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'Detrás de la sed”, nuevo poemario de Néstor Ulloa

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13.09.2014

Néstor Ulloa es un poeta de hondas indagaciones conceptuales desde una sutileza verbal sobria y certera. Pocas veces el oficio de la escritura logra un equilibrio entre la sencillez del decir y la abstracción evocada. De ese modo entramos en la transparencia de una poesía que tiene su asidero en lo hosco del espíritu y la tentativa por ir más allá de un monólogo o de algún misticismo trasnochado.

Los centros de “Detrás de la sed” están en deuda con la voz total del poeta en otros libros suyos ya publicados: la íntima soledad, el discurso asceta de la esperanza, el tiempo que transcurre, la contemplación del vencido y, sobre todo, la imposibilidad de habitar un mundo donde no hay espacio para la sensibilidad humana.

Néstor Ulloa es un auténtico representante de su generación, su nuevo libro está a punto de salir de la imprenta. La doctora Carmen Ruiz Barrionuevo se refiere críticamente a la obra del poeta en un texto del que reproducimos un fragmento en esta edición de Viceversas, sin duda alguna un mérito para nuestra poesía joven.

DETRÁS DE LA SED DE NÉSTOR ULLOA: EL HALLAZGO COMUNICATIVO

En todo poema, las palabras son propuestas, son lecturas que expresan el conflicto con el mundo. Ello sucede desde el comienzo en “Detrás de la sed”, que se abre con cuatro breves poemas que solicitan la atención del lector con potentes imágenes, signos también de una declarada postura frente a su entorno.

Las palabras golpean con la eficacia de símbolos y esa “campana atada al cuello” que abre el poemario, nos puede recordar esa urgencia, y el reconocimiento de que la aventura del hombre no es inútil, en la tensa gravitación de la imagen que acompaña el esfuerzo negativo. Y frente a esa imagen otras, como la del viento, espíritu y clarividencia, aunadas al gesto del pájaro que se eleva hacia el infinito.

Aún más, el feliz encadenamiento de las imágenes continúa al asociar los tañidos de campana con los girasoles ciegos y prolongarse hacia otros versos: Girasol como fuerza y divinidad, con lo que al final logra imponerse el optimismo. Campana, viento y girasoles, orla de imágenes que signa este comienzo e impulsa el resto del libro.

Es potente la simbología del girasol, sobre todo después de que el narrador español Alberto Méndez ofreciera en su colección de cuentos “Los girasoles ciegos” (2004) la explicación -quién sabe si fruto de la ficción- de que “La Biblia, para referirse a quienes se hayan desorientados, dice de ellos que son como los girasoles ciegos, no ven la luz del sol, andan perdidos”.

Lo cierto es que esta imagen cala también en este libro e ilumina su parte positiva al desembocar el verso postrero de este friso inicial: “llueven campanadas y girasoles”. Ello se prolonga en el brevísimo poema “Los girasoles ciegos”, que apuntala la misma metáfora al potenciar el hacer poético en su parte positiva y solar: “A los girasoles ciegos que me habitan el pecho, hoy los he descubierto construyendo un faro para señalarle a Ícaro el camino de regreso a casa”.

Porque “Detrás de la sed” sugiere esa búsqueda del que intenta una proyección en su entorno y pretende superar, sin lograrlo, el abismo de lo cotidiano. Tal vez esa es la razón por la cual no existe en el libro más que un encadenamiento de poemas en los que las temáticas se abren a lo amoroso, al entorno de la ciudad y al propio conflicto metapoético.

Y estas materias se van forjando o se van tejiendo con elaborados engarces que potencian cada uno de los temas sin olvidar el gran marco de fondo expresado en “Cronos corpore”, donde el reloj como imagen de lo temporal rige la vida en el entorno vegetal, los pájaros, la lluvia, la noche, la abuela y los huracanes: “Llegará puntual la noche, / cerrando los ojos a los muertos olvidados en el armario / Y entonces, / ese péndulo de reloj triste que me habita / volará / hasta el último llanto de campana”.

En ese ámbito acotado, el poeta consolida su intento en la percepción de que los hombres continúan el sendero de otros hombres ya idos, como lo sugiere “La voz de los muertos”, asociando de nuevo imágenes tan inquisitivas como la campana de cristal y el barco de papel. En este medio el poeta hereda una voz, un eco del pasado, intenta sin lograrlo ser lúcido en el camino, pregunta e inquiere.

Ello se constituye en urgente tarea que es una constante en su gesto. Amor y proyección pueden parecer incompatibles, pero enseguida percibe su convergencia, por eso al final se nos abre el diálogo amoroso en “Los otros”, donde se renuncia momentáneamente a ese diálogo para buscar “la cara oculta de las cosas, porque también las cosas guardan sus propios secretos”.

El poema sin embargo se rehace con un homenaje a un clásico del Siglo de Oro, pues Quevedo asoma en la acertada variante de una de las mejores imágenes de nuestro idioma: “Pero vos, vos sabrás que lo que los otros digan acerca de este puñado de polvo vuelto / asombro enamorado; todo eso no significa nada, si no es tu voz la que dispara”. Por otro lado, poemas como “Patente de corso” o “La voz” son impulsos surgidos del diálogo que proyecta el yo hacia los otros (“He seguido la voz que me llama y me he descubierto desafiando el amor de las luciérnagas”). Es así como esta poesía no se ensimisma sino que se realiza en una proyección de su acto.

En el impulso hacia lo exterior se impone en su poesía, como otro tema necesario, el tema urbano, porque el poeta convive y siente en una colectividad, analiza y sufre cuanto compone ese pacto de convivencia que constituyen las ciudades.

Ya en el comienzo del libro aparece como ámbito y temporalidad en “Caballo de Troya”, en el que inserta su percepción bélica de este espacio con sus componentes de soledad, silencio, miedo, sin resignarse a aceptarlo, de ahí las imágenes lumínicas, expresas en los rayos de sol que culminan en su negación: “Hoy / la ciudad es un eclipse de sol”.

Distintos motivos construyen en el libro este ámbito, como “Sueños tendidos”, donde los fantasmales zapatos se erigen en guardianes de unas calles que “esconden los girasoles que nadie ve”. Como se puede observar, hilando la trabazón de imágenes, el poeta recurre a ese símbolo de los girasoles que tan potentemente construyó al comienzo del poemario.