La hambruna en el llamado “corredor seco” del país, este año incrementada por el irregular período de lluvias que echó a perder la cosecha de primera, se suma a las múltiples carencias que sufrimos los hondureños y a la falta de acción individual y colectiva para buscar una solución duradera.
En ese sentido, es importante que el Estado defina una estrategia para hacerle frente a la carencia alimentaria. Como medida inmediata el gobierno ya tiene en marcha la distribución de raciones de alimentos para ponerlas a disposición de los más necesitados, compatriotas que por falta de lluvias han perdido gran parte de sus cultivos.
El gobierno debe proveer con eficiencia y efectividad alimentos a estas familias pobres, pero debe ser de tal manera que no genere una conducta paternalista que más bien contribuya al inmovilismo o al aprovechamiento de la crisis por parte de los demagogos y populistas. Se hace indispensable, entonces, un rol de altura de parte de los gobiernos locales para que respondan a las necesidades existentes y no a la politiquería u otras deformaciones sociopolíticas que solo contribuyen al estancamiento y al desestímulo de la iniciativa privada.
Son plausibles, entonces, acciones como las que se han emprendido en los municipios de Texíguat, Liure y Soledad, en el departamento de El Paraíso, donde la entrega de alimentos se da a cambio de trabajo de los campesinos en obras de beneficio comunal como limpieza de los centros escolares, centros de salud, habilitación de calles en mal estado y en la reconstrucción de viviendas a personas pobres.
Mejor sería, aún, que la ayuda alimentaria proporcionada por el gobierno a los habitantes de las zonas donde la sequía ha imposibilitado la producción de granos básicos se orientara a la siembra de postrera, tomando en cuenta, por supuesto, el pronóstico de pocas lluvias para los meses de agosto, septiembre y octubre, lo que implicaría estimular el cultivo de productos que no requieran tanta agua o impulsar tecnologías o sistemas que permitan extraer, acumular o hacer un uso más efectivo del vital líquido.
A mediano y largo plazo, por supuesto, la salida ideal sería dividir al país en zonas de producción dependiendo de sus características topográficas y climáticas, y ponerle fin a la dependencia del agua lluvia de los productores catrachos, haciendo uso de la vasta riqueza hídrica que poseemos para irrigar todas las zonas de cultivo posibles.