Opiniones vienen, opiniones van. En esta sección, llamada tal cual, se congregan, sin convocatoria previa ni concierto alguno, distintas percepciones sobre lo que pasa o no pasa en el país.
Bien sea pontificando, esgrimiendo cinismo catártico, disparando a mansalva o desplegando velas en pos de utopía, todos exponen a y desde la diestra y siniestra, sus bien hilvanados argumentos, para satisfacción de nosotros sus caros lectores. Artesanos de la sintaxis desafían nuestro criterio sin acudir a circunloquios: llaman al pan pan y al vino vino, guste o no a los destinatarios de sus escritos, utilicen catilinarias o prescindan de ellas.
Conocidos por su obra y puntos de vista, les imagino a todos ellos acudiendo a cualquier lugar y viéndose rodeados al poco tiempo por propios y extraños, interesados en conocer su sentir sobre el contexto actual. Apreciados, poco o nada podrán hacer ante la demanda de una frase citable, una sesuda explicación o un gesto de aprobación ante un comentario.
Los medios de comunicación se las han ingeniado para tener sus datos de contacto, teléfonos y direcciones, deseosos de contar con información para elaborar sus notas, centrales o no, en la emisión del día.
Algunos que habitan ésta y las páginas de la competencia escrita son consultados sobre el presente y futuro cercano, mediano y lejano, como si de oráculos se tratara.
Sus interlocutores, a veces inseguros, otras con intención de confrontar y muchas más con sincero interés de iniciar una grata conversación, les escuchan discurrir; con un poco de suerte, hay quienes hicieron amigos y contertulios y, con mala fortuna, enemistades de toda laya.
Nada de esto es nuevo.
Las viejas cafeterías de las principales ciudades del país vieron agotar horas y cigarros a los antiguos “opinadores”, mientras los parroquianos de las mesas contiguas cambiaban con el paso del tiempo.
Es bien conocido que diatribas políticas y hasta pleitos de facón iniciaron después de una ingeniosa frase lanzada al vuelo, de esas que se acostumbraba hacer con mucho ingenio, en tiempos de menos libertades y tolerancias; como constancia queda la profusión de seudónimos, artificio elegante y a la vez inútil dado lo pequeño del patio, pues parciales y antagonistas sabían bien quién era quién.
Hoy, en la época del libre flujo de información, no hay necesidad de esconder ni la cara ni la pluma, aunque hay quién acude al anonimato del Internet para decir unas cuantas verdades y otras tantas mentiras, agazapado en avatares y nombres de bribón de pasquín. ¡Vive la liberté!
A pocos días de esa peculiar expresión reduccionista de espontaneidad democrática que llamamos elecciones se multiplican consultas, entrevistas, opiniones, foros, preguntas, pronósticos y debates de opinantes (concuerdo en que faltan los de aspirantes). El ejercicio vale la pena pues se busca en común la luz al final del túnel.
En mi caso, confieso que cuando a mí me preguntan “cómo veo la cosa”, respondo casi siempre con un “¿Cómo la ve usted?”. Y fíjese, motivo de poca alegría, que casi siempre el preguntón y yo tenemos la misma opinión…