Opinión

Prevenir la intolerancia

El origen de algunos de los comportamientos que hoy consideramos “inhumanos” está precisamente en atavismos que en el pasado sirvieron para comenzar a construir nuestra humanidad. Por eso son tan difíciles de erradicar.

El afán de ser como todos nuestros semejantes y de aceptar los usos comunes tuvo que servir hace milenios para que se consolidaran las unanimidades sociales: así los humanos nos acostumbramos a aceptar y guardar las leyes. Pero hoy el afán ancestral de “normalidad” puede convertirse a veces en fuente de intolerancia y de persecuciones contra quienes adoptan formas de vida minoritarias: lo que antaño consolidó los lazos sociales ahora fomenta exclusiones y estigmas inquisitoriales.

Así ocurre todavía con la homosexualidad, a pesar de que su aceptación ética y su proclamación estética son rasgos característicos de las democracias contemporáneas. Que aún perdura la lacra de una intolerancia que en casos extremos puede provocar crímenes nos lo ha recordado recientemente el asesinato en Chile de un joven homosexual a manos de una piara brutal de neonazis. Pero sin llegar a tales atrocidades, aquí en España ha causado malestar la homilía del obispo de Alcalá en la retransmisión televisada de los oficios de Viernes Santo. En esa prédica, el reverendo anatematizó a quienes sienten atracción por personas de su mismo sexo, calificándoles de corruptos y prostituidos. Se han alzado muchas protestas contra este mensaje intolerante difundido por un medio de comunicación público y pagado con los impuestos de todos, incluidos los propios acusados de anormalidades perniciosas.

El primer escándalo de este asunto es que todavía a estas alturas del siglo XXI una televisión pública se vea obligada a retransmitir eventos eclesiales.

Una cosa es el interés cultural que puedan tener –y tienen- las religiones, y otro hacer propaganda a los prejuicios de los clérigos. El obispo de Alcalá dice cosas propias de su pintoresco cargo: lo raro sería que compartiese los puntos de vista de Pedro Almodóvar. Pero podemos exigir que las diga en su parroquia a quien se las quiera escuchar y no a través de un altavoz mediático que llega a las casas de millones de españoles.

Hay otras muchas iglesias y levitas de variado pelaje en nuestro país: como todos ellos coinciden en obedecer a la voz del Altísimo antes que a la del sentido común y la constitución laica, lo más prudente es que los medios de comunicación públicos se nieguen a darles la mínima cancha, aunque muy amablemente, eso sí…

Para prevenir la intolerancia –en la medida de lo posible, claro- la educación pública y laica es el instrumento indispensable. No podemos dejar la enseñanza de valores cívicos exclusivamente en manos de las familias, porque las consecuencias de la mala educación no son solo familiares, sino sociales. Y tampoco pueden educar únicamente los clérigos, que a veces son sin duda maestros excelentes pero en otros casos perpetúan prejuicios y supersticiones.

Por último, no conviene olvidar que los medios de comunicación de masas son también a su modo escuelas, a veces de buenas y a veces de malas costumbres: los financiados con fondos públicos tienen que fomentar el humanismo constitucionalmente establecido y no ponerlo en entredicho con sermones dudosos…

Tags: