Honduras cambió de manera radical en términos de su arquitectura política a raíz de los acontecimientos de junio 2009. Definitivamente, la configuración del poder se transformó para siempre. Los partidos tradicionales perdieron su identidad. Desesperados, trataron de rescatar lo que pudieron ante sus electores.
El Partido Nacional, históricamente ligado al modelo conservador, tuvo que reinventarse en un “humanismo cristiano” que nadie verdaderamente llegó a entender.
El Partido Liberal, desfigurado desde su propia alma por las acciones de Zelaya, intentó, sin éxito, asociarse con su pasado en la figura del extinto Ramón Villeda Morales.
Fue iluso buscar atraer a la juventud con héroes que gobernaron hace cinco décadas. La ciudadanía está convencida que el bipartidismo ya es un modelo fracasado. Ambos partidos desilusionaron a los hondureños con su incapacidad de reducir la pobreza y generar desarrollo sostenido.
En vista de la notable pérdida de identidad de los partidos, cada organización política ha adoptado como propias las características de la personalidad de su candidato presidencial.
Se gestó un Partido Nacional arrollador, determinado a imponer su agenda, y decidido a no entregar el poder a toda costa.
Surgió una bancada nacionalista con disciplina militar, que no cuestiona la autoridad y obedece, convirtiendo al Congreso Nacional durante todo el período de transición presidencial en la más afinada maquinaria de aprobación legislativa de la historia. Apareció un Partido Liberal con buenas intenciones pero sin contundencia ni coraje.
Nadie puede cuestionar la autoridad moral de su candidato, pero para gobernar se necesitan políticos, idealmente que tengan valores. Su partido se volvió rígido, lento y sin atractivos para el nuevo elector.
El partido Libre, cuyo líder si es un astuto manipulador que tiene bien medidos a todos, aglomeró todas las fuerzas radicales del país, pero sin una ideología compartida.
Su única oferta electoral fue su amada Constituyente en manos de su esposa. Libre demostró su lado rebelde y destructivo en la primera oportunidad que tuvo.
Y, por último, la nueva revelación: Pac. Su candidato -un hombre inteligente, aparentemente honesto, pero demasiado emotivo para la arena política- forjó una propuesta anticorrupción que sedujo a la juventud y a los independientes. Sus logros electorales han sido sin precedentes en Honduras para un partido nuevo, aunque tristemente fueron los exabruptos de su candidato lo que les restó votos al final de la campaña.
Al inicio de este gobierno se generó lo que puede ser un ensayo de cómo se establecerá la oposición en esta nueva configuración. “Mel” y Nasralla llamaron a una alianza, exigiendo que se derogue el paquete fiscal recientemente aprobado.
Nasralla no está midiendo que entre más cerca de “Mel” se encuentre, su propio partido es desacreditado de su propuesta toral de campaña y perjudicará el futuro de su movimiento político.
El Partido Liberal se alejó de esta coalición y tomó su propia posición. Demostrando su madurez como hábil negociador, el PL se anotó su primera victoria al lograr su cometido referente al paquetazo, eliminando el ISV de los alimentos, declinando sabiamente participar en la junta directiva del Legislativo. Pero se evidencia que no hay un líder consolidado para la oposición. Mientras esta siga dividida habrá un claro beneficiario: JOH.
El gobierno de Una Vida Mejor ha iniciado su gestión con un ímpetu sin precedentes. Ágil, efectivo y enfocado totalmente en sus promesas de campaña.
Es alentador para toda la ciudadanía lo que se observa hoy. Pero toda fuerza necesita contrapesos para mantener un sano equilibrio. Con el estilo de JOH, urge consolidar la oposición para frenar los abusos.
Una oposición “contra todo” no es oposición. Se debe garantizar la gobernabilidad, pero evitando una dictadura como la que se avecina. Por el bien del país, necesitamos una oposición conglomerada. Como dice un gran empresario hondureño, “cuando los objetivos son comunes, el consenso es inevitable”.