Opinión

Eliminar las Fuerzas Armadas

Sorpresa ha causado en diversos sectores sociales y políticos la idea de la rectora de la Universidad Nacional de eliminar las Fuerzas Armadas, los argumentos son elementales para alguien con capacidad teórica.


La socióloga dijo que “se puede vivir sin ejército” y citó el caso de Costa Rica, sin explicar que aunque dicha nación no cuenta con la mencionada institución, sí posee una poderosa policía, que en cualquier momento puede desdoblarse para jugar el papel de los verde olivo, esta capacidad se puso de manifiesto en los recientes zipizapes con Nicaragua por el diferendo del río San Juan.

Para nadie es un secreto que Honduras vive un momento crítico en materia de seguridad, la ubicación geográfica estratégica de este territorio la ha hecho blanco del narcotráfico, que lo utiliza semanalmente por aire, mar y tierra. Aun resuenan en el ambiente las palabras del presidente Lobo y las del presidente del Congreso Nacional diciendo que en esta lucha se requiere la participación de las Fuerzas Armadas, razón por la cual procedieron a otorgarle temporalmente facultades policiales al ejército para que saliera a las calles a resguardar la seguridad y soberanía nacional.

Plantear en este momento la disolución o disminución de las capacidades de las Fuerzas Armadas es suicida, no es realista, implicaría abrir las puertas del país de par en par al crimen organizado. Si bien en décadas pasadas las Fuerzas Armadas abusaron de su poder, violaron sistemáticamente los derechos humanos y participaron, junto a civiles, en golpes de Estado, es insensato no reconocer los cambios profundos que se han producido en su interior y en su rol dentro de la Honduras de hoy.

Este intento de levantar una discusión estéril se enmarca dentro de una escalada de ataques contra el Ministerio Público, la Corte Suprema y el Comisionado de los Derechos Humanos, como parte de la revancha que algunos quieren tomarse por el papel que estas instituciones del Estado jugaron en los acontecimientos del 2009. Esa es una ruta peligrosa a la que deberían de renunciar ya que las fuerzas democráticas continúan en estado de alerta.