Entramos ya a la tercera semana desde que el vil asesinato de dos jóvenes universitarios se ha constituido a la vez, en una especie de explosivo que destruyó, ya de manera oficial y pública, gran parte del velo de silencio que estaba cubriendo la podredumbre imperante en la Policía hondureña.
Ha quedado al descubierto, pues, que agentes y oficiales de una institución creada para “servir y proteger” a la ciudadanía honrada incumplen con la misión encomendada, pero no solo por ineptitud, miedo o limitaciones de recursos, sino porque ellos mismos se han convertido en delincuentes de la peor ralea: ladrones, secuestradores, cobradores de “impuesto de guerra”, protectores de negocios sucios, sicariato, torturadores, exterminadores de supuestos delincuentes, asesinos de inocentes y hasta de policías honestos.
Los hechos, los informes oficiales y la inmensa mayoría de todos los datos que en estos últimos días se han divulgado también dejan claramente establecido que no solo los defensores honestos de los derechos humanos, gran parte de la ciudadanía, los agentes y mandos intermedios de la Policía y de la Secretaría de Seguridad sabían de lo que estaba ocurriendo.
También estaban enterados los jefes policiales, los asesores de los ministros de Seguridad y ellos mismos. Lo contrario, sería inexcusable ineptitud.
La gran pregunta es: ¿Por qué nadie había dicho nada de forma oficial y pública? ¿Por qué ante la creciente ola criminal materializada desde las propias entrañas de la Policía, los jefes de los uniformados y los ministros apenas repetían gastados estribillos sobre el “avance de las investigaciones”; que tal crimen sería investigado “caiga quien caiga” o hasta se atrevían a culpar a las víctimas, a los defensores de los derechos humanos y hasta a otros “operadores” de justicia.
Por esto, y por mucho más, resulta muy difícil confiar en que desde la Secretaría de Seguridad, y peor desde el interior de la propia Policía, exista la capacidad para realizar una limpieza profunda que elimine toda la putrefacción.
Mal hace el presidente Lobo al tratar de desviar la atención de la crisis de corrupción en la Policía hacia los supuestos éxitos de la Operación Relámpago. En estos momentos la mejor contribución al futuro éxito de la lucha contra la inseguridad y la violencia delictiva es la depuración de la Policía y la creación de mecanismos efectivos para evitar una nueva infección como la actual. No desaprovechemos la oportunidad.