José Cecilio del Valle apenas era un cipote de doce años cuando su padre, aquel español de abolengo, decidió llevárselo a lomo de bestia, a la ciudad de Guatemala para que continuara sus estudios, ya que en Honduras la única manera de tener un título académico, era impensable, además era un lujo que solo se lo podía dar, el pertenecer a una familia de mucho pisto y tener acceso a la enseñanza escolástica privada. Pero esto no bastaba para los padres del redactor de la independencia.
Valle, que había nacido en la ribereña Choluteca en una noche ardiente de noviembre, 1777, dejó los atardeceres alucinantes del sur, los chillidos de los loros, zanates, chorchas y el olor auténtico de la naturaleza en las haciendas de sus padres en Monjarás y se fue al encuentro con la ilustración y la enciclopedia, que habían encendido al mundo desde la Francia revolucionaria y estando allí, en la cátedra de Guatemala, dio sobradas explicaciones acerca de por qué su afición tempranera por saber para querer ser, convirtiéndose en el personaje más estudioso de América Central. Pérez Zumbado ha dicho que Valle ha sido “el hombre mejor formado de Centroamérica en la primera mitad del siglo diecinueve cuyo aporte es de tal magnitud que bien puede decirse (...) que en una coyuntura en la que faltan dirigentes vivos, los muertos orientan nuestra historia. Y entre ellos, José del Valle es de los mejores”.
Valle hace la mejor síntesis de su vida con una calidad intelectual y humana excepcional, a través de una persistente búsqueda por la ciencia en diversas disciplinas, (filosofía, economía, derecho, ciencias naturales, historia, geografía, matemáticas, etc.), pero también y sobre todo, esencialmente, por su calidad ética y por llevar a la práctica lo que dijo en sus discursos o escritos, sobre todo en el terreno de la política, en la que hace suyos los procesos independentistas de su época para “hermosear”, como a él le gustaba decir, una propuesta que visualizó a América como una sola patria, a través de su proclama “Soñaba el abad de San Pedro y yo también sé soñar”.
Hombres como Valle nos ayudan a recordar, además, que el talento y el heroísmo son más lúcidos si una fuerza sinérgica envolvente y global, sacude la epidermis del planeta. Los hombres y mujeres son productos culturales, políticos, filosóficos y sociales de determinadas eras y tanto Valle, Morazán o Bolívar, no solo son moldura de su propia formación individual o de clase, sino, empero, la de una transformación radical que desde Europa abrazó a nuestros héroes independistas convirtiéndolos en hijos de aquella revolución universal.
Por eso, como parangón y contraste, vale la pena preguntarnos: ¿qué estirpe de líderes o “gobernantes”, exhuma el paradigma neoliberal globalizante en la Honduras de hoy, sino la suma de apátridas, sinvergüenzas, cínicos, rémoras del progreso colectivo y especialistas del dolor para el pueblo? Decirlo al cierre de noviembre 22, fecha en que celebramos el 235 aniversario del nacimiento de Valle, nos hace bien vivir, ahora que el prócer sigue siendo aquel cipote soñador que una vez salió de Choluteca, para estar por siempre con nosotros; más vivo que nunca, listo para ser lumbre y bandera.