en Honduras. Todos en la DIC deseaban hacer bien las cosas, y todos se aventuraban con hipótesis de cualquier tipo para resolver un crimen.

Y era cierto. Doña Juana tenía un golpe en la cabeza, y debió ser un golpe fuerte porque quedó tirada en el suelo, sobre un charco de sangre que, cuando la encontraron, ya estaba seca, coagulada y llena de moscas y de hormigas. Tenía un día, tal vez treinta horas de haber muerto.

“Mi mamá vivía sola -le dijo a Gonzalo Sánchez la hija mayor de doña Juana-; no le gustaba vivir acompañada, y a sus sesenta y un años, todavía era fuerte y se bastaba por sí misma”.

“¿La visitaban sus hijos con frecuencia?” -le preguntó Gonzalo.

“Con frecuencia, no -respondió la mujer-, pero, sí de vez en cuando... Es que a ella no le gustaba que la visitaran mucho, ni siquiera sus hijos”.

“¿A qué se dedicaba su madre?”

“Ya se lo dije... Era prestamista, tenía apartamentos de alquiler, varios taxis, tres buses urbanos, una finca en Zambrano... Y varias casas que alquilaba”.

“¿Y sabe usted dónde guardaba el dinero su mamá?”

La mujer se quedó en silencio por un momento, miró a Gonzalo, como si no hubiera entendido la pregunta, y respondió, al final, con las cejas arrugadas:

“Pues... en los bancos, supongo...”

“Señora -le dijo Gonzalo, viéndola directamente a los ojos-, según parece, usted no conocía bien a su madre...”

“¿Por qué lo dice?”

“Pues porque hemos buscado en toda la casa, en gavetas, cajones, cajas, maletas y maletines, y no hemos encontrado ni una sola libreta de banco... Pero encontramos algo que tal vez usted pueda explicarnos...”

“¿Qué es?”

“En el cuarto de su mamá hay dos camas”.

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“Sí... Así es... Una grande, matrimonial, que era la cama en la que dormía con mi papá, y la otra una cama pequeña, unipersonal, de mimbre tejido, con un petate y un colchón de algodón encima... En esa cama dormía mi mamá...”

“Creo que ya sabemos eso -le dijo Gonzalo-; su mamá dormía en la cama pequeña, porque la cama grande, la matrimonial, la usaba para guardar el dinero...”“¿Cómo dice?”

“Lo que oyó, señora. Y me parece extraño que siendo usted hija de doña Juana desconozca algunas de sus... costumbres, si podemos llamarlas así”.

“¿A qué costumbres se refiere, señor?”

“Pues al hecho de que recibía dinero a diario, dinero de las tarifas de los buses y de los taxis, dinero de los alquileres, y solo Dios sabe de qué otros negocios, y nunca usó un banco... Según sabemos, por uno de los trabajadores de su madre, uno de los albañiles, a su papá, el esposo de doña Juana, tampoco le gustaron los bancos... Y siempre guardó el dinero en la casa, en algún lugar secreto; y, también, siempre pagó a todo el mundo en efectivo...”

“Y eso, ¿qué quiere decir?”

“Que alguien sabía de los secretos, o de las costumbres de doña Juana, y que sabía que manejaba grandes sumas de dinero en la casa...”“¿Qué quiere decir?”

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“Que... sospecho que su mamá no murió al caerse en la pila mientras se bañaba; creo que la mataron, y que la mataron para robarle... Porque hay algo que no le he dicho, y es que no hemos encontrado ni un solo billete, y solo varias monedas, en la casa; y estas, debajo del colchón de la cama grande en el cuarto de doña Juana”.

La mujer se fue para atrás.

“Eso no es posible” -dijo.

“Tal vez estemos equivocados-replicó Gonzalo-; pero es una hipótesis fuerte, y creemos que el móvil de la muerte de su mamá fue el robo”.

“¿Pero quién pudo hacerle esto?

¿Quién pudo entrar a la casa sin que ella se diera cuenta? Mi mamá se estaba bañando...”

“Eso parece, señora, pero, si nos fijamos bien, el golpe que tiene su madre en la cabeza está arriba de la nuca, y como vemos, su mamá estaba caída de costado en el suelo de cemento de la pila, y el golpe que tiene en la sien, y el raspón que tiene en la piel, en esa parte de la cara, no parecen ser tan graves como para que le quitaran la vida...

Más bien creo que alguien la atacó mientras se bañaba, o empezaba a bañarse, y la atacó con una piedra o algo pesado... La dejó allí, agonizando, y se dedicó a saquear lo que su mamá tenía de valor, esto es, el dinero que había acumulado en años y años de trabajo honrado... y que ella guardaba como un tesoro. Es por eso, y para mantener seguro su dinero, que su mamá aceptaba pocas visitas, estaba siempre sola y nunca se relacionaba ni con sus propios hijos...”

“Es posible que eso sea así, señor”.

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“Bien. Entonces, dígame, ¿quién de gran confianza de su madre pudo venir a verla ayer en la mañana?”

“No sé”.

“¿Cuántas personas de confianza, si podemos decirlo así, tenía su mamá?”

“Pues yo creo que solo nosotros, sus hijos”.

“¿Cuántos son?”

“Tres de mi papá, y un hijastro, hijo del primer matrimonio de mi papá... Mi mamá lo crió como si fuera de ella...”

“¿Cuántos años tenía este niño cuando su mamá se hizo cargo de él?”

“Seis, creo”.

“Está bien. ¿Y dónde podemos hablar con él?”

“Él vive en Choloma... Allá tiene un mercadito, o algo así... Casi nunca viene a Tegucigalpa, y no creo que se comunicara mucho con mi mamá desde que mi papá murió, hace diez años”.

“Dígame una cosa... ¿Los negocios de su mamá ya los tenía cuando se casó con su papá, o eran de él, o los hicieron juntos?”

“Eran de mi papá, según tengo entendido, y de la esposa que se le murió... Pero con mi mamá, los hizo crecer bastante... Eso es lo que sabemos nosotros. Cuando mi papá murió, ella se quedó sola, al frente de todo, y nunca dejó que nosotros trabajáramos con ella. Decía que era mejor que estudiáramos, y que ya al morirse ella nos iba a dejar algo a cada uno; pero que no había nada mejor que el estudio...”

“Estoy de acuerdo con su mamá”.

“Si a mi mamá la mataron, como usted dice...”

“Así es, señora. Y la mató alguien cercano a ella... Alguien en quien ella podía confiar tanto como para abrirle las puertas de su casa... sin miedo ni desconfianza alguna”.

“¿Pero por qué dice eso?”

“Porque, según sabemos, el portón del zaguán estaba con llave, y la puerta de entrada a la casa también... Ningún llavín fue violado o forzado, y usted misma es testigo de que tuvimos que traer a un cerrajero experto para que nos ayudara a entrar a la casa cuando nos dimos cuenta de que su madre estaba tendida en el piso de la pila... La vimos desde el solar del vecino...”

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“Sí; lo recuerdo bien”.

“Entonces, estará de acuerdo con nosotros en que su mamá fue quien le abrió la puerta a su asesino... Creemos que era de su total confianza, porque mientras esta visita estaba en la casa, ella se fue a bañar, tal vez porque tenía algo que hacer, y ya que sabemos que el dinero de las tarifas lo dejaban los choferes en el buzón del correo, podemos decir que ninguno de ellos entró a la casa...”

“Así es. Mi mamá no lo hubiera permitido”.

“Pero la persona que entró es alguien que sabía que su mamá guardaba dinero debajo del colchón...”

“Yo sabía que por un tiempo hizo eso, pero era poco, y solo para los gastos diarios de la casa...”

“Pues no era así... Y ya que no hay nada revuelto, que no hay desorden en el cuarto ni en la casa, podemos decir que la persona que se llevó el dinero sabía donde estaba. Atacó a su madre por la espalda, la dejó en el suelo, muerta o desmayada, era algo que no le interesaba, se vino al cuarto, sacó el dinero, que debía ser mucho, y se fue tranquilamente, dejando todo con llave, aunque las llaves de la casa y la del portón principal están en el llavero, en una mesita del cuarto de su mamá”.

“Entonces, ¿cómo pudo esa persona poner llave al irse?”

“O tenía un par de llaves de repuesto o usó alguna herramienta especial que solo los cerrajeros conocen”.

La mujer dio un grito.

Gonzalo la miró.

“¡Dios mío! -dijo la mujer-. Mi hermano Paco es cerrajero... Aprendió en Valle de Ángeles cuando era cipote y no quería ir al Central...”

“Bueno... veo que vamos avanzando. Deme la dirección de su hermano Paco”.

“Vive en Choloma...”

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NOTA FINAL

La Policía supo que Paco viajó a Tegucigalpa en la madrugada, el día de la muerte de doña Juana, y que regresó en la tarde de ese mismo día. Cuando le preguntaron si había estado en la casa de su madrastra, dijo que no.

“Entonces -le dijo Gonzalo-, ¿cómo me explica usted que sus huellas digitales estén en un vaso en el comedor de la casa de su madre?”

El hombre no dijo nada. En ese momento, dos detectives salieron de un cuarto, con dos costales de tela en las manos. Había allí más de quinientos mil lempiras en billetes de todas las denominaciones. Gonzalo acababa de encontrar al asesino de doña Juana