Opinión

La apatía del hondureño

“En Honduras todo pasa, y no pasa nada”. Una frase corta que se convierte en una profunda reflexión. Históricamente, el pueblo hondureño ha sido caracterizado por su pasividad, nobleza y buen corazón.

Durante la turbulenta década de los ochenta, donde casi todos los países de Centroamérica tuvieron conflictos bélicos internos derivados de la pugna ideológica del momento, Honduras fue un espectador inerte.

La mayoría de la población no se involucró. Los pocos rebeldes comunistas que se manifestaron fueron neutralizados por las fuerzas del Estado, tristemente resultando en flagrantes abusos a los derechos humanos. El país navegó la década en relativa paz.

Ahora se observa cómo esas guerras civiles de los otros países moldearon sociedades beligerantes, decididas y protagonistas.
Tres décadas después su desarrollo económico es congruente con su dinámica civil.

Lamentablemente, en Honduras la apatía es una característica común en todos los sectores de la sociedad.

Esta dejadez colectiva se observa en el convivir diario de la hondureñidad. Ciudadanos de la capital del país que durante todos los veranos, ensucian sus calles con su propia basura, atenidos a que la Municipalidad está en la obligación -ya que por eso se pagan los impuestos- de limpiarlas día tras día.

Por tal motivo, todos los años -al comenzar las lluvias- miles de comerciantes y residentes sufren pérdidas económicas significativas por las inundaciones que provocan los drenajes obstruidos por esa misma suciedad que ellos mismos han provocado.

Esto es un ciclo anual que se ha repetido consistentemente en las últimas décadas, ¿por qué no toman ellos mismos cartas en el asunto y evitan esas tragedias?

Como este existen muchos ejemplos, donde situaciones que están bajo el control de la ciudadanía no se pueden resolver sin intervención externa. Algo pasa que no reacciona.

Dada esta realidad, la clase política del país se ha ido adaptando rápidamente a esta parsimonia. Comenzaron haciendo buenas propuestas que cumplían parcialmente.

Luego procedieron a ganar votos ofreciendo cambios que nunca llegaron. Observaron que no pasó nada. Aún cuando no consumaban lo ofrecido, la siguiente elección los votos siguieron beneficiándolos.

Entonces sus asesores llegaron a una sencilla conclusión y les aconsejaron: no prometan nada. Y así está sucediendo.

Las campañas políticas se limitan a una recolección de canciones con ritmos de moda y discursos desprestigiando a sus oponentes.

Se abrió el espacio para la improvisación, la mediocridad y la demagogia.Y parece que llegaron para quedarse, obviamente permitido por el pueblo.

Algo pasa que no reacciona.

El abstencionismo -derivado de esa apatía nociva- se ha convertido en el principal aliado de los políticos.

Astutamente, no han reformado la ley electoral como se debería para que se obligara al ganador de los comicios a ser electo por una cantidad representativa de la población, incurriendo en segundas y terceras rondas de votación hasta que un buen porcentaje de los sufragantes coincidan eligiendo a uno u otro candidato.

¿Por qué permite el pueblo hondureño --después de todo lo que ha vivido en los últimos gobiernos-- que sean pocos los que deciden por muchos?

Incluso la población se ha vuelto complaciente con la corrupción. Típicamente se escucha decir “Ya sabemos que va a robar, por lo menos que haga algo también”.

En un país tan pobre, la tolerancia generalizada al latrocinio es incomprensible. Algo pasa que no reacciona.

Mientras se mantenga esa actitud pasiva en torno a quien debe regir el destino de la nación, todo seguirá en picada hacia el abismo.

Mientras se permita que unos pocos debiliten las instituciones contraloras del Estado, con el fin de garantizar la impunidad, nada cambiará. Se debe reaccionar hoy por el bien del mañana.

Se debe romper esa pesada carga de la apatía, por el bien de las nuevas generaciones. Cada pueblo tiene el gobierno que merece.