En el transcurso de la vida escolar y universitaria es casi imposible olvidar aquellos personajes que a base de empeño y tenacidad se ganaron el mote de ser tramposos y relajeros.
Había de todo tipo, los tramposos burdos, que sin ningún tipo de vergüenza pedían ayuda con las respuestas de los exámenes casi en las narices del profesor; y los tramposos finos, que ingeniosamente encontraban formas de robar exámenes o diseñar métodos mediante los cuales burlaban las medidas de seguridad que los profesores intentaban imponer y obtenían con esto resultados inesperados.
También existían los relajeros, los que no dejaban de hablar mientras el maestro pasaba lista, los que llegaban tarde a clase y los malcriados que, ante el reclamo por el orden y la disciplina, se sublevaban e intentaban imponer el caos y la destrucción.
Afortunadamente, pensábamos, estos solo tendrían vigencia y prevalencia, mientras durase la etapa escolar y algunos de ellos, con suerte y si corregían su conducta, podrían salir adelante en la universidad y convertirse en hombres y mujeres de bien, alineados con las normas morales y éticas que rigen las sociedades civilizadas.
Es decir, en una sociedad en donde se premia el talento y la inteligencia, estos personajes acabarían indefectiblemente colocados en la parte inferior de la pirámide, perdidos en sus malos hábitos, expulsados de las aulas y rechazados por la sociedad decente y ordenada. Y, salvo que corrigiesen su proceder, no podrían gozar de los beneficios espirituales y materiales que vienen como premio al talento, la buena conducta y el ingenio.
El hombre y la mujer que se preparan académicamente, a base de esfuerzo y talento o que tienen dotes artísticos y los cultivan o, simple y sencillamente, el que trabaja incansablemente por alcanzar sus sueños, debe ser premiado por la sociedad con el reconocimiento, el respeto y también, aunque de menor importancia, con los bienes materiales que la riqueza que se origina de estas virtudes trae como consecuencia natural.
¿Qué pasa en una sociedad en donde esta mecánica se encuentra invertida? El talento, el ingenio y el esfuerzo académico no siempre son premiados y más bien son vistos como obstáculos que en muchos casos es innecesario superar.
Entonces, el buen alumno, el que se preparó obteniendo grados académicos, el que respetó a sus compañeros y maestros, con buena conducta y comportamiento y el que trabajó con esfuerzo por largos años, no es premiado por la sociedad y más bien es marginado y hasta tildado de tonto, por no saber aprovechar las oportunidades o, como más comúnmente se dice, no entenderle al trámite y ser ingenuo.
Cuando vemos el espectáculo que algunos diputados, los que no son honorables, dieron desde el Congreso, nos preguntamos: ¿Será que en Honduras la lógica del tramposo y del relajero opera en forma distinta? ¿Y qué mensaje enviamos a nuestros hijos y a los niños en Honduras? ¡El relajo y la trampa sí pagan!
El mundo actual funciona con base a incentivos. Nuestros niños aprenden rápidamente el uso de modernos aparatos porque tienen la necesidad de hacerlo, sin ellos, por alguna razón y desde temprana edad, saben que no sobrevivirán.
De igual forma, las conductas, los hábitos y los reconocimientos se van impregnando en sus mentes y la lógica de la causa y el efecto empieza a tomar forma.
Tenemos la esperanza que la lógica de nuestros hijos siga siendo que, si se portan bien, si son ordenados, respetuosos de la autoridad, aplicados en sus estudios y en general, y solo si se esfuerzan por alcanzar sus sueños, serán premiados por la sociedad que reconocerá en ellos el talento, el ingenio y la buena conducta y que, en general, no habrá premio para el tramposo y el relajero.